Los datos hablan por sí solos: uno de cada cuatro niños, entre tres y diez años, consume las llamadas bebidas energéticas, y estas contienen unos niveles de cafeína y azúcar, entre otros ingredientes (plantas psicoactivas), nada saludables si se toman en exceso, y del todo contraproducentes a esa edad.

La alimentación y nutrición de los menores no es un asunto baladí en ningún lugar del mundo, ya sea por déficit (seguimos sin solucionar el problema del hambre en el planeta despilfarro) o por exceso.

En el llamado Occidente (o Despilfarrolandia) tenemos problemas serios con la obesidad infantil (la creciente pobreza y la desigualdad conllevan además un mayor consumo de ‘fritanga enlatada’); los refrescos azucarados no ayudan a mitigar este problema, y menos si entran en la ecuación estas bombas de estimulantes que llamamos bebidas energéticas, mezclas que más que dar energía, a la larga, si no se modera el consumo, lo que parece claro es que te la quitan y quizás para siempre.

Leer el artículo completo en publico.es