Jamás había oído hablar de nada parecido hasta que le llegó el e-mail de un alumno de segundo de Biología. «Hace poco -le confiaba J. A. a su profesor, en la Universidad autónoma de Madrid- me enteré de la existencia de un programa de ordenador al que se puede acceder a través de internet, que reproduce supuestamente una serie de sonidos ‘binaurales’ que provocan presuntamente en el cerebro la misma reacción que cuatro tipos de drogas: marihuana, peyote, opio y cocaína. No es música -detallaba el universitario- sino una serie de sonidos sin sentido, y cuyos efectos no he comprobado personalmente (del todo). Lo dejé nada más empezar -confesaba- porque no sé si era sugestión, me empecé a sentir raro, sobre todo, ante la terrible idea de que toda esa fantasía fuera cierta. Mi pregunta es la siguiente: ¿No es algo seriamente peligroso el hecho de que se juegue de esa manera con el cerebro? No estoy al corriente del funcionamiento cerebral, aparte de los conocimientos básicos aprendidos, y pienso que si se puede crear un sonido que provoque la fabricación de hormonas o neurotransmisores para inducir el mismo efecto que tienen las sustancias opiáceas, podríamos estar jugando con fuego. Aunque no sea una invasión química, sí lo es de alguna manera desde el momento en que es provocada desde el exterior, ¿no? Le comento todo esto porque es un programa que se comercializa por internet y que, por supuesto, no está regulado. Y creo, desde mi humilde opinión, que es algo que se debería mirar con lupa. Le pregunto, no para que me dé veda abierta para usarlo, que no lo quiero, sino porque es un asunto que podría tener importancia».
A J. A. le contestaron desde aquella cátedra lo mismo que a D7: no lo uses, por si las moscas, sobre todo si te patinan las neuronas no vaya a ser que esos sonidos te conduzcan a un callejón sin salida, dicho, por otra parte, en un lenguaje coloquial que entendería hasta el más colgado de la Red.
Luego, calibrando el riesgo, no había otra que probarlo si queríamos hablar con conocimiento de causa, así que descargué el programa, me coloqué los auriculares y a esperar si la «dosis de alcohol» que me iban a inocular por el tímpano me haría coger una cogorza sin despegar los labios. Para no faltar a la verdad, que de valientes están los cementerios llenos, debo decir que, previamente, había administrado a mi jefe -que para eso es jefe- la dosis de peyote «strong» que se puede obtener de manera gratuita sin que, al menos a la vista, le provocara la menor alteración si exceptuamos el aburrimiento soporífero que aquellos sonidos entre tribales, imperceptibles a veces y siempre repetitivos (bum bum bum) le causaron al pobre.
El efecto de cinco ginebras
Pero ahora la cosa iba en serio. La recreación telemática que me iba a echar al coleto rezaba en su advertencia: «Alcohol moderado. Recreación de 35 minutos. Licor, espirituosos, cerveza, vino. El alcohol es uno de los psicotrópicos fuertes más común usado por la gente. Tiene una larga historia de empleo y sus efectos embriagadores han sido estudiados y documentados: relajación, mejora del humor, felicidad, vértigo, locuacidad, deshinbidor, reductor de la ansiedad social y analgésico. Nuestra dosis de alcohol se parece a la que produce beber cinco vasos de ginebra. Los efectos son suaves y rápidos. Te hace sentir ligero y sobreexcitado. Algunos han experimentado la embriaguez pura con un sola dosis. Lo mejor de todo, ninguna resaca». Eso será si exceptuamos el dolor de cabeza que produce soportar el «zumbido-gin» que me han suministrado durante media hora.
Se acaba el tiempo y las ¿cinco? ginebras deberían haber hecho ya su efecto, sobre todo si tenemos en cuenta el estado de ayuno en que han sido ingeridas. Pero amén de la cara de primo, el experimento en carne propia no produjo ningún otro síntoma, por lo que la teoría de la drogadicción virtual quedó totalmente refutada (ni si quiera se acercó al impacto de un mal tinto de verano). Y se originó, eso sí, una sensación de profunda comprensión hacia todos aquellos que en los foros inquirieron «¿y no se podría mezclar con música? Así solo, la verdad, es como si estuvieras escuchando una lavadora».
Para jugar mejor al ping-pong
Sin embargo, no todos los internautas parecen estar igual de vacunados o demostrar tal insensibilidad ante la droga virtual. Ahí está el que tras escuchar una dosis de «cocaína», explica que «no podía creer que esta cosa funcionara. En los primeros minutos me preguntaba qué era ese ruido, pero al rato empecé a sentirme extraño. Más tarde fui a entrenar tenis de mesa y me sentía el mejor jugador». De hecho, los creadores del software aseguran que está «científicamente comprobada» su eficacia. Y qué otra cosa decir cuando se ha puesto un marcha el negocio de ofrecer un banco de sonidos con una cantidad predeterminada de archivos cada uno de los cuales representa una dosis de droga que hay que escuchar con auriculares para que funcione. Sus precios, toda vez que se han acabado las existencias de la cata gratuita, van desde los 3 euros de una dosis a los 19 de un CD que permite «chutarse» en cualquier lugar y momento. Y como apunta un visionario bajo el título «drogas.exe», «la tecnología es nueva, pero el truco es viejo: primero te lo regalan y luego te lo venden».
Lo cierto es que las experiencias con estas drogas virtuales, de libre acceso al margen de la edad del usuario, las hay de todo tipo. «Había leído -apunta un desencantado- que produce efectos similares a los de una droga real. Así que me descargué el programa y comencé mi sesión con peyote. Lo que escuchaba era un ruido que muchas veces se me hacía difícil de percibir; la verdad es que duró poco porque a los diez minutos me dio dolor de cabeza y lo dejé». «Yo nunca he probado ninguna droga -declara otro internauta- porque sé los efectos que tienen y no me interesan, pero me enteré de la existencia de estas drogas virtuales… Ahora estoy bajo los efectos de la dosis ?tranquil? y me siento muuuuuy relajado», En algunos casos, la experiencia no pasó de una sensación puramente dactilar, por raro que suene: «Al 54% de la descarga -relata un ‘probador’- sólo me ha dado hambre y tengo frío en los dedos… pero no tengo pensamientos profundos (¿?)». Mientras, para la mayoría la cosa no pasa a mayores y sus comentarios van desde el racional «esto es una huevada» hasta el pragmático «mejor es escuchar a ‘Tool’ -banda de ‘metal’ que causa los mismos efectos». No en vano, ahí está su álbum «Opiate».
En la polémica Wikipedia, donde este software ha puesto su pica en una enciplopedia, se hace una distinción entre tres grupos de personas atendiendo al influjo que en ellas causaron las dosis de las drogas virtuales: «Un primer grupo es inmune a los efectos de los pulsos binaurales; un segundo, al que sí hace efecto, y un tercero, de quienes describen fuertes dolores de cabeza tras escuchar una sesión».
Sin fundamento
Para Enric Munar, profesor de la Facultad de Psicología de la Universidad de las Islas Baleares y uno de los mayores expertos de España en percepción, la cuestión es meridianamente clara: «Tiene muy poco fundamento científico ya que lo que han hecho los creadores de este software es relacionar de forma basta, poco delicada y científica, y muy interesada, cada tipo de experiencia que provocan las ondas cerebrales con un tipo de reacción frente a una droga determinada -las cuales conocemos a partir de los estudios sobre toxicomanía-. Así se relacionan las ondas delta con la marihuana, las tetha con el peyote, las alfa con el opio, y las beta con la cocaína. Sin embargo, -explica el investigador a D7- el único fundamento científico es que a alguien esa exposición a ciertos ‘binaural beats’ les provoca una disminución de la ansiedad, pero la música barroca tal vez también».
«Los ‘binaural beats’ provocan la percepción de un sonido que oscila en el interior de la cabeza. Esta oscilación depende de los sonidos presentados a cada uno de los oídos, es decir, que se realiza una presentación dicótica (sonidos diferentes a sendos oídos).
La dimensión diferencial entre uno y otro es la frecuencia, que se mide en hertzios, y en buena medida es responsable de la tonalidad que atribuimos al sonido. La diferencia de frecuencia no puede ser muy grande, ya que de lo contrario no se consigue el mencionado fenómeno, por eso es necesario utilizar auriculares. Por ejemplo, se puede conseguir una experiencia de ‘binaural beats’ presentando a un oído una frecuencia de 1000 Hz y 1008 al otro. La primera descripción que encontramos en la literatura científica de este fenómeno es la de Thompson en 1877 y parece claro que este fenómeno es una consecuencia del modo en que nuestro sistema auditivo localiza las fuentes sonoras en el espacio».
Enric Munar cita también un trabajo de la Universidad de Carolina del Norte, de 1998, en el que se indica que algunos sucesos anecdóticos sugerían que los ‘binaural beats’ podían provocar unas determinadas ondas cerebrales, registradas mediante electroencefalografía, y que ello podía afectar al nivel del estado de la conciencia.
Los resultados indicaban que se obtenían mejores resultados en la tarea de vigilancia si se provocaban ondas beta y un estado de ánimo menos negativo. «Sin embargo, -añade el profesor- en un estudio de 2007 del Colegio Nacional de Medicina Natural de Portland no hallaron apoyo de la réplica de las ondas cerebrales, según la diferencia de frecuencia entre los dos oídos. Este mismo estudio indicaba un aumento del sentimiento de depresión en la exposición de ‘binaural beats’ de 7 Hz. y un empobrecimiento del recuerdo inmediato. Estos investigadores empiezan a hablar de la Tecnología Binaural Beats como herramienta de desarrollo personal y mejora de la salud. Antes, en 2005, una investigación de un hospital de Sunderland (Reino Unido) comprobó que la música puede rebajar la ansiedad antes de una operación y que los ‘binaural beats’ podían ayudar contrastándolo con dos grupos de pacientes».
Pero este software de droga virtual, a juicio de Munar, «ni siquiera tiene sustento lógico en cuanto a la percepción. De todas formas, -enfatiza-, no olvidemos que la sugestión es un arma mental muy potente». Y muy, muy extendida.