Es decir, que estos adolescentes -uno de cada cuatro- consumen licores entre una y tres veces al mes pero, sobre todo, al abuso del trago -porque suelen abusar y acabar en embriaguez- se le suma la ansiedad por volver a iniciar y seguir tomando.

Pero este hecho tiene un ingrediente aún más preocupante: las adolescentes. Hoy, son ellas las que más toman bebidas alcohólicas, y las cifras lo demuestran: la prevalencia del consumo de bebidas embriagantes en el último año fue de un 90 por ciento entre las muchachas y 74 por ciento entre los jóvenes. «Los papeles cambiaron, dice el médico pediatra Carlos Enrique Cortázar. Hoy son ellos los que deben lidiar las borracheras de las niñas».

Muchos se preguntarán si acaso se puede hablar de alcoholismo en niños y adolescentes. Y la respuesta es afirmativa, de acuerdo con los parámetros establecidos por la Organización Mundial de la Salud. «Se toman en cuenta determinantes como las cantidades consumidas y la frecuencia», explica el doctor Cortázar.

El alcoholismo, finalmente, es un desorden del comportamiento. La persona que consume licor no puede medir las consecuencias de sus actos. Y el adolescente -igual que el adulto- que necesita consumir alcohol establece una dependencia del mismo, y esto se refleja en los cambios que sufre en su comportamiento. Se altera su bienestar físico, su estado emocional, sus funciones mentales y, por supuesto, sus relaciones sociales.

Además de ser pediatra y médico de adolescentes, Carlos Enrique Cortázar ha adelantado en el curso de los últimos años múltiples investigaciones relacionadas con el consumo de sustancias adictivas en la niñez y la juventud. Actualmente trabaja en una investigación sobre medicina escolar con los alumnos del Gimnasio Campestre.

Sus observaciones toman como punto de partida las cifras dadas por el Programa Rumbos de la Presidencia de la República: En Colombia, el 15 por ciento de los niños inician el consumo de alcohol antes de cumplir los 10 años; un 6.5 por ciento entre los 10 y los 14 años; un 18 por ciento entre los 15 y los 19 años. Y solamente un 0.4 por ciento comienzan a tomar entre los 19 y los 24 años. Cuando ingresan a la universidad, el consumo de bebidas alcohólicas disminuye pero se incrementa el tabaquismo.

Aunque en Bogotá y Medellín la situación es más grave, se considera que la cuarta parte de los adolescentes colombianos toman trago entre una y tres veces al mes.

Abuso y adicción

Entre lo que se denomina como abuso en el consumo y la adicción, el paso es estrecho. Y esto se aplica a cabalidad entre los adolescentes uno de cuyos programas favoritos -esenciales y casi vitales para muchos- es el de precisamente organizar la rumba semanal. Y rumba, por supuesto, incluye el consumo de alcohol (cuando no de otras sustancias como se verá en informes posteriores).

Es tal el afán que los mismos jóvenes han instituido el famoso «juernes», o sea, el viernes cultural trasladado al jueves… «El programa es emborracharse», dice Cortázar. Cita como, después de los exámenes del Icfes, se ha establecido la «tradición» de encontrarse en los establecimientos de la Calle 93 en donde, al iniciarse la noche, la Policía ha tenido que lidiar a 300 y hasta 400 muchachos borrachos.

¿Por qué comienzan a tomar alcohol los muchachos?

Las dos razones tradicionalmente citadas se mantienen: por curiosidad y por presión del grupo. Podría existir un componente genético pero éste no ha sido plenamente comprobado. En cuanto al ejemplo de los padres y al hecho de que éstos les ofrezcan licor a sus hijos, se le considera como una palanca para arrancar. Sin embargo, según observaciones de los especialistas, se ha notado que los hijos que deben soportar los excesos de alcohol de sus padres, con todas sus consecuencias funestas, acaban más bien odiando el licor.

Ojos que no ven

Uno de los graves problemas que, en cierta manera, fomenta el alcoholismo de los adolescentes es la ausencia de autoridad. Por una parte, los padres no se enteran («no saben o no quieren saber») de lo que hacen sus hijos. Por otra, los profesores tampoco suelen involucrarse en diálogos con sus alumnos. En el medio, el adolescente sin tener con quien hablar, a quien consultar o de quien tomar ejemplo.

La falta de disciplina así como la ausencia de normas crean una permisividad que se constituye en terreno abonado para actitudes «poco santas». ¿En qué sentido? Comienzan diciendo mentiras, hablan de reuniones entre amigos para charlar cuando en realidad son fiestas programadas para beber y, con frecuencia, consumir otras sustancias, no llegan a casa porque «el carro se varó» o por cualquier otra excusa, y los eslabones se entrelazan para integrar una cadena difícil de romper.

Difícil, sí, pero no imposible como lo expresa el médico Cortázar. Para ello, se requiere un cambio de actitud de los adultos (padres, maestros y otros) hacia los adolescentes. Para éstos, el futuro no existe, es un concepto abstracto. Se debe entonces trabajar sobre el hoy, el presente, y ofrecerles alternativas que desvíen su atención lejos del alcohol.

Entre otros consejos, se formulan los siguientes:

  • Trabajar de manera conjunta para mejorar su autoestima (menos críticas, más diálogo en donde se escuchan las inquietudes, anhelos y temores de los jóvenes)
  • Fortalecer la autonomía (menos órdenes sin caer en permisividad, Disciplina y autoridad mas no autoritarismo)
  • Establecer incentivos para el diálogo
  • Ofrecer alternativas deportivas, culturales, recreativas
  • Fortalecer la resistencia del joven ante la presión del grupo («Para que tenga la verraquera de decir no»)
  • Trabajar en equipo, maestros, padres y jóvenes
  • Acompañar. Y quizá este último es uno de los pasos más importantes. Prohibir el consumo de alcohol es, en cierta forma, incentivar al joven a beber pero a escondidas, fuera del hogar. En cambio, el acompañamiento de los padres es una forma de enseñarles a beber. De mostrarles que uno o dos tragos no son necesariamente malos y que existen condiciones que convierten esos momentos en circunstancias agradables, de unión y acercamiento.

    Daños

    Los perjuicios del abuso de alcohol en los adolescentes son grandes. Se mencionan los bajos rendimientos escolares, pobre desarrollo intelectual, accidentalidad elevada, homicidio y suicidio.

    En la parte física, se debe tener en cuenta que el organismo del hombre y de la mujer solo llega a su plena madurez después de los 21 años. Entre tanto, toda sustancia que altere el desarrollo puede causar daños, a veces irreversibles.

    Entre los perjuicios principales se citan:

  • Aparato digestivo: mayores posibilidades de gastritis irritativa, reflujo y daños en el esófago
  • Hígado y páncreas: riesgos de daños hepáticos y pancreatitis
  • Cerebro: el alcohol deteriora las neuronas
  • Músculos: también el aparato muscular se altera y puede dar lugar a una miopatía muscular
  • Corazón: mayores riesgos de arritmias cardíacas
  • Sexualidad: disfunción eréctil en los hombres; alteraciones de los ciclos menstruales y hasta suspensión de la menstruación en mujeres. Cuando las alteraciones provienen de la marihuana, adquieren un carácter irreversible.
  • Nutrición: anemia por falta de hierro y ácido fólico, desnutrición.