La actitud del médico ante el fumador ha cambiado radicalmente en menos de diez años. Del clásico «deje de fumar» se ha pasado a considerar al tabaco como la causa de multitud de patologías, y al adicto al tabaco como un enfermo.

«Se ha visto la magnitud para la salud del hecho de fumar. No sólo que puede producir enfermedades, sino que es, con una frecuencia muy alta, su causa principal. La sociedad se ha sensibilizado debido a que causa alta mortalidad y morbilidad», ha explicado a DiarioMédico Leopoldo Sánchez Agudo, jefe del Servicio de Neumología del Hospital Carlos III y fundador de la Unidad de Prevención y Tratamiento del Tabaquismo del centro, que ha cumplido diez años de funcionamiento.

«Con el tiempo se han perfeccionado las técnicas de prevención, lo que se ha traducido en un aparente hostigamiento. La persecución pretende ayudar al fumador, que es el mayor beneficiado de las prohibiciones, ya que cuando pretenda dejarlo le será más fácil».

Parece que se fuma desde tiempos inmemoriales y que siempre se han conocido los efectos adversos del tabaco, pero la realidad no es así. El primer estudio que demostró que el tabaco provoca problemas de salud es de hace poco más de 50 años. El objetivo de la investigación era confirmar que el aumento de la contaminación por vehículos de motor en Londres provocaba el aumento del cáncer de pulmón. «Los científicos observaron que la causa de la incidencia mayor de cáncer no eran los automóviles, sino el tabaco. De hecho, repitieron el estudio porque ni ellos se lo creían».

Los tratamientos contra el tabaco también han evolucionado. Al principio se confiaba sólo en la voluntad del paciente, pero al final la respuesta era el recurrente «no puedo».

En 1955 se abrió la primera clínica de deshabituación tabáquica en Estocolmo. Durante los años sesenta, el Centro de Drogodependencias de Londres empezó a investigar sobre la nicotina. Desde entonces se utilizan suplementos de este compuesto para conseguir la deshabituación. También se probaron las denominadas terapias aversivas, que consistían en someter al fumador a sesiones en las que se consumían muchos cigarrillos en una cabina pequeña hasta que el ambiente se hacía irrespirable. Estas terapias siempre han fracasado.

«La base para conseguir que una persona deje de fumar se encuentra en saber por qué lo hace. Básicamente hay dos motivos: automatismo y dependencia».

Las personas que fuman porque están acostumbradas a hacerlo necesitan terapia psicológica para lograr modificar la conducta.

«Hay que reunirse con el fumador e identificar las situaciones de riesgo sociales: junto al alcohol y el café, en los instantes de descanso, al levantarse, en los momentos de irritabilidad o cuando se sufre ansiedad. Al paciente se le pide que cambie unas situaciones por otras en su rutina diaria hasta que los síntomas diminuyen», ha afirmado Mónica Quesada, psicóloga de la Unidad de Prevención y Tratamiento del Tabaquismo del Hospital Carlos III.

Si la adicción es por dependencia a la nicotina, existen otras terapias como los fármacos, que actúan sobre el sistema nervioso central con una acción antidepresiva, movilizando dopamina o catecolamina. También sirve ofrecer nicotina e ir reduciendo paulatinamente la dosis.

Nada es fácil

«Dejar de fumar no es nada fácil. Todo lo que vamos a dar al paciente son ayudas. El fumador tiene que escalar una montaña, nosotros le damos las mejores botas, el piolet… pero él tiene que ser el que debe llegar a la cima», ha explicado Belén Maldonado, enfermera de la unidad, que opina que lo difícil es mantener la abstinencia en el tiempo.

Si se toma tan sólo un cigarro se despierta todo lo que había quedado atrofiado: la necesidad de tener algo en la manos, el sabor, el olor; los receptores de nicotina empiezan a funcionar… y se vuelve a necesitar fumarse un pitillo.

¿Qué hay dentro de un cigarrillo?

Los fumadores no siempre han padecido las mismas enfermedades. «El cáncer de pulmón más común hace diez años entre las personas que fumaban era el epidemoide; ahora predomina el adenocarcinoma. Se piensa que estas variaciones se deben a los cambios en la tecnología de procesado del tabaco o a su composición. «El tabaco que se quemaba hace quince años no es el mismo que se consume ahora», afirma Leopoldo Sánchez Agudo.

Según el libro Menos Humos, escrito por el propio Sánchez, dentro de un cigarrillo no sólo hay tabaco. Para matizar sus propiedades aromáticas se añaden productos aditivos como cacao, regaliz o resinas, que cada empresa tabacalera mantiene en el más estricto de los secretos. Además de estos componentes se ha comprobado la adición de otros químicos; entre los más preocupantes se encuentra el etilen glycol, un agente utilizado como anticongelante.

Frente a la tendencia antitabaco, el último número de British Medical Journal publica una carta en la que se duda de la bondad de prohibir fumar a los pacientes ingresados que sufren patologías a las que no afecta el tabaco. Según el texto, «cuando los pacientes muy graves no reciben un beneficio por dejar de fumar y son forzados a abstenerse, se agrava su angustia, con lo que no se les está tratando de forma ética».