Amable y cercana, la delegada del Plan Nacional sobreDrogas no admite debates sobre la salud: lo malo es malo y
punto. Entiende la necesidad
de experimentar por parte de
los jóvenes y lamenta que la
gente no entienda que aquello
que le procura placer puede
producirle también quebrantos sanitarios.

—El consumo de cannabis
crece sin freno, el de la cocaína también sube y el botellón está de moda, ¿qué le
preocupa más?

—El principal problema que
veo es que los jóvenes se inicien en el consumo de una
serie de sustancias que son
perjudiciales para su salud,
que banalicen el tomarlas y
que no sean conscientes de
que esto les puede llevar a
problemas muy graves en
una vida próxima y futura.
Todavía en el imaginario
social se asocia el caer en la
dependencia de las drogas
con la imagen que se tenía
de los heroinómanos y hoy
por hoy, con las sustancias
que se están consumiendo,
el deterioro existe pero no se
produce en esos términos. La
frase de «yo controlo» lleva
a la falsa seguridad y al grave
error de pensar que no están
cayendo en la adicción a las
drogas. Pero esta situación
es la que tenemos en toda
Europa. En todos los países
desarrollados.

—¿Eso significa que la
sociedad evoluciona y se
conviene en más tolerante,
sino con todas las drogas, sí
con algunas?

—Lo que no tiene sentido es
que, porque se vayan ampliando determinados hábitos que
son nocivos para la salud, tengamos que aceptarlos como
imperativos sociales. Por esa
regla de tres tendríamos que
aceptar que se pudiera conducir vertiginosamente. Se tiene
que restringir el exceso de velocidad para protegernos de
los accidentes. En este caso
es igual.

—¿No le parece que hay
más quejas por el ruido y los
desperdicios que provoca el
botellón que por la salud de
quienes lo practican?

—Allá la conciencia de cada
uno. A mi me preocupa, como
responsable sanitaria, el daño
que pueden estar trasladando
estos consumos masivos concentrados en fines de semana.
Tarnbién hay que decir que no
todos los jóvenes que van al
botellón beben igual. Pero
lo preocupante es que se
convierta en una situación
de socialización, de buscar
amigos, de ligar. La convocatoria masiva para divertirse alrededor del alcohol me parece terrible.

—¿Es favorable a desarrollar un incremento de las
políticas de reducción de
daños?

—Lo que no se puede negar
es la realidad y lo que pensamos es que no se puede actuar
sin conocer la realidad. Todo
aquello que demuestre su eficacia para disminuir el daño
tenemos que incorporarlo en
la terapéutica y con carácter
general. Las experiencias
han dado muy buenos resul-
tados. Fundamentalmente
con los heroinómanos. Debemos conservar la salud
y no descartaremos por un
puritanismo que no sé a qué
conduce técnicas que pueden
beneficiar al drogadicto.

—Romay Beccaría, enton-
en ministro de Sanidad,
dijo que era preferible un
whisky a un porro. ¿Usted
qué dice?

—Depende de quién lo tome.
Los dos son malos si los toma
un adolescente. Son sustan-
cias que le pueden producir
daños importantes.

—¿Ha tenido alguna expe-
riencia con drogas ilegales?

—No, yo nunca tomé.

—¿Ni como Clinton, que no
se tragó el humo?

—Bueno, yo he consumido ta-
baco, pero lo dejé hace doce
años. Las sustancias que lla-
man ilegales no me atrajeron.
Estaba en otros ámbitos de la
vida. En la política.