Doce años lleva este franciscano dedicado en cuerpo y alma a rescatar a quienes se encuentran al borde del abismo. Se vinculó a Proyecto Hombre en los años duros de la heroína, cuando ser toxicómano era un pasaje directo a la marginación, el sida y, en centenares de casos, la muerte. Ahora, se enfrenta a una nueva realidad: el espectacular incremento del consumo de cocaína. Jesús Hernández ha sido director de Proyecto Hombre en Murcia desde 2002. Desde enero, es también el presidente nacional de esta organización.
– ¿Cómo nació su vinculación con Proyecto Hombre?
– Empecé como voluntario hace doce años. Proyecto Hombre nació en Murcia de la mano de la Confederación Española de Religiosos. En aquel tiempo, la anterior directora planteó buscar un piso de acogida para aquellos que no tenían apoyo familiar. Empezó siendo un piso de hombres y ahora tenemos ya uno mixto. Así comenzamos a funcionar, y cuando a la anterior directora la reclamaron desde su congregación, es cuando se me plantea que asuma la dirección.
– En estos doce años, ¿cómo ha evolucionado el perfil del toxicómano? Proyecto Hombre habrá tenido que ir adaptándose…
– Claro. Proyecto Hombre ha ido evolucionando en función de la demanda que íbamos recibiendo. En los primeros años el perfil era el del heroinómano, marginado de la sociedad, con un consumo compulsivo y diario, que le impedía cualquier tipo de actividad más allá de buscar la droga, consumirla y pasar el síndrome de abstinencia posterior. Ahora tenemos otro perfil, el de una persona normalizada que usa la droga en ambientes muy concretos, lúdicos, pero que es capaz de dar una imagen aparentemente normalizada ante la sociedad. Por un lado son personas con más recursos personales y con más apoyo, lo que facilita las cosas, pero también tiene una parte negativa, y es la dificultad que tienen para percibir que el consumo es problemático, porque la cocaína es una droga que le hace sentir bien. Si es tímido siente que es más extrovertido. Si quiere pasárselo bien le hace disfrutar más…
– ¿Eso complica las cosas a la hora de abordar el problema?
– Todo eso es una dificultad, porque nosotros trabajamos con la motivación personal. Una persona puede venir al centro obligada por su familia, pero si no logramos que se motive, se va a los dos días. Con la heroína era más fácil, porque el usuario se daba cuenta casi desde el primer momento de que necesitaba la droga y de que esa sustancia le estaba matando. Con la cocaína, no ocurre eso. En algunos sitios parece que si no consumes no eres una persona normal. Eso, en determinadas edades como la adolescencia, pesa mucho. Con la heroína, en cambio, se planteaban que entraban en Proyecto Hombre o se morían. Ellos hablan de la experiencia de tocar fondo, el momento en que se dan cuenta de que tienen que tomar una opción: o suicidarse progresivamente o meterse en un proceso de desintoxicación.
– Pero eses momento en el que se toca fondo también puede llegar con la cocaína…
– Sí se produce. Pero no se percibe de la misma manera que estás en un callejón sin salida. Aunque, claro, llega un momento donde te das cuenta de que estás perdiendo a tu familia, de que en el trabajo ya no eres capaz de concentrarte. Porque la droga, aunque al principio pueda parecer que ayuda a rendir más, afecta a nivel físico. Te das cuenta de que cada vez tienes menos dinero, porque lo usas para la droga.
– Es evidente que algo está fallando en la lucha contra la droga. ¿Qué es lo que se está haciendo mal, o se está dejando de hacer?
– Hay que ver cómo podemos reducir la oferta, y en ese sentido todo lo que sea el control del tráfico de drogas es poco, y hay que analizar también cómo podemos reducir la demanda. Y ahí debemos ir en la línea de educar a los jóvenes en valores, en proyectos de vida que les protejan. También hay que apoyar a las familias en esta labor, porque el problema es que en estos momentos quien educa a los jóvenes son, en el mejor de los casos, ellos mismos, el grupo de iguales, o los ambientes externos. En estos momentos ni la escuela ni la familia son un referente para el joven. Antes, por ejemplo, las parroquias eran un espacio educativo. Hay que buscar que se muevan en ambientes que no tengan nada que ver con la droga, vincularlos al ambiente deportivo, a un ocio sano.
– La impresión generalizada es que es muy difícil que alguien salga de la droga…
– Es difícil, pero es posible. Nuestra experiencia es que en torno al 15% de las personas que inician el tratamiento lo terminan, y de ese 15% se mantienen sin consumir a lo largo del seguimiento posterior casi un 90%. De la droga se puede salir. Falta que se encuentre el espacio vital idóneo y que haya recursos que puedan ayudar a la persona. Lo que sí es cierto es que es más difícil salir sólo -no diré imposible- que si se recurre a la familia o a instituciones como la nuestra. Normalmente la gente que llega a nuestros centros es porque es consciente de su problema con la cocaína o la heroína, o incluso con el alcohol. Alguno hemos tenido sólo por cánnabis, pero muy pocos. También hemos tenido usuarios con problemas de adicción al juego. Habrá que afrontar la ludopatía, y especialmente la relacionada con las nuevas tecnologías.
– Y con el móvil…
– Y con el móvil. Estuve hace poco en una tienda, y había un adolescente que acudió con su móvil estropeado. El dependiente le dijo que tardaría dos o tres días en arreglarlo, y el chico se puso histérico. «Me tenéis que dejar un móvil, porque no puedo estar sin él», decía. La de años que hemos vivido sin móvil, y ahora…
– En estos doce años ha debido tener multitud de experiencias y momentos complicados. ¿Recuerda alguna vivencia que le haya animado a seguir adelante, a sentir que lo que hace merece la pena?
– Un caso muy llamativo es el de tres hermanos a los que tratamos durante años por consumo de heroína. Los tres han recibido el alta terapéutica y los padres colaboran con nosotros como voluntarios. De alguna manera, hemos sido el punto de apoyo para esa familia.