No tienen nombre y hasta hace poco tampoco sabían quienes eran. Rotos, frustrados, confundidos, algunos llevan años arrastrando la resaca de un problema del que se han sentido a la par víctimas y verdugos. Ninguno de ellos terminó por ahogar sus problemas en el alcohol, pero el alcohol casi les ahoga a ellos. Su testimonio surge de cara a la pared, para proteger a sus seres queridos, como parte de un código deontológico que en buena medida les ha devuelto la vida, la serenidad y sobre todo el saber que más allá de los gritos, las peleas, la búsqueda obsesiva de las botellas escondidas en cualquier rincón oscuro de su casa, ellos siguen siendo personas. Con un nombre, aunque ahora no quieran revelarlo.

Estamos en las instalaciones donde se reúnen los miembros del grupo «Luz y vida», un grupo de familiares de Al-Anon. Hay más delegaciones de Al-Anon en Jerez, pero esta de la barriada de La Plata, con una veintena de asistentes fijos, es la más antigua. La secretaria, Carmen, explica que Al-Anon es una comunidad hermana de Alcohólicos Anónimos, pero a la vez independiente. «El primer grupo surgió en el año 35, en EEUU. Cuando los Alcohólicos Anónimos estaban reunidos, los familiares en un salón contiguo esperaban a que estos terminaran su reunión. Hablaban de sus problemas, de sus experiencias, del sufrimiento… Y ahí empezó todo».

Pablo no se llama Pablo pero elige este nombre «que siempre me gustó» para ocultar el suyo y con ello los problemas que un posible reconocimiento pudiera acarrearle a la persona que más quiere: su mujer. Sabe lo que es ocultar y sentirse culpable por ello. De hecho, desde que entró en Al-Anon, hace ahora siete años, ha aprendido muchas cosas. «La enferma alcohólica es ella, mi mujer, reconoce abiertamente. Llegó a los grupos exactamente igual que yo, hace siete años y ya se está recuperando aunque el alcoholismo es una enfermedad que no se cura sino que se para».

Pese a que ahora disfruta de sus 25 años de matrimonio en completa serenidad, Pablo arañó un límite en el que vivir con su mujer bajo el mismo techo era «un infierno terrible. Ella bebía cada vez más, cada vez más, no lo podía parar». También aprendió a reconocer y odiar las mentiras. Y a mentir por ella. Toda una paradoja. «Pero es que esto es así, es un contagio familiar. De alguna manera los familiares estamos contagiados por el alcoholismo, por la enfermedad. Y el alcohólico lo que hace generalmente es ocultar y por supuesto mentir. Si la cogía bebiendo lo negaba. Tenía que hacer de padre y de madre, me dedique a tapar la enfermedad de mi mujer». Pablo hace una pausa y respira hondo. «Lo hacía por el que dirán por ese tipo de sentimientos que sentimos un marido o un padre. Yo lo ocultaba todo y lo negaba todo, al igual que ella. Por eso digo que en ciertos aspectos el alcoholismo es un contagio familiar».

Por entre las palabras de estos familiares se filtran los reproches, las peleas, la exasperación y la impotencia. Mari retoma el turno de palabra para contar su historia. «Al principio no me di cuenta de que él era un alcohólico. Eso lo ves después con las actuaciones que tiene. Algo va mal. Supe que mi marido estaba enfermo cuando vine a Al-Anon. Cuando ya te explican que es una enfermedad. Pero el primer día tampoco te vas diciendo, «uy pero si es verdad», es un enfermo. Se necesitan unas cuantas reuniones. Aunque a mi muy de sorpresa no me cogió porque cuando una persona hace un desavío en la casa y después se echa a llorar y se arrepiente te das cuenta de que no ha sido él, que ha sido la bebida. Estuve así seis años. Como si estuviera en un túnel oscuro y no viera salida por ningún sitio. Es horroroso».

El marido de Mari, «mi enfermo», como ella le llama, lleva casi un año sin beber y es ahora cuando Mari empieza a comprender algunas cosas. «Me dice que al principio bebía y tenía el motivo, porque le daba vergüenza ir a un sitio, pues me tomo una copa y se me quita el corte, que si luego una copita para el frío. Pero es que últimamente ya no necesitaba ni la copa para el frío, ni la copa porque le daba vergüenza. La copa le llamaba».

A diferencia de su compañera Mari, Inma supo siempre lo que estaba pasando en su casa. El alcohol se había instalado allí como un tirano indestructible.»Mi marido no podía pasar ni un solo día sin beber. Era un hombre el que salía sin alcohol y otro el que volvía bebido. Nunca sufrí maltrato físico, pero psicológico muchísimo. Le ofrecí ayuda para acompañarle a Alcohólicos Anónimos, pero no quería. Nunca quiso.

Inma habla con la voz ahogada. Llegó a tocar fondo «porque el contagio fue tan grande que me anulé como persona, no veía a mi alrededor nada más que la obsesión del alcohol, era lo que tenía encima y delante de mi». Finalmente fue ella quien decidió dar el paso en busca de una salida. «Se lo comenté a mi marido y me dijo que hiciera lo que quisiera. Al dar el paso y entrar en Al-Anon yo no tenía fuerzas para seguir adelante. Este programa me ayudó a comprender al alcohólico y en mi casa se empezó a vivir de otra forma, se empezó a respirar un poco de tranquilidad». Ahora su marido está mejor, pero Inma no piensa en abandonar Al-Anon. «Forma parte de mi vida y seguiré aquí porque tengo otro familiar en Alcohólicos Anónimos», confiesa.

En la experiencia de Carmen, ahora secretaria del grupo, se funden las expectativas de un vida feliz con una realidad impensable para una mujer que acaba de contraer matrimonio con el hombre al que quiere. «Todo tenía que ser de color de rosa, explica, pero conforme fueron pasando las semanas y los meses me daba cuenta de que algo no funcionaba. Él bebía y yo empezaba a preguntarme por qué, a estar mal conmigo misma. Cada vez que iba a entrar en casa, me preguntaba, ¿cómo vendrá? Muchas veces tan solo por la forma de abrir la puerta ya sabía como iba a venir pero es que me llevaba toda la mañana inquieta, nerviosa, esperando ese momento. Y si venía bebido yo le formaba un cacao».

La ira y el resentimiento se fueron acumulando y empezaron a convivir con unos sentimientos contradictorios de amor-odio a los que Carmen daba vueltas constantemente. «Empezaba a preguntarme que por que él no dejaba de beber, por qué me hacia daño, si se supone que éramos una pareja feliz. Empecé también a sentirme culpable porque decía, bueno, a lo mejor es que él no estaba preparado para casarse y de alguna manera le he forzado. Otras veces me decía ¿Y yo qué culpa tengo? Me sentía agobiada y a pesar de todo cuando mi familia me hacía algún comentario sobre la situación yo le justificaba. Estando con él a solas en casa lo condenaba. Mi vida giraba alrededor de él. Yo en aquellos momentos no era nadie. Me sentía una inútil. Tuve que venir aquí para sentirme hábil, para sentirme persona. Cuando llegué me dijeron que lo que yo tenía que hacer era concentrarme en mi y no estar tan pendiente del alcohólico». Carmen no sabía hasta que punto le afectaba el alcohol, pero sabía que tenía dificultades y no paró hasta hallar una solución. Entonces no tenía conocimiento de que existieran grupos de ayuda, «pero busqué en la guía telefónica, llamé al número de Al-Anon en Cádiz y me pusieron en contacto con Jerez. Así llegué hasta aquí».

Las palabras de Carmen resuenan todavía en nuestra mente cuando entra Juan. Es otro de los integrantes del grupo. Conoció a su enferma cuando ya tenía problemas con el alcohol. Y trató de explicárselo. «Mira, le decía, tú caminas por el bordillo a punto de caer al abismo. Yo voy más metido en la acera y es mas difícil que yo caiga, pero tú debes tener cuidado». Con el tiempo, esta mujer llegó a convertirse en su esposa. Pero las cosas no cambiaron y si lo hicieron, fue a peor. «Vives tanto de lo que hacen como de lo que dejan de hacer. Yo le entré mucho al trapo. Ellos cuando beben se dirigen a ti y como te conocen mejor que nadie pues pinchan los puntos débiles que te hieren. En aquel momento yo no veía a mi mujer sino a un mal bicho. Entonces llegué a las barbaridades más grandes del mundo, aunque yo era consciente, tenía los cinco sentidos puestos en la realidad y ella estaba alterada por el alcoholismo. Un día di el paso de llamar por teléfono a Al-Anon al 676 78 16 22 y esa llamada fue la más importante de mi vida. Aunque ella sigue en activo mi vida va mucho mejor», afirma convencido. Ninguno de ellos le echa la culpa a la sociedad. «Hay personas más débiles que otras», aseguran. Tampoco es cuestión de buscar culpables, sino de recuperar a las personas que quieren. Poco a poco. Que cuando ellos les dirijan la palabra no sea el alcohol quien les conteste.