Todavía hay mucha gente que insiste en defender el consumo de drogas. Paco Nieva, excelente dramaturgo, acaba de decir que «he escrito todo a base de porros», sin pensar el daño que está haciendo a muchos. La edad en que los menores empiezan a consumir es cada vez más baja: en España, los 14,7 años, cuando los chavales son todavía unos niños. Desde ese momento, muchos jóvenes se enganchan para siempre a droga y demasiados acaban muertos antes de cumplir los treinta.

El cannabis, dicen algunos, es la droga de «la tolerancia, la solidaridad y el buen rollo» y, desde algunos observatorios, se pretende vender su efecto terapéutico. El consumo entre estudiantes de la Comunidad de Madrid ha crecido un 5% en menos de dos años.

Uno de los periódicos médicos más prestigiosos, el de la Asociación Médica Americana, publicaba recientemente un estudio sobre los «hogares acogedores» para reparar los daños de la cocaína prenatal.

En esa realidad, incontestable, se debería pensar antes de hablar. Dice el estudio que los niños que se educan en esos hogares «reparadores», intelectualmente estimulantes, se recuperan mucho mejor que los que siguen viviendo con sus padres drogadictos. La droga no libera; la droga mata. Y contra ella hay que luchar con todas las armas, las de la prevención, las de la información y las de la prohibición. Como sucede con el tabaco.