Homer Simpson, el padre de la amarilla familia americana, bebe a diario litros de cerveza en el bar de Moe. Su hijo Bart alguna vez ha tonteado con el tabaco. El pequeño Stewie -de «Padre de familia»- sufrió en una ocasión los efectos del cannabis junto a Meg y ha pasado algún capítulo desintoxicándose de la heroína en una parodia de «Trainspotting». «Brian» (el perro blanco) ha acabado vomitando en el baño tras una excesiva ingesta de gin tonics. El robot de «Futurama» padece síndrome de abstinencia cuando le falta el alcohol con el que funciona.

Son algunos ejemplos de cómo, en clave de humor, con ironía o parodia -y más o menos dosis de crítica-, las drogas aparecen con frecuencia en las series americanas de animación más populares entre los jóvenes, pero, ¿producirán estas series un efecto de normalización o incluso incitación al consumo de drogas? Esto es lo que se preguntaron recientemente los estudiantes de Psicología de la Universidad de Oviedo durante un a taller práctico dedicado a analizar la cuestión, dirigido por Andrés Alfaro y David Mari, estudiante de quinto y doctorando de la Facultad, respectivamente.

Y comenzaron poniendo la lupa sobre la arquetípica familia Simpson, la consagrada serie que refleja los problemas de una familia de clase medio-baja americana al afrontar el tema de las drogas, que ha sido premiada recientemente con los galardones «Prism» -que reconocen programas, películas y cómics que denuncian el uso adictivo de drogas, alcohol y tabaco-. Alfaro recuerda que es la primera serie de animación que ha marcado una forma de afrontar el tratamiento de estos temas siendo niños y adolescentes los principales seguidores de la misma. Por ello, «tiene diferentes formas de interpretarse, dependiendo del conocimiento del espectador sobre los temas».

Los padres -Marge y Homer-, dice, aparecen como controladores del consumo. En cambio, en Padre de familia, una serie más reciente, pero no menos exitosa, a veces cambian los papeles: cuando los padres de Stewie deciden en un episodio buscar «inspiración» en la marihuana para componer canciones, es su hijo quien les advierte de que no serán más creativos por ello y que «les dejará el cuerpo hecho una braga». Según Alfaro, esta visión es «más desenfadada y cómica, ridiculiza el consumo y sus formas, sin un discurso moralista, sino más bien invitando a la persona a decidir».

No obstante, en su afán cómico, y aunque buscan dar información y apelan a la responsabilidad, a la vez «muestran un consumo despreocupado, incluso procedimientos poco comunes desconocidos por muchos adolescentes -como Peter consumiendo crack o el monstruo de las galletas preparando una base de pasta de galletas-», explica Alfaro.

Alejándonos cada vez más de los caracteres humanos aparece Futurama, para Alfaro «la serie que continúa el espíritu de los Simpson». Según él, específicamente cuidadosa en sus referencias al consumo, por ejemplo, «al no identificar drogas concretas y, sobre todo, al centrarse más en los motivos, efectos y soluciones que presentan las sustancias que se utilizan como drogas.

La falta de referencia a sustancias determinadas es otro de los valores a tener en cuenta a la hora de prevenir la incitación -en «Padre de familia» Meg y Stewie entran en la Casa Blanca y comentan ante unas dosis de cocaína: «Hay que ver lo organizado que es (Bush), tiene el azúcar organizado en líneas para el desayuno de mañana»-. Además de ser una forma de criticar el consumo de los políticos, es una forma de buscar mecanismos que no hagan alusión directa a las sustancias. «Futurama muestra, además, que el consumo de drogas no es algo particular de nuestra época y enseña que aunque sustancias y modos de consumo cambian, las motivaciones, problemas y situaciones que llevan a consumir dependen de la persona y sus vivencias. Es quizá de las únicas series que tratan el consumo de drogas sin incitar, pero a la vez sin dar una visión moralista», afirma.

Quizá la más irreverente, la más políticamente incorrecta, -para muchos de las más divertidas por ácida y corrosiva- sea South Park. Alfaro cree que representa la voz crítica de los dibujos animados sobre casi cualquier temática social americana y «muestra la hipocresía de los Estados Unidos a propósito de la aceptación del consumo y de la información real que se ofrece de las drogas a los jóvenes americanos». La serie se muestra tremendamente realista, sin caer en la discusión sobre si las drogas son buenas o malas, sino que refleja otros problemas asociados al consumo, como la reacción de los medios o la situación social que acarrea, comenta Alfaro.

Estos jóvenes expertos constatan que las series realizan una profunda crítica a la doble moral -especialmente norteamericana- sobre las drogas. Aunque en ningún momento llegaron a concluir que pudieran incitar directamente al consumo, reconocen que, en ciertos casos, «cuando la ironía se puede interpretar incorrectamente, el mensaje puede resultar ambiguo y así no ayudan a la prevención». Incluso aunque de fondo estas series apelan a la responsabilidad, se produce en muchos casos una normalización del consumo, se muestran pautas y se descriminaliza la adicción a drogas legales.

Las series también reflejan cómo actúa la presión social cuando se trata de drogas. Pero Alfaro recuerda que estas producciones afectan según la edad: «A los 12 años no entienden nada, pero a los 15 o 16 ya saben que existe y pueden verse motivados por la curiosidad y puede representar los primeros pasos del consumo. No dejan de ser primeras experiencias de aprendizaje». De hecho, considera que muchos de los fragmentos se podrían utilizar para trabajar en la escuela en las edades adecuadas. David insiste: «Las series no son peligrosas en sí, depende de la educación que se tenga. Lo más efectivo es construir un espíritu crítico».