Los investigadores del grupo «Ácido fólico y alcohol», del Departamento de Fisiología de la Universidad de Sevilla, encabezados por la profesora Olimpia Carreras, llevan desde 1989 estudiando las alteraciones en el aparato digestivo que produce la ingesta abundante de alcohol. En los últimos años, además, han comprobado cómo las anomalías producidas por esta molécula nociva pueden ser transmitidas de madre a hijo/a.

Experimentando con ratas de laboratorio, los estudios demuestran que aquellos sujetos que son sometidos durante varios meses a la ingesta de alcohol, presentan una deficiencia de ácido fólico y por tanto cuadros de anemia, así como el funcionamiento debilitado de varias enzimas digestivas. Pero lo más preocupante de estas investigaciones es que estos efectos negativos sobre el organismo son trasladados a las crías incluso cuando la ingesta de alcohol no se produce durante el periodo mismode la gestación, sino antes.

Las crías obtienen el alcohol de su madre a través de la placenta y después durante el periodo de lactancia, presentando un cuadro de efectos muy significativos. Por una parte, sus órganos realizan una mala absorción de zinc y ácido fólico. Por otra, presentan enzimas antioxidantes alteradas. Y, finalmente, tienen un crecimiento deficitario de sus huesos. Es más, si la ingesta de alcohol se diera de una forma aguda durante el embarazo, los niños podrían presentar malformaciones o lo que se conoce como «Síndrome Alcohólico Fetal», lo que se traduce en retrasos en el crecimiento, disminución de la talla cerebral y anomalías en el corazón, riñón y otros órganos vitales. Según Olimpia Carreras «estos efectos tan alarmantes sólo se han dado en hijos de madres alcohólicas crónicas, aunque un consumo moderado de alcohol también puede provocar efectos negativos sobre la descendencia».

Actualmente, la Organización Mundial de la Salud define como alcohólico crónico a aquella persona que presenta un deterioro físico, mental o social grave. Sin embargo, otros estudios están perfilando un nuevo tipo de alcoholismo denominado Holiday Hearth Sindrome o «Síndrome de Fín de Semana», que consiste en consumir grandes cantidades de alcohol en días concretos de la semana y no diariamente, como suelen hacer actualmente los jóvenes con el fenómeno «botellón». Este tipo de consumo, además de poder acarrear coma etílico, pancreatitis o insuficiencia cardiaca, provoca en el sujeto dependencia y tolerancia hacia el alcohol. Esto significa que si ese patrón de conducta se sigue produciendo, cada vez necesitará ser saciado con mayores dosis de alcohol. El sujeto necesita beber más a menudo y más cantidad para reproducir los estados de euforia deseados. «A largo plazo, esta persona también puede convertirse en un alcohólico y, por tanto, el alcoholismo incidirá negativamente sobre su descendencia», concluía la profesora Carreras.