¿Había ganas de marcha en la Unidad Central de Estupefacientes? La decisión parece haberse tomado con ese arrebato eufórico de las borracheras. Bastaron un correo electrónico remitido el 25 de septiembre por un pastor evangelista al buzón antisectas de la Policía Nacional y menos de una semana de investigación para plantar en Asturias el día 30 del mismo mes a medio centenar de agentes, varias lecheras, drones —los vecinos refieren haberlos visto los días anteriores— y un helicóptero preparado para evacuar a los detenidos si fuera necesario.

Desde la cámara del dron, los policías habrán tenido una privilegiada perspectiva del poblado minero de Tuilla (Langreo, Asturias), apenas unos bloques de ladrillo visto en varias alturas, la carretera y la estación de tren al fondo del valle y, al otro lado, el castillete oxidado del pozu Terrerón. Bordeando la elevación que cierra el valle podrían volar sobre una empinada carretera que recorre el costado de la montaña. Llegará a las piscinas de La Braña, de donde parte una pista forestal que, al fin, conduce a los agentes al lugar de los hechos: esa es la finca en la que, según las sospechas de la policía, una secta neochamánica iba a realizar un peligroso ritual con drogas en presencia de menores. Ni la Policía Local de Langreo ni la Policía Nacional del concejo estaban al tanto de las pesquisas dirigidas desde Madrid, lo que generó una gran indignación en ambos cuerpos.