Hoy día a nadie se le ocurría dar a su hijo un vasito de Quina Santa Catalina, ese vino quinado que era medicina y golosina y que daba unas ganas tremendas de comer, como se “vendía” a los padres en los años 50 y 60. Pero tras esto, llegó el trocito de pan mojado en vino para merendar, el “culín” del vaso de Anís del Mono o la primera cerveza.

Y así, sorbito a sorbito, hemos ido normalizando el consumo de alcohol en los hogares durante las últimas décadas. Bebemos alcohol para comer, para cenar; bebemos para celebrar y bebemos para ahogar las penas; bebemos con la familia, con los amigos y, lo que es peor, bebemos en soledad.

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