«Siempre que tengo un rato libre me gusta ir al bingo a jugar a las máquinas tragaperras de fuera. Suelo ir sola. No fumo ni bebo. El juego es mi único vicio. Hay meses en los que he llegado a perder 600 euros. Miento a mi marido para que no se note la falta de dinero. Creo que él sabe lo que pasa aunque nunca hablamos de ello. A veces tenemos grandes discusiones». Es el testimonio de «María» -un nombre ficticio-, una mujer de Vila-seca.

María no ha pedido ayuda por su problema. Está entre el alto porcentaje de mujeres que, por vergüenza, no dan el paso de acudir a la consulta del psicólogo. Según el catedrático de Psicología Clínica de la Universidad del País Vasco Enrique Echeburúa, entre un 30 y 40% de las personas adictas al juego son mujeres, pero en las consultas de ayuda a la ludopatía ese porcentaje cae hasta el 10%.

Para Echeburúa -que dirige una investigación para comparar las características psicológicas del hombre y la mujer ludópatas-, la mujer tiene miedo a ser considera una «viciosa» y no una enferma. «En las mujeres, ser ludópata es un estigma social peor que en los hombres. Se considera que se están jugando el dinero de sus hijos, el que gana el marido para la familia», explica Echeburúa.

Para paliar la soledad

El perfil de la mujer ludópata es una persona de mediana edad, casada y con hijos. Los hombres juegan por la excitación en sí misma de jugar, por el riesgo. «Si ganasen siempre, no tendría gracia», dice Echeburúa. En el caso de las mujeres es distinto. Es un juego mucho más social, para hacer amistades. «Si vas a las seis de la tarde a un bingo, el público es sobre todo femenino. Es una forma de socialización», sostiene Echeburúa.

«Muchas mujeres que juegan se sienten deprimidas, ansiosas, solas. Ir al bingo o jugar les ayuda a superar la soledad, su malestar emocional», apunta como hipótesis de trabajo Echeburúa. Si el estudio que está realizando confirma esta idea, el tratamiento para las ludópatas debería ser distinto que el de sus «colegas de adicción» masculinos.

Paradójicamente, las mujeres acompañan a su marido a las consultas si él tiene problemas por el juego. En cambio, la mujer suele acudir en solitario, apunta el catedrático de Psicología Clínica.

Muchas mujeres -y hombres- echan alguna moneda a las tragaperras ocasionalmente. «No juego habitualmente a las máquinas. Cuando quedo con mis amigas para desayunar o tomar café en la cafetería, a veces echo lo que me sobra del cambio o algunas monedas sueltas que tengo», cuenta una vecina de Torreforta, «Juana», otro nombre ficticio.

¿Es «Juana» una ludópata en potencia? La frontera está en si puedo controlarlo o no. «Cada uno usa su libertad como quiere y se puede jugar de una forma social. El problema está en si deja de ser una afición, si emplea más tiempo o gasta más dinero del que puede asumir. Si pide prestado dinero o ya no puede pagar el colegio de los niños. Si interfiere en su vida cotidiana o juega para intentar recuperar lo perdido», responde Echeburúa.

En muchas ocasiones, la propia ludópata «se autoengaña, cree que lo tiene bajo control y no comenta su problema a nadie», explica Echeburúa. Por eso, es clave que la mujer reconozca que es adicta y se dé cuenta de que las tragaperras no son un buen negocio para los jugadores.

Como concluye un tercer testimonio anónimo, esta vez de Tarragona: «Me gusta ir al Bingo algunos fines de semana. Me entretiene. Paso un rato divertido, pero que conste que no soy una ludópata. Suelo ir sola o con una amiga. A las tragaperras apenas juego porque siempre se pierde dinero».