En la actualidad, el consumo de drogas aparece como un elemento “completamente integrado” en la cultura social y de ocio de nuestro país, y se ignoran “o se quieren ignorar” los efectos negativos. Así lo ha expresado el director técnico de la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD), Eusebio Megías, en el marco del IV Congreso Anual FAD Sociedad, familia y drogas.
El responsable de esta organización alertó sobre el aumento del número de consumidores, de la creciente integración de los perfiles de éstos y de la presencia de drogas en todos los grupos sociales. Así, afirmó que las drogas “son percibidas como buenas, normales, si están destinadas a la diversión, pero resultan inaceptables o anormales si invaden otros espacios”. Además, dijo que el consumo de drogas “llega a articular los estilos de vida juveniles”, lo que, unido a la extensión del tiempo de ocio, hace que crezca “exponencialmente” el consumo de estas sustancias.
Por su parte, el sociólogo y presidente de la Fundación Atenea, Domingo Comas, se refirió al estudio Las comunidades terapéuticas en España. Situación actual y propuesta funcional, que concluye que los drogodependientes que atienden los centros de rehabilitación son adictos, en el 38,7 por ciento de los casos, a la cocaína; en el 22,5 por ciento de los casos, al alcohol (adicción que está aumentando); y en el 24,9 por ciento de los casos, a la heroína (adicción que está en retroceso).
El sociólogo Fernando Conde, por su parte, hizo hincapié en la necesidad de entender el consumo de drogas “desde la vivencia y la experiencia de las generaciones juveniles, como un espacio motivacional y socioculturalmente inscrito en el mundo del consumo”. Por esta razón, señaló que es necesario “realizar un esfuerzo para repensar las estrategias de prevención” y las de intervención en el campo de las drogas.
En este sentido, el catedrático de Sociología de la Universidad de Deusto, Javier Elzo, afirmó que en estos momentos “predomina lo subjetivo sobre lo objetivo; la fiesta sobre la formación y el trabajo; la deconstrucción sobre la construcción; y la responsabilidad diferida sobre la autorresponsabilidad”, a lo que se une la prevalencia del individualismo.
A estos rasgos definitorios, habrían de unirse otros “valores de riesgo”, añadió Elzo, como “la competitividad, el afán de experimentación, el inmediatismo, la enfatización de la autonomía y, también, aunque a priori parezca paradójico, la intensa necesidad de integración”.