Julia atraviesa las galerías de la prisión empujada del brazo por una carcelera. “Usted sabe muy bien por qué está aquí, sabe muy bien lo que hizo”, le recrimina, mientras continúa tirando de ella. Llega embarazada y será confinada en un módulo de madres. Convivirá con otras mujeres que tienen criaturas hasta que se han de separar de ellas para que los niños y niñas no se vean seriamente afectadas por el régimen carcelario. Uno de los primeros ejercicios de poder de esta institución total será, precisamente, la clasificación de los y las presas en módulos según su sexo-género mostrando así cómo el género estructura el sistema carcelario, según afirma Angela Davis en Democracia de la abolición (Trotta, 2016). Las prisiones son aparatos que reproducen el binarismo de género, en el acto de separar a hombres y mujeres, situando en una posición problemática a las personas trans. Luego vendrá todo lo relacionado con las masculinidades y feminidades hegemónicas, tremendamente exacerbadas en el espacio carcelario.

Julia, protagonista de la película Leonera (Trapero, 2008), es un personaje de ficción, pero pone cara a las 740.000 mujeres encarceladas hoy en día en el mundo, una cifra de Global Prison Trends 2021, que ha aumentado en 100.000 en los últimos 10 años. Sin embargo, ellas no suponen más de un 10 por ciento del total de la población penitenciaria global. Los castigos por excelencia para las mujeres nunca fueron el encierro carcelario, sino más bien psiquiátricos, casas de acogida o reformatorios, a menudo regentados por órdenes religiosas. Antes de que se instaurara la cárcel como institución de castigo en las sociedades modernas y capitalistas, los encierros de mujeres ya se habían desplegado para las desviadas, las caídas, juzgadas más en términos morales y religiosos que según los parámetros de una ciudadanía que solo a trompicones ha reconocido a las mujeres. Ellas son las Antígonas, las que desobedecieron, encalladas bajo las piedras que desgajó el terremoto, tal y como relata la tragedia griega que las presas de Santa Martha Acatitla (México) resignifican para dar cuenta de sus experiencias.

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