Escaso rendimiento escolar, pérdida de interés por actividades de ocio o deportivas, abandono de los hábitos de higiene y constantes conflictos con los padres. Son algunos de los comportamientos más característicos en un joven que consume cannabis de forma asidua. Los mareos, la risa tonta, los ojos rojos, taquicardias y problemas de memoria son también señales físicas que, a menudo, hacen saltar las alertas en las familias, que viven angustiadas una situación que, sienten, se les escapa de las manos. Para ayudarles, un equipo de psiquiatras y psicólogos del centro de tratamiento de toxicomanías de Álava trabaja en un programa pionero que ayude a los menores a desintoxicarse de esta droga.

Esta es una problemática que por lo general se obvia y oculta pero que puede degenerar en consecuencias graves para los chavales. Hace unos días, el propio Ararteko afirmaba que el 45% de los escolares vascos mayores de catorce años ha probado el hachís en alguna ocasión. Según el Centro de Documentación y Estudios SIIS, un 10,4% de los chavales de la comunidad autónoma de entre 15 y 19 años -lo que supone unos 100.000 jóvenes- lo consume de manera habitual.

Ante estos datos, los consejos y recomendaciones, aunque necesarios, se quedan a menudo escasos. De ahí la puesta en marcha de este proyecto, denominado ACRA, que surgió en la Universidad de Oviedo a través del Centro de Investigación Biomédica en Red de Salud Mental (Cibersam) y que se desarrolla a la vez en seis centros de Asturias, Galicia, Cataluña y País Vasco -únicamente en Vitoria-. El equipo local formado por el psiquiatra jefe del centro, Víctor Puente, el doctor en Psicología Juan Llorente y la psiquiatra Ainara Jiménez comenzaron su puesta a punto en enero de 2009. Desde entonces, han desarrollado las líneas generales de trabajo, que prevén concretar en breve.

70% de éxito

«Estamos esperando el visto bueno de la comisión de bioética y ensayos clínicos, que confiamos recibir este mismo mes de mayo, para dar el siguiente paso», señala Llorente. Ese será la puesta en marcha del tratamiento, que se aplicará por primera vez con una docena de chavales cuyas edades oscilan entre los catorce y los dieciocho años.

Para ello, cuentan ya con varias familias dispuestas a participar en un programa destinado a lograr la abstinencia de sus hijos. Pero no sólo del cannabis, sino de «otras drogas con las que también coquetean, como la cocaína, la ketamina o el consumo abusivo de alcohol», explica Jiménez.

Un objetivo ambicioso en el que trabajarán a lo largo de catorce sesiones de psicoterapia en las que, además de controles periódicos de orina, se mantendrán reuniones con los adolescentes, luego con sus progenitores y, posteriormente, con unos y otros a la vez. En esos encuentros se abordarán diversos aspectos. Desde comprobar las «habilidades de comunicación de los menores» hasta «promover que emprendan otras actividades distintas a las que hace con su grupo de amigos consumidores» o «abordar cómo se llega a esa práctica nvoica», glosa la psiquiatra. En cuanto a los adultos, los especialistas harán hincapié en la importancia de «no centrarse en las discusiones, la resolución de problemas o la importancia de elogiar características de los chavales», agrega.

Pese al entusiasmo por llevar a la práctica el novedoso programa, el equipo de profesionales es consciente de que su reto es complicado. En buena medida porque «en esas edades, el nivel de motivación para dejar la droga es muy bajo. Resulta difícil que se impliquen porque no perciben que puede irse todo al garete. Normalmente, hasta que no pasan unos tres años desde que se inicia el consumo habitual no se dan cuenta», asume Llorente.

Retomar la vida

También saben que los resultados en este campo no siempre se logran al cien por cien. Aún así, la experiencia americana con dicho tratamiento invita al optimismo. «Al probarse en América, se obtuvo un 70% de abstinencia. Cualquier tratamiento de adicción no supera el 60% y el 40% son recaídas», reconoce el psicólogo.

Una vez que concluya esta primera experiencia -sus resultados se publicarán en revistas de investigación-, evaluarán la posibilidad de abordar una segunda fase en la que los participantes conozcan los efectos negativos de primera mano a través de otros afectados. «No les podemos incluir en este programa por su edad, pero nos vienen jóvenes de 22 años que ahora quieren retomar su vida, volver a los estudios o recuperar amistades. Es cuando se dan cuenta del problema. Antes, ni ellos ni las familias lo ven como tal», exponen.

Y es que, muchas veces, el mayor obstáculo al que se enfrentan es la percepción de que el cannabis es una realidad social. «Se ve menos problemático que otras sustancias. Hay una tendencia generalizada a minimizarlo. Nadie lo quiere reconocer o afrontarlo, pero hay que reflexionar acerca del porqué del incremento de su consumo entre los adolescentes y valorar sus repercusiones», enfatizan.

En este punto, los especialistas recalcan que cuanto más temprana es la edad de inicio, «mayor es la dependencia». Hasta el punto en que «puede derivar en deficiencias de la memoria y dificultades afectivas, potenciando la tristeza, la apatía o la depresión, y generar problemas de salud mental, respiratorios y motivacionales», recuerdan los expertos.