Una nueva clase de sustancias psicoactivas está creciendo en la sombra del mercado legal: los sedantes de diseño. Potentes, baratos, accesibles y, sobre todo, invisibles para buena parte de los sistemas de control y respuesta sanitaria, estas sustancias están diseñadas para producir efectos similares —o incluso más extremos— que los medicamentos sedantes clásicos, como las benzodiacepinas o los opioides.
Así lo destaca un reciente artículo publicado en Tripsitter, plataforma especializada en psicofármacos y reducción de daños. Bajo el título “Designer Sedatives: The Drugs That Make You Forget Who You Are”, el reportaje analiza el ascenso de estas nuevas drogas sintéticas, fabricadas en laboratorios clandestinos con leves modificaciones químicas respecto a moléculas ya conocidas. Su diseño evita que las autoridades puedan prohibirlas rápidamente, lo que las hace ideales para el tráfico digital y su venta como “productos de investigación” o fármacos falsificados.
Según el artículo, hay dos grandes familias de sedantes de diseño que preocupan especialmente: por un lado, las benzodiacepinas de diseño (o DBZDs), y por otro, los opioides sintéticos. Las primeras son versiones alteradas de medicamentos como alprazolam (Xanax), diazepam (Valium) o clonazepam (Rivotril), pero con perfiles mucho más potentes, de acción más rápida y más larga duración. En el mercado clandestino abundan compuestos como flubromazolam, clonazolam, etizolam o deschloroetizolam, con efectos profundamente sedantes, amnésicos y despersonalizantes. Por su parte, los opioides de diseño —como los análogos del fentanilo— siguen un camino similar, imitando o superando los efectos de los analgésicos más potentes del mercado legal, con dosis activas tan pequeñas que se miden en microgramos.
Uno de los principales riesgos, según Tripsitter, es que estos sedantes están siendo usados sin conocimiento médico, sin control de calidad y sin información fiable sobre dosis o efectos secundarios. Las personas que los consumen —ya sea para dormir, desconectar, automedicarse o experimentar— se exponen a consecuencias impredecibles. Una dosis ligeramente más alta de lo previsto puede desencadenar pérdidas de memoria, comportamientos automáticos (como conducir o salir a la calle sin consciencia), apagones mentales de varias horas o incluso fallos respiratorios.
Otro factor alarmante es la facilidad de acceso. Estas sustancias pueden adquirirse en sitios web con apariencia legítima, a menudo etiquetadas como “químicos de laboratorio” o “no aptos para consumo humano”, lo que permite a los vendedores eludir responsabilidades legales. El usuario promedio, muchas veces sin experiencia, puede consumir una benzodiacepina de diseño creyendo que es un ansiolítico estándar. Pero la realidad es que estos compuestos, al carecer de controles, pueden variar enormemente de una muestra a otra. Algunos comprimidos pueden contener dosis letales. Otros, estar mezclados con opioides o fármacos adulterados.
El artículo también señala que la respuesta institucional es muy lenta frente a esta nueva ola. La mayoría de estas sustancias no están fiscalizadas porque aún no figuran en las listas internacionales de drogas controladas. Mientras tanto, personal de urgencias y profesionales de salud mental muchas veces desconocen su existencia, lo que complica aún más la detección, el tratamiento y la prevención de efectos adversos.
Tripsitter insiste en la necesidad urgente de aplicar medidas de reducción de daños. Entre sus propuestas, destacan el etiquetado fiable de sustancias, servicios de testeo, formación específica para profesionales de la salud, y acceso a información clara para las personas consumidoras. Además, se propone adaptar los protocolos ya existentes para el manejo de benzodiacepinas y opioides tradicionales, reconociendo que estas nuevas sustancias pueden requerir intervenciones más rápidas y especializadas.
Más allá de lo químico, el artículo plantea una reflexión social más amplia: ¿por qué crece la demanda de sustancias que no nos hacen sentir más, sino todo lo contrario? Los “sedantes de diseño” no expanden la conciencia como los psicodélicos. La suprimen. Funcionan como un botón de apagado. Una vía rápida para dejar de pensar, de sentir, de recordar. En un contexto marcado por la ansiedad, el estrés crónico, la precariedad emocional y la falta de acceso a atención psicológica real, estas sustancias pueden verse como un refugio para quienes ya no buscan placer, sino olvido.