Hemos entrado plenamente al siglo XXI acompañados por los más diversos estilos de vida, que por una parte, nos invitan a mirar hacia adelante para rendir culto a la novedad y al cambio, pero por otra, también nos demandan una actitud indiferente hacia las creaciones que no correspondan «o, mejor dicho, que correspondan en «negativo»» con los valores modernos que aseguran el bienestar social; y así como forjamos categorías para nombrar los logros y avances sociales, también forjamos denominaciones para designar los problemas sociales, aquellos acontecimientos o fenómenos que se escapan del control y que, incluso, incomodan.

Con los parámetros del modernismo, se apostó por el progreso, a la tensión en el futuro y en la exacerbación de la ciencia como estrategia para humanizar la naturaleza. El mundo vivido es un mundo pensado, conocido, evaluado, ubicado en un orden de tiempo y espacio; pero también, el mundo vivido es un mundo encerrado en sí mismo, envuelto en el racionalismo que ha terminado por condenar la racionalidad al dogmatismo de los cuerpos estáticos que decoran la sala de nuestro pensamiento, donde la lógica de la distribución del buen gusto, definida por procesos de categorización social, marcan, a su vez, los límites decorativos del espacio posible de la razón. Un espacio hecho de orden que pretende petrificar su forma, porque, desde su sentido estructural moderno, esta tendencia posibilita la contención y la verificación de la realidad: el orden es sustancia que solidifica y materializa la volatilidad de lo cotidiano.

Desde esta perspectiva, todo aquello que puede ser pensado o sentido es accesible de ser evaluado o valorado, es decir, de ser descompuesto o desestructurado en sus cualidades físicas, intelectuales o morales atribuibles de valor. La evaluación de un objeto o situación, implica per se la definición de la posición que se guarda respecto a ese objeto y, con ello, una serie de racionalizaciones; analógicamente, la razón actúa en el conocer como un pivote, por que funciona como la base, punto de apoyo o elemento principal de una perspectiva concreta de mirar: la objetividad. Los métodos con que evaluamos la realidad se pueden traducir como estilos de acercamiento a un objeto definido, de tal forma que la lejanía/cercanía que se establece entre el sujeto que evalúa y el objeto evaluado, representa lo que es el uno para el otro.

En la vida de quienes nos hemos interesado por las formas en que interpretamos la interacción humana y, particularmente, las manifestaciones psicosociales y antropológicas de los distintos usos de las drogas, suele haber ciertos momentos de una especie de reflexión contemplativa, en torno a la naturaleza de la producción intelectual, estado que hemos tratado de incorporar al corpus epistemológico de nuestra contemplación del mundo que nos rodea, aun a sabiendas del riesgo que, según Manuel Cruz comporta una reflexión de tal envergadura cuando afirma que, comprender no siempre es sinónimo de convertir en algo más confortable o algo más tolerable, pues en ocasiones, comprender lo que hay o lo que ocurre, significa reconocer su condición de insoportable.

En los territorios del conocimiento científico, el replantear la correspondencia que existe entre los mitos de verdad, que proporcionan formas ordenadas para comprender nuestro mundo, y lo que la experiencia nos muestra como lo real, ha sido el eterno retorno propuesto por la epistemología de la razón sensible, de la cual habla Michel Maffesoli. A partir del desencanto producido en esta constante búsqueda de la naturaleza del orden, se han encontrado los motivos necesarios para volver a mirar, aquello que anteriormente se había despreciado: lo cotidiano, lo ordinario, aquella lógica que estructura y recrea el sentido más común de la interacción de los sujetos, aquello que transita libremente por la validación de la razón, por el simple hecho de considerársele irrelevante.

Pero, ¿por qué las estructuras abstractas defensoras de la razón han marginado durante siglos la forma en que se constituye el conocimiento más ordinario, para explicar o comprender determinado fenómeno de la realidad, cuando su bases estructurales se encuentran cimentadas, precisamente en esa ordinalidad de lo cotidiano? ¿Qué tan objetivo puede ser el discurso científico de un especialista (psicólogo, psiquiatra, pedagogo, etc.) en drogodependencias, cuando el pensamiento de éste, ha sido construido desde referentes del sentido común (incluso, come, descansa, fuma, platica con estos referentes el mayor parte de su tiempo)?. Lo que resulta realmente irrelevante, incluso incómodo, para quienes detentan la verdad a partir de referentes científicos, es aquello que se encuentra más cercano a lo subjetivo, lo que varía con nuestros juicios, afectos, costumbres y todo aquello vinculado a las formas noológicas de interpretación. En este sentido Maffesoli, considera que existe una especie de alergia del sabio a las apariencias, a todas las cosas sensibles que tiende a despreciar porque no puede reducirlas a la pura intelectualidad: Su miedo es, esencialmente, el de un retroceso al caos primordial, que únicamente la razón puede y sabe ordenar.

En el estudio interdisciplinar de las drogodependencias es imposible dejar de reconocer que el consumo problemático de drogas, no sólo es una cuestión de las formas en que interacciona una sustancia tóxica con el sistema nervioso central del organismo, sino también responde a los estilos de interacción que se gestan en la comunicación intersubjetiva de los actores involucrados, incluso, como decía Jesús Ibáñez, en el plano noológico los conocimientos que tenemos sobre las drogas están en esencia soportada en las estructuras discursivas que la conforman, y afirmaba que, aun cuando parezca algo paradójico, el discurso de la droga está controlado por el discurso sobre la droga y que entrar en la droga «tanto en su contacto directo, como intelectual» es dejarse capturar por uno de los discursos sobre la droga.

Ante este panorama, cabe preguntar, entonces ¿Cuál debe ser el corte epistemológico a trazar en nuestra contemplación de las drogodependencias? Siguiendo de nueva cuenta a Maffesoli, podemos responder que se necesita desarrollar un pensamiento audaz que sea capaz de superar los límites del racionalismo moderno y, al mismo tiempo, de comprender los procesos de interacción, de mestizaje, de interdependencia que actúan en las sociedades complejas, tal como lo ha hecho en varios trabajos Edgar Morin. Los monstruos engendrados de las llamadas ciencias exactas, a los que hacía referencia Max Weber, han demostrado ya su incapacidad comprensiva en la condición noológica de las drogodependencias; su contemplación desde la mirada del pensamiento sensible, implica mirar a las drogodependencias desde sentidos más tolerables a los mundos que se conforman simbólicamente entre quienes abogan por los programas libre de drogas y de abstención, con el mundo simbólico y cultural en la cual las drogas ocupan un lugar privilegiado, pues como lo refiere este filósofo francés, , la descripción de los fenómenos sociales no tienen que ser únicamente un problema, sino también una plataforma a partir de la cual elaborar un ejercicio del pensamiento que corresponda, en el mejor de los casos a las audaces contradicciones de un mundo en gestación. . Las drogas han estado y seguirán estando entre nosotros, por lo que habrá que encontrar las formas más adecuadas para convivir con ellas.

No cabe la menor duda, que algunos cuestionarán la razón del por qué interesarse en una cosa tan rara en
estos tiempos como pudiera ser la reflexión epistemológica, cuando la demanda de la mayor parte de los especialistas insertos en la atención de las drogodependencias, apunta más hacia el conocimiento de los mecanismos pragmáticos que facilitan o vuelven más accesible la intervención en este campo. En tiempos en los que retribuye más actuar que reflexionar, el olvido progresivo del pensamiento complejo está estrechamente asociado, en el campo de las drogodependencias, a la cercanía que se hace de este fenómeno en función a lo que debería ser y no por lo que es. Retornemos la preocupación de Weber y soltemos la pregunta al aire: ¿Qué especie de monstruo epistemológico estaremos engendrando con esta forma de contemplar las drogodependencias?.

Hay que volver, con humildad a la materia humana, a la vida de cada día, sin buscar qué causa (Causa) la engendra, o la hace ser lo que es.
Michel Mafessoli, Elogio de la razón sensible

Alejandro Sánchez Guerrero
Coordinador paramédico. Diplomado en Culturas Juveniles y licenciado en Psicología Social por la Universidad Autónoma Metropolitana – Iztapalapa.
Candidato a Maestro en Psicología Social por la Universidad Nacional Autónoma de México.
Actualmente cursa el Experto en Drogodependencias en la Universidad Complutense de Madrid.