El consumo de drogas en personas con diversidad funcional es un hecho cada vez más frecuente y, al igual que sucede entre la población general, algunas de las personas con diversidad funcional que consumen drogas acaban desarrollando un trastorno por uso de sustancias (TUS). Esta situación es relativamente reciente y su abordaje representa muchas veces un desafío para los equipos profesionales de los servicios de atención a las drogodependencias y a la diversidad funcional.

El término Diversidad Funcional incluye a personas con diferentes tipos de capacidades que, por sus condiciones de salud física, intelectual o sensorial, entre otras, presentan limitaciones en la realización de las actividades básicas de la vida diaria y en su participación en la comunidad. En este artículo, cuando uso «Diversidad Funcional», me refiero únicamente a personas con discapacidad intelectual y del desarrollo (DID). Pese a que el término D.F no está aceptado por la comunidad científica muchas personas nos sentimos más cómodas utilizándolo dado que es el que eligió la comunidad del Foro de Vida Independiente para autodenominarse. Usando el término «Diversidad Funcional» tratamos de focalizarnos en las distintas capacidades de las personas. Es un término inclusivo y respetuoso.

Pero, ¿qué tipo de dificultades encontramos en la intervención con personas con DF y TUS?

En los centros de atención a personas con diversidad funcional se suele intervenir sobre otro tipo de problemáticas; que las personas usuarias consuman drogas es algo bastante novedoso y existe un desconocimiento general sobre el tema, por lo tanto, cuando se dan casos de consumo de drogas suelen faltar recursos y herramientas para poder dar una respuesta adecuada.

En general, desde los recursos de atención a la diversidad funcional no se tiene formación ni se conoce la red de atención a drogodependencias, lo que se traduce en derivaciones a servicios no especializados. Se interviene con los protocolos genéricos de centro, que no contemplan las características particulares del consumo de sustancias y, en un gran número de ellos, si la persona que consume drogas no logra la abstinencia puede llegar a ser expulsada del recurso.

Para los servicios de atención a las drogodependencias la mayor limitación reside en la dificultad para comunicarse con la persona con diversidad funcional. Estas personas tienen limitaciones cognitivas que en ocasiones les dificultan expresarse, reflexionar, ser conscientes de las consecuencias de su consumo problemático o comprender e integrar la información y las indicaciones a realizar para el tratamiento. La repercusión, en la mayoría de los casos, es que se ve comprometida la adherencia al tratamiento. Es difícil que estos/as pacientes lleguen a una verdadera fase de predisposición para el cambio y el tratamiento muchas veces se acaba abandonando o cronificando.

Como dificultades agregadas para los dos tipos de servicios encontramos que gran parte de estas personas tiene un entorno familiar y social desestructurado que se traduce en una alta vulnerabilidad social que actúa como factor de riesgo para un consumo problemático de drogas y dificulta el éxito del tratamiento.

Pero la limitación que más dificultades genera es la que viene dada de los propios servicios. Puesto que no existen recursos especializados en drogodependencias y diversidad funcional, muchos pacientes no encajan en ningún servicio y quedan fuera de la red o van rotando entre servicios y no acaban de vincularse con ninguno.

Y ¿por qué esta situación es más frecuente en la actualidad?

Hace muchos años que el colectivo sufre discriminación e invisibilización y a pesar de que con el tiempo se han implementado algunas mejoras que han facilitado su inclusión en la comunidad, en otros ámbitos todavía queda mucho trabajo por hacer para adaptar y mejorar la atención.

Hasta las últimas décadas del siglo pasado los servicios residenciales para personas con diversidad funcional se encontraban aislados de los núcleos urbanos. Esta segregación social contribuía a perpetuar la invisibilización del colectivo y a la vez actuaba como factor protector para el consumo de drogas. En los últimos años se ha apostado por la desinstitucionalización y han ido surgiendo servicios residenciales que están integrados en la comunidad. Este cambio ha conseguido una mejora en la calidad de vida de las personas y, en el terreno que analizamos, ha facilitado la accesibilidad a las sustancias.

También es un hecho importante destacar que, históricamente, las personas a las que se atendía en servicios residenciales para diversidad funcional tenían niveles de discapacidad muy altos y requerían mucho soporte físico para realizar las actividades de la vida diaria como desplazarse, ducharse, comer o vestirse y desvestirse. En los últimos años el perfil de personas usuarias de los servicios ha ido cambiado y las personas que acceden a estos recursos son cada vez más autónomas, con niveles bajos de discapacidad intelectual y muchas veces con problemas de conducta asociados. El perfil de persona con discapacidad asociada a un síndrome genético (síndrome de Down, síndrome de Prader Willy, síndrome de Cornelia de Lange…) cada vez es menos frecuente y actualmente abundan los casos de personas que fueron diagnosticadas de algún grado de discapacidad durante alguna etapa de la niñez. Esta diferencia de perfiles hace que la problemática y las necesidades de soporte que presentan las personas sea muy variada. El modelo de atención ha ido evolucionando con el paso del tiempo y actualmente nos encontramos con un modelo inclusivo, centrado en la persona y que pone énfasis en la autodeterminación.

Estos factores que han aportado grandes mejoras en la calidad de vida de las personas con diversidad funcional también han transformado algunos de los factores de protección en factores de riesgo para el uso y abuso de drogas.

¿Cómo podríamos mejorar el abordaje de esta problemática? Mis propuestas de mejora en forma de decálogo.

  1. Es necesario que los/as profesionales de los servicios de las dos redes tengan formación en drogodependencias y en discapacidad intelectual.
  2. Las personas con diversidad funcional que realizan consumo abusivo de drogas tienen mayoritariamente una inteligencia límite o una discapacidad intelectual leve. Es fundamental realizar acciones preventivas con esta población desde edades tempranas.
  3. Vistas las dificultades de adherencia al tratamiento y las limitaciones para encajar en los recursos es muy importante poder realizar coordinaciones entre servicios y trabajo en red.
  4. Debido a las características especiales de las personas con diversidad funcional ayudaría tener un protocolo de actuación específico para atender estos casos.
  5. En su vida diaria las personas con diversidad funcional necesitan soportes en algunas áreas. Para facilitar la comunicación y la comprensión del tratamiento seria interesante disponer de material adaptado en las consultas, señalizando los espacios con carteles en SPC (Sistemas de Pictogramas de Comunicación) y adaptando el material con SAAC (Sistemas Alternativos y Aumentativos de la Comunicación), sistema de pictogramas o lectura fácil.
  6. Es fundamental que estos pacientes tengan una ocupación diurna. Ya sea en un centro ocupacional, en una empresa ordinaria, en un CET (Centro Especial de trabajo), en cursos de formación, espacios sociales, centros de día o talleres. La ocupación actúa como un factor protector y se trata de un aspecto clave que tendríamos que poder garantizar.
  7. Es necesario realizar una inversión en investigación. Existen pocos estudios que se hayan centrado en esta problemática.
  8. Hace falta un trabajo terapéutico y un entreno en habilidades personales y sociales desde la infancia pera potenciar los factores de protección. Trabajar la comunicación asertiva, la resolución de conflictos, la autoestima, el autoconcepto y reconocer la presión grupal es básico para una buena evolución si se inicia un consumo de drogas.
  9. La familia tiene un papel muy relevante en el inicio y en la evolución del consumo. Es necesario concienciarlas sobre la importancia de la supervisión, el control y la implicación en el tratamiento. Seria interesante realizar talleres de prevención con familias y entidades tutelares.
  10. Potenciar el abordaje conductual, adaptar el tratamiento y realizar sesiones terapéuticas más cortas, en clave de seguimiento, focalizadas en trabajar la conducta y el establecimiento de límites en vez de poner tanto peso en lo cognitivo y lo reflexivo.

Por último y no menos importante recordar que hay un gran número de personas que quedan fuera del circuito y sería interesante disponer de servicios especializados en atención a personas con diversidad funcional y trastorno por uso de sustancias. Esto garantizaría seguir consiguiendo mejoras para su calidad de vida.

BIBLIOGRAFÍA

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