La forma en que delimitamos el alcance de una conversación, una invitación, un acto o de cualquier otro acontecimiento en la vida cotidiana, está casi siempre en función del estilo de interacción que establecemos de un otro. Los límites siempre marcan la diferencia entre dos momentos: antes del límite la lógica de la convivencia puede ser una y después de ellas, otra quizá muy diferente. Resulta muy común pasar por alto el continuo establecimiento que hacemos de estos límites, porque basta con que las cosas más ordinarias de nuestra vida, burlen la validación de la razón para que dejemos de tener interés en mirarles: probablemente no haya un día en el cual no establezcamos un límite en cualquier situación o condición, porque pasamos continuamente tomando decisiones de menor o mayor importancia y, de esa manera, estableciendo o trazando algún tipo de delimitación para regular nuestra interacción con los demás, incluso para con nosotros mismos.

Si delimitar nuestra propia voluntad en ocasiones resulta bastante complicado, entender la delimitación que hace un otro (persona, grupo, colectivo físico o jurídico) sobre nuestra voluntad, resulta muchas veces incomprensible. Pero estas relaciones susceptibles de volverse caóticas, siempre decantan sobre estructuras de regulación que influyen sobre las voluntades para atraparlas en una tendencia homologante (como una tendencia de regresión a la media). El mecanismo de estas estructuras adquiere forma en los procesos de socialización, lo cual, en palabras de Gianni Vattimo, permite que veamos al mundo que aparece a nuestra vista tal y como es; pero, se preguntaba, ¿se ve el mundo tal como puede ser? Puede ser de muchos modos -decía-, y sólo se ve uno, por extrapolación de lo que es: es el único visible, pues los demás posibles son por definición invisibles. Por ello, uno de los grandes retos en la convivencia humana es el reconocimiento de la pluralidad que existe en la contemplación del polimórfico mundo simbólico que compartimos, es un aprender a convivir tolerablemente en la diversidad.

En términos del asunto relacionado con el abuso de drogas, una contribución enmarcada bajo esta mirada más tolerante y democrática, ha sido desde hace ya más de dos décadas en Europa la puesta en marcha de programas enfocados a la reducción de daños y riesgos, con lo cual comenzó a resquebrajarse la mirada dicotómica y hegemónica en que se habían encerrado los programas que pretendían, y que aun pretenden, alcanzar la abstinencia como la única alternativa posible a las drogodependencias, los cuales en su gran mayoría parten de un fundamentalismo médico y/o legal.

La oposición a las políticas que apoyan la instrumentación de programas enfocados a disminuir o paliar los efectos nocivos asociados al abuso de drogas para proteger la salud de los usuarios y poder mejorar su realidad psicosocial, sin que por ello se pretenda necesariamente la abstinencia, no ha sido para nada minoritaria; y la razón de que esto sea así, radica en que tal forma de actuar ante las drogodependencias no sólo es un proceder metodológico distinto, sino que ha implicado también un replanteamiento de la relación que hemos establecido con el uso de sustancias psicoactivas y, fundamentalmente, ha implicado una profunda reflexión epistemológica sobre el pensamiento científico que hemos construido para entender esa relación, lo cual es cada vez más necesario si se consideran los avances que en los últimos años ha tenido en este plano la neurobiología y la farmacodinamia.

Cuando se introducen modelos que amenazan la comprensión que tenemos sobre una determinada parte de la realidad, como en su momento sucedió con los programas de reducción de daños y riesgos, se hace necesaria una nueva negociación entre las partes implicadas. Es aquí donde las estructuras de regulación social tienen una función importante, y una de estas estructuras, está representada por el orden jurídico, donde se dictaminan las leyes que norman y regulan las relaciones entre los ciudadanos y el derecho en general. La lógica del proceder jurídico permite, entre otras cosas, establecer aquello que es viable de hacer y aquello que no lo es, en un contexto específico, en pro de homologar la totalidad de las interacciones sociales y de los fenómenos implicados. Pero si lo que realmente justifica el dinamismo de la acción legislativa sobre las drogodependencias se encuentra en los avances que en este campo hace el conocimiento científico, entonces resulta sumamente importante detenernos contantemente a tratar de discernir entre lo que la ciencia dice que es lo real y las formas morales que se reflejan como una sombra a través de esa contemplación, aun a pesar de los riesgos que esto implique para nuestra identidad científica.

De la misma forma es importante no perder de vista que en el imperio de las totalidades, gobierna un pensamiento sumamente arraigado al modernismo, un pensamiento binario y potencialmente dicotómico, que se encierra en la obsesiva tendencia a la categorización y a la comprensión parcializada de los fenómenos, desde la cual se justifican las políticas de normalización. Lo que se normaliza es aquello que se formaliza (lo que adquiere una forma última) con ansias de continuidad, y para ello requiere que se establezcan criterios más o menos definidos, que harán que algo esté dentro del límite y que, a su vez, lo harán pasar a formar parte del proceso de integración normalizadora o, por lo contrario, que lo harán ubicarse fuera del mismo y formar parte de la desintegración des-normalizadora. Una de las premisas de la lógica binaria es que la definición del hecho dictará qué es lo que está antes y qué es lo que está después, y la lógica binaria, como dice Bart Bosko, siempre ha sido una lógica del poder y tras del poder tiende a esconderse la silueta de la incapacidad del reconocimiento del otro, lo cual es la esencia del espíritu autoritario.

En este sentido, la lógica binaria se alimenta de ciertas estéticas semánticas, que se fraguan en el recorte binario: a partir de la delimitación de los conceptos, es posible identificar los polos en los cuales se constituye el ser y el no ser del concepto; se parte de una posición de inclusión o de exclusión, como la pertenencia que los elementos tienen dentro de un conjunto: no se permite ninguna pertenencia parcial. Una vez identificados ambos elementos que integran el concepto (en la lógica de Aristóteles, su A o no-A), la perspectiva analítica tiende a centrarse en tales elementos y, en esa misma medida, también se legitima la inherente relación de los mismos; entonces, la precisión de su delimitación se deja en el olvido, para dar paso a un límite objetivo y preciso (aun cuando su construcción haya sido esencialmente subjetiva) que tenderá a perdurar independientemente de lo que ocurra con los conceptos que separa. Es decir, lo que está antes o después del límite puede cambiar, incluso transformarse, pero será imposible que ocurra lo mismo con las imprecisas fronteras imaginarias que los hacen identificarse como diferentes.

Esto es precisamente lo que actualmente ocurre con la separación de las diferentes sustancias con propiedades psicoactivas en terrenos de la legalidad o la ilegalidad (pensamiento binario), donde el límite definido por la naturaleza moral de su desgastado discurso, no es posible seguir justificándolo por su relación con los daños y riesgos para la salud, sobre todo cada una vez que seguimos conociendo, en ese sentido, los estragos que produce el abuso de alcohol y tabaco; esto paralelamente al mercado underground que se beneficia con el mantenimiento de la ilegalidad y que mueve grandes intereses económicos y políticos mundiales.

Para desmantelar el dispositivo del pensamiento autoritario (binario), en el terreno de los fenómenos asociados al consumo de drogas, se requiere que quienes trabajamos en este campo aceptemos como parte de nuestra identidad ser constructores de obras efímeras, de razonar sobre todo mediante los contenidos vagos de los conceptos; de integrar a nuestro corpus analítico lo impreciso, incorporar aquellos elementos tóxicos que la ciencia objetiva no supo o quiso metabolizar. Se requiere volver a mirar y estudiar lo que se construye en la interacción de las entidades posibles de reconocer dentro de la convencionalidad de los conceptos. De tal manera que lleguemos a centrar nuestro interés en su estructura borrosa para que nuestra perspectiva metodológica se caracterice por la aproximación, y no por la concreción. Al desdibujar gradualmente las fronteras exactas de lo que se encuentra antes o después del ser, se irá desvaneciendo, de esa misma forma, la polaridad que guardan los conceptos que hemos mantenido anquilosados en el tiempo sobre nuestra relación con las drogas. Por todo esto, es necesario ubicar ahora más que nunca la forma y el color que cada uno de nosotros hemos asumido en este juego de ajedrez.

Jesús Ibáñez decía que entre el lenguaje y sociedad hay una causalidad circular: la sociedad determina el lenguaje y el lenguaje determina la sociedad. No se puede analizar -ni cambiar- la sociedad, sin analizar -ni cambiar- el lenguaje. Aun cuando resulta indudable que si bien las estructuras autoritarias, donde las políticas que regulan las intervenciones ante el consumo de drogas adquieren forma y volumen, no sólo responden a estilos discursivos determinados por la mirada con que se observa a las drogodependencias, de la misma manera resulta también imposible negar que si no modificamos la semántica sobre la cual está construida esta mirada, las estrategias que tienen al reduccionismo y a la simplificación de este fenómeno, como es el caso de los programas asistenciales y represivos, seguirán alimentando la necesidad de incidir sobre los efectos más inmediatos y no sobre las causas reales que originan el abuso de drogas en nuestra sociedad.

Alejandro Sanchez Guerrero
Coordinador paramédico.
Diplomado en Culturas Juveniles y licenciado en Psicología Social por la Universidad Autónoma Metropolitana – Iztapalapa
Candidato a Maestro en Psicología Social por la Universidad Nacional Autónoma de México
Actualmente cursa el Master en Drogodependencias en la Universidad Complutense de Madrid.