Cuando reviso los cincuenta del XX, advierto que las grandes festividades colectivas y familiares, las  aguardábamos para el inicio en amores y contingencias sexuales, pero también para el ingreso al éter de la nicotina y los vapores etílicos. Para algunos, ¡y nos decíamos y hasta nos decían los mejores!,  hubo instantes en que nos drogamos con las perversiones estalinistas del opio comunista, el que siguen consumiendo y pretenden hacernos consumir el  hambreador fidelismo, el cruel guevarismo y esta ruindad desclasada que llaman chavismo (¿cómo se puede seguir adherido al comunismo tras lo del Khmer rojo registrado por  “Los gritos del silencio”?).

Por aquel entonces, aún en el matriarcado familiar  se hacían cruces ante la noticia trasmitida casi siempre por boca de otras familiares o  comadres que regresaban de misa y en el pío amanecer vieron  que el Nené Guánchez y el catire Ríos andaban fumando y diciendo “pío, pío, que tengo frío”, con una pea encima que les impedía caminar con el garbo que siempre lucieron sus antepasados, repartidores tempranos de leche recogida al pie de la ubre en la vaquera de los Rivero y  verduras colectadas en la vega de Laureano.  Los papases de los ambos réprobos por lo general hasta lucían orgullosos, pues  aquello, a su juicio,  verificaba la masculinidad del hijo. 

En mi caso, que resumiré, no caí en el consumo alcohólico, pero sí en el diciembre de mis 17 años fumé mi primer Chesterfield. En adelante la humareda creció, hasta que el marzo de mis 39  lo pasé convaleciente en  el apartamento caraqueño de mis padres,  tras sobrevivir a  un infarto cigarrocoronario, y el diciembre de mis 41 recuperándome de una intervención a corazón abierto y el febrero de mis 45, en  Houston, viendo al Coronel Tejero poner la torta que puso, sólo comparable a la del 4F en estas tierras sin Rey que lo hubiera mandado callar,   restableciéndome de otra “a corazón abierto”, para instalarme dos puentes más pagados en buena parte por el profesorado udista.

Puedo afirmar que el cigarrillo, el de uno y el de los amigos,  puede matar por un enfisema (la EPOC), por cáncer pulmonar o infarto. Más drásticos  son los daños  de la inmersión en la adicción a la marihuana, la cocaína, la heroína, las metanfetaminas… Unos poquísimos momentos de placer,  se transforman en horas, días, años de dolor, tanto que por querer superarlo pueden hundirse más, si no hay decisión de firme de ir adelante, de hallarle a la vida el núcleo de la vida, que no es la alegría solamente. Más grave aú el rioesgo, si no hay solidaridad social activa en el rechazo al consumo de sustancias psicoactivas.

Sin drogas, hallaremos muchos momentos de felicidad en este duro 2010. Te los deseo.  No he querido echarte a perder el día primero del nuevo año, sino proponerte dos nociones verificadas. Una, en el hogar está la prevención impar del consumo adictivo. Es el amor, cargado de sentido pleno de  responsabilidad. Responsabilidad respecto  del estudio, del trabajo, de la participación en la vida familiar y social.  Segunda, se puede salir de la adicción, sumando  a la decisión  personal la solidaridad de quienes trabajan por ello con las uñas, cuando en  esas uñas van su alma, su mente y el amor ajeno a  mezquinas banderías. 

Firmado: Silvio Orta Cabrera