Cada día surgen más dudas sobre el valor de la prevención desarrollada hasta ahora, ya que parece no haber conseguido los resultados apetecidos lo que pone en entredicho las actuaciones hasta ahora desarrolladas o exige un replanteamiento de las valoraciones hasta ahora en uso sobre el “problema de las drogas”.
Ante este fenómeno de las drogas como es fácil de entender por su complejidad cabe todo tipo de interpretaciones, desde las más simples hasta las más complicadas, lo que deriva, en consecuencia en diferentes formas y contenidos para la acción preventiva. En esta perspectiva, no se puede dejar de lado la definición del “problema” de las drogas o mejor dicho, la concreción de los problemas a prevenir cuando de las drogas se trata sin dejar de lado ninguna de las sustancias que puedan crear dependencias.
El problema no está en las sustancias, sino el uso problemático que pueden hacer unas determinadas personas con unas consecuencias tanto para ellas mismas como para los otros miembros de la sociedad. Este consumo problemático, a su vez, no se puede comprender sin contextualizar a los consumidores en un contexto sociocultural concreto, condicionados por factores culturales, económicos y políticos de ámbito mundial. Desde esta perspectiva, el denominado “problema de las drogas” esta cargado no sólo de contradicciones, tópicos y de intereses ocultos sino también de injusticias, exclusiones y sufrimientos de todo tipo. Estamos tan preocupados por la sustancia, que olvidamos los derechos más elementales de las personas y de su necesidad de tener un proyecto de vida con los medios que sean necesarios.
Es muy posible que condicionados por planteamiento determinista del concepto de dependencia física, concedamos poco espacio para la esperanza terapéutica: quien ha tomado una droga peligrosa quedará enganchado por ésta con pocas posibilidades de volver a tener el control. A partir de aquí se entiende que la mejor política preventiva sea aquella que propugna la prohibición total, ya que se considera que la droga en sí misma es la causa de todos los problemas. Se ve al individuo como un ser pasivo e indefenso ante la perniciosa sustancia. A este planteamiento se suma la visión individualista de la cuestión de las drogas. El consumidor es el único responsable del consumo y del abuso de las diferentes drogas.
Como ejemplo actual se puede recordar aquí el fenómeno del botellón y las respuestas que se quieren dar desde altas instancias. Y, una vez más, la historia se repite: los jóvenes son objeto de políticas coercitivas, como señala Younis Hernández (2002) Para satisfacer las legítimas quejas de ciudadanos que no duermen, es más fácil actuar sobre los jóvenes que enfrentarse con los grupos sociales con más poder y sobre los que los jóvenes se han manifestado (todos los movimientos sociales están cargados de jóvenes). Los jóvenes y sus comportamientos son muy visibles socialmente, por lo que cualquier conducta que puntualmente moleste (ruidos, sexo, velocidad, vestuario, música) a la sociedad bienpensante, puede provocar un estímulo que haga reaccionar al poder legislativo. Pero ocurre, cono recuerda este mismo autor, que la misma vara no sirve para medir cualquier molestia, ni cualquier molestia se designa enfáticamente como “grave problema social”. Parece como si sólo determinados comportamientos molestos reunieran méritos suficientes para convertirse en “grave problema social”. El alcoholismo del ama de casa es un grave problema social, pero no es molesto. El alcoholismo es un grave problema social en general, pero nunca se dejó de vender alcohol.
La prevención, en cambio, ha de partir de una visión positiva del sujeto, al que entiende capaz no sólo de comprender la cuestión de las drogas sino también de tomar posiciones sanas ante el consumo de las diferentes drogas, en unos casos evitando el consumo y en otros, reduciendo las consecuencias negativas. Al mismo tiempo se entiende que todo individuo está condicionado por un contexto en el que se entremezclan factores sociales, culturales, políticos y económicos.
La mayor parte de los programas preventivos en materia de drogas, sin embargo, más pendientes de la “droga” que de las personas y de los condicionantes sociales, se plantean la abstinencia y consideran una señal de fracaso cualquier consumo, incluidos los usos experimentales o los realizados bajo la supervisión de adultos, en plena coherencia con la guerra contra las drogas.
Se concede, por otra parte, una valor mágico a las actividades informativas. Los contenidos de estas actividades se reducen a un conjunto de estereotipos que se presentan como incuestionables: el consumo de drogas siempre es peligroso, todas las substancias son iguales, si una droga gusta, se seguirá tomando, tomarlas es hacerlo de forma descontrolada, sólo hay dos maneras de relacionarse con ellas: abstinencia o consumo, las drogas tienen personalidad, la escalada es inevitable.
De todas formas, crece el número de voces que se levantan contra la guerra a las drogas en todas sus variantes. Se entiende que la normalización legal de todas las drogas resulta una medida racional encaminada a resolver aquellos problemas que escapan a los estrictamente derivados de su consumo, como son la delincuencia o la inseguridad ciudadana, la adulteración de las drogas ilegales con el consiguiente aumento de enfermedades y muertes, su elevado coste, las connotaciones mafiosas del comercio, el desmesurado incremento de efectivos represivos, las cárceles repletas de toxicómanos, la mitificación de estas sustancias, etc. Vivimos y viviremos en una sociedad donde el consumo y el consumismo son pilares que la sustenta. Por eso tenemos que aprender a convivir con las drogas.
La prevención normalizadora permitiría tratar sin imposiciones ni dramatismos todo lo relacionado con las drogas, en una búsqueda comprometida de la verdad, más allá de los estereotipos, sin dejar de lado las consecuencias negativas del mal uso de las drogas. Este tratamiento normalizado de las drogas, favorecería no sólo la recuperación de los que tienen problemas por consumo y su inserción social, al no estar marginados en la sociedad, sino también su prevención, a través de acciones educativas coherentes con la cuestión de las drogas.
La prevención, pues, no puede tener otra meta que capacitar a la persona para que asuma su responsabilidad ante las sustancias psicoactivas al mismo tiempo que acepta la posibilidad de un consumo seguro y sostiene la reducción de daños en el caso de consumo de sustancias ilícitas, sin renunciar al objetivo de no consumo de drogas en ciertas situaciones y estados psíquicos, sobre todo, cuando el uso puede resultar peligroso y adictivo.
Habrá que asumir, en este sentido, las contradicciones que la sociedad tiene en relación con el fenómeno de las drogas para buscar una respuesta más acorde con la realidad. Me parece útil recordar el comentario de Husak (2001) relativo a la prevención: “Como los padres insisten en que sus hijos aprendan las mentiras oficiales acerca de la amenaza de las drogas, los maestros bien informados se encuentran atrapados en otro conflicto entre la ciencia y la superstición” Por otra parte, recuerda “las escandalosamente exageradas historias de miedo acerca de las drogas que llenan los medios de comunicación electrónicos y se designan a menudo como educación o prevención. Estas medidas son parte de la guerra contra las drogas, no alternativas”.
¿Cuál es la respuesta? Domesticar: aprender a tratar las drogas con el mismo pragmatismo que la sociedad aplica a otros artículos domésticos familiares y algunas veces peligrosos. Y, a partir de este planteamiento, “exigir que los consumidores de drogas recreativas muestren moderación sobre el tiempo, el lugar y la cantidad de su consumo no es exigir lo imposible. De hecho, virtualmente cada consumidor de drogas muestra cierto grado de control sobre su consumo”, recuerda Husak.
Un programa educativo exitoso debería buscar consumidores y no consumidores de drogas responsables consigo mismos y con los demás. A la sociedad, a través de sus instituciones, le corresponde poner a disposición de las personas todos aquellos recursos materiales y humanos que sean necesarios para que la población tome conciencia de la cuestión de las drogas y sepa actuar de forma saludable ante las sustancias que puedan crear dependencia, en unos casos para prevenir el abuso y, en otros, para reducir al máximo los perjuicios del consumo de drogas.
La prevención en ningún momento se puede confundir con la manipulación y la acción represiva. ¿No se insiste, por activa y por pasiva, en que la acción educativa pretende estimular en las personas el sentido crítico, la capacidad de tomar decisiones, y la autonomía personal, recursos imprescindibles para desarrollar una vida en una sociedad adictiva?
Y la autonomía, como recuerda Camps (2002) es la auténtica libertad moral, esto es, la capacidad de cada uno para decidir cómo vivir, poner los medios para conseguirlo y evaluar los resultados. La autonomía es inseparable del control de la conducta por parte de la voluntad. Educar en la autonomía es enseñar a autocontrolarse.
Firmado: Amando Vega Fuente
Universidad del País Vasco
BIBLIOGRAFIA
ARANA,X., MARKEZ, I., VEGA, A. (2000), Drogas: cambios sociales y legales ante el tercer milenio. Madrid, Dykinson, 2000.
CAMPS, V.(2002), “Valores para la calidad: equidad, responsabilidad y convivencia”.
FUNDACION DEL HOGAR DEL EMPLEADO (2002), Informe educativo 2002. La caliidad del sistema educativo. Madrid, Santillana, pp. 327-342
HUSAK, D.N..(2001), “Drogas y derechos”. México, FCE.
YOUNIS HERNÁNDEZ, J. A.(2002), “Más allá del bien y del «botellón», www.laprovincia, 8 de Marzo de 2002.
VEGA, A.y OTROS (2002), Drogas: ¿qué política para qué prevención?. San Sebastián, Gakoa.