Con cierta frecuencia se oye decir que el mayor problema de la prevención en España es la falta de evidencia científica pero no es verdad. No solo no es verdad, sino que además se trata de una afirmación muy desafortunada que puede tener consecuencias negativas para el sector.

¿Por qué no se corresponde con la realidad?

Si tenemos en cuenta el carácter acumulativo del conocimiento científico, su avance experimentado en las últimas décadas, la existencia de diversos grados de evidencia y de diversos métodos para obtenerlas, resulta más ajustado a la realidad expresar el mensaje en términos de “la necesidad de una mejora constante de la calidad”.

Es cierto que estamos lejos de alcanzar el pleno desarrollo científico de la prevención de adicciones, pero tampoco estamos en el punto cero de salida, sino en una de las muchas etapas intermedias.

¿Por qué tiene consecuencias negativas?

  • 1º) Este tipo de afirmaciones ha sembrado la confusión en el sector al no distinguir entre las competencias y responsabilidades de cada uno/a de los/as profesionales que intervienen en en la evidencia. Muchos/as técnicos/as locales de prevención han interpretado que se les reprochaba su bajo nivel científico/investigador, cuando su primera obligación debería ser mantener un alto nivel “profesional” en la aplicación de recursos y programas preventivos.
  • 2º) Desprecia el principio básico de la comunicación en salud que recomienda construir los mensajes en positivo.
  • 3º) Ha oscurecido los graves problemas que afectan al sector profesional de la prevención como la precariedad, la falta de un modelo territorial y de una ratio consensuada de profesionales por habitantes, que afectan directamente a la calidad de la prevención y cuya solución no depende de la evidencia, sino de decisiones políticas y presupuestarias (a no ser que las políticas se sometan también a la evidencia).

Por otra parte, el proceso de la evidencia se puede descomponer en dos dimensiones: la producción y la aplicación. En el momento actual deberíamos prestar mayor atención a la aplicación, ya que los procedimientos para su obtención están fuera de toda duda.

En la aplicación de la evidencia científica influyen muchos factores: el sector, su grado de desarrollo, si se trata de un ámbito físico (por ejemplo, la construcción aeronáutica) o humano (por ejemplo, la medicina), las relaciones de poder que se establecen entre el sector académico investigador y el sector profesional, etc.

En nuestra opinión la llamada Medicina Basada en la Evidencia (MBE) ha encontrado un punto de equilibrio satisfactorio en este sentido. La MBE pone al servicio del/la profesional de la medicina el conocimiento disponible para que pueda tomar las mejores decisiones en escenarios concretos, partiendo de su experiencia clínica y del diálogo con su paciente. El modelo pone en el centro de su estrategia al profesional y se sitúa a mucha distancia de los rígidos procedimientos de la industria que ignoran la enorme variabilidad que se produce en las interacciones humanas.

Un/a profesional sanitario debe aceptar recomendaciones para mejorar su desempeño profesional, pero no debe plegarse a protocolos mecánicos que los conviertan en meros/as operarios/as.

Llegados a este punto podemos hacernos algunas preguntas. ¿Qué modelo aplica la prevención de adicciones basada en la evidencia? ¿Qué relaciones se establecen entre el sector académico/investigador y los/as profesionales que aplican los programas? ¿La aplicación de la prevención basada en la evidencia pivota sobre las decisiones y la experiencia del/a profesional o se espera que se comporte como un/a operario/a del programa? ¿El modelo da cabida a equipos mixtos de investigadores y profesionales destinados a mejorar la trasferencia del conocimiento y la aplicabilidad de los programas?