Cuando de drogas se trata, muchas veces tengo la impresión de que las familias se sienten en la cuerda floja, en un difícil equilibrio entre lo que ocurre en el interior de sus casas y lo que pasa fuera. Como si algunos pájaros de mal agüero pudieran acercarse y estropear en la adolescencia, todo aquello que habían enseñado e inculcado a sus hijos e hijas durante su infancia. Es como si los agentes externos: la sociedad, los tiempos modernos, el consumismo exacerbado, etc., pudieran arrastrar a su prole a consumir drogas sin que ellos puedan impedirlo.

Esta sensación de desamparo educativo en ocasiones también puede minar el sentido de la responsabilidad de educar para prevenir el consumo de drogas o cualquier otra conducta de riesgo.  En consecuencia,  se delega en la escuela y en los profesionales sanitarios o de prevención tratar el tema desde el principio, sin caer en la cuenta de que la familia es uno de los mejores y más importantes factores de protección.

Por otro lado, el riesgo inherente al ser humano está presente en muchos aspectos de nuestras vidas.  Proliferan los llamados deportes de riesgo, también muchos prepúberes juegan a los retos, donde el objetivo es ponerse en situaciones arriesgadas. Y es que jugar con los límites, ir un poco más allá de lo que es seguro proporciona un placer difícil de renunciar para algunas personas. La adolescencia es una etapa estrella para jugar con los riesgos, para topar con los límites de lo que es seguro, la misma palabra “seguridad” para un adolescente ya no es atractiva.

Dicho lo cual, y volviendo al papel protector de la familia, en la adolescencia este papel se complica todavía más. Encontrar el punto medio entre dejarles que experimenten con las nuevas oportunidades que les proporciona entrar en el mundo adulto, y ponerles los límites adecuados para que experimentar con los riesgos no suponga un peligro grave para su salud, en muchas ocasiones significa realizar un trabajo de magos y equilibristas.

No obstante, hay un país en Europa, Islandia, que ha desarrollado un programa a lo largo de 20 años, desde 1998 hasta la actualidad, que ha conseguido reducir el consumo de drogas entre sus adolescentes casi al 0%. Teniendo unos niveles de consumo de alcohol, tabaco y cannabis similares, o incluso más elevados que los nuestros, en el año 2016 el porcentaje de adolescentes que consumieron estas drogas no supera en ningún caso el 7%.

El programa de prevención se llamó inicialmente Youth in Iceland (la juventud en Islandia), después se exportó a Europa, pasando a llamarse Youth in Europe (la juventud en Europa) y ahora se denomina Planet Youth (www.planetyouth.community). El motivo del cambio ha sido la difusión masiva que los medios de comunicación han realizado durante este año 2017 de los excelentes resultados obtenidos en Islandia, y que ha despertado el interés de muchos países más allá de las fronteras europeas.

El Ayuntamiento de Tarragona, a través del Servicio Municipal de Prevención de las Adicciones, empezó a aplicar el programa en el 2015 y sigue trabajando en la implementación del mismo, a la espera de conseguir resultados similares.

¿Cuáles han sido las claves del éxito?

El programa se fundamenta en tres pilares básicos:

  • La evidencia científica
  • Una metodología comunitaria
  • Diálogo constante entre los investigadores, los políticos y los profesionales

La evidencia científica se consigue a través de un cuestionario de 70 preguntas donde los jóvenes de 15 y 16 años responden cuestiones acerca de su entorno, sus hábitos y sus condiciones de vida. A finales del 2015, prácticamente todos los adolescentes nacidos en los años 1999 y 2000 contestaron la encuesta. La Universidad Rovira y Virgili, a través del departamento de Antropología Social, el Medical Anthropology Research Centre i la Cátedra de Inclusión Social,  está estudiando en profundidad todos los datos que nos proporciona la encuesta, la cual permite tener un diagnóstico real y fidedigno de las conductas, hábitos, factores de riesgo y factores de protección respecto al consumo de substancias y otras conductas de riesgo.

Por otro lado, la metodología comunitaria se consigue a través del trabajo transversal y coordinado de todos los agentes de salud involucrados en la promoción de la salud de nuestros niños y adolescentes. Y esos agentes se encuentran en todos los contextos de socialización en los que crecen los chicos y chicas,  por este orden: la familia, la escuela, el barrio donde realizan las actividades de tiempo libre, las redes sociales, etc.

El abordaje comunitario pretende facilitar espacios de participación y de diálogo donde los agentes educativos de una comunidad se encuentren y puedan diseñar, a partir del diagnóstico de necesidades, nuevas propuestas de prevención; donde todo el capital social se coordine creando un tejido que constituya las bases de lo que se entiende por una comunidad que cuida de sus propios ciudadanos y se involucra en el diseño mismo de las políticas a desarrollar.

En Tarragona, el despliegue comunitario del programa Planet Youth, a través de los foros consultivos en cada barrio, intentará, con el consenso participativo de toda la comunidad, que ésta sea una comunidad que lance mensajes preventivos desde que un bebé nace en el seno de una familia. Los profesionales de enfermería y pediatría, además de pesar y medir al bebé, deberían establecer una especie de barómetro emocional y aconsejar a los padres sobre la importancia de establecer, desde el inicio, un buen vínculo familiar. Más adelante, esos mensajes tendrían que estar replicados en las oficinas de farmacia comunitaria, áreas básicas de salud, guarderías, centros deportivos, etc.

Las relaciones entre los centros escolares y las asociaciones de madres y padres tendrían que establecer una mejor coordinación, entendiendo que,  como factores protectores que son, unidos siempre aumentan su potencia de manera exponencial.

Las asociaciones de tiempo libre del barrio, los clubs deportivos, los centros cívicos, etc., deberían ser capaces de acoger a todos los menores del barrio, independientemente de sus capacidades económicas y ofrecer un amplio abanico de actividades, de tal forma que no encontráramos chicos que nos comentan que “se aburren en el banco de la plaza”.

Las autoridades competentes deberían velar por que el alcohol no estuviera tan sumamente disponible a los menores, hacer cumplir las leyes respecto a la venta y promoción de bebidas alcohólicas y, sobre todo, cuidar de que las fiestas y eventos públicos no tiendan a ser un escaparate masivo de bebidas alcohólicas donde el principal patrocinador es la industria alcoholera.

También las leyes de conciliación familiar deberían poder permitir a los padres y madres pasar más tiempo con sus hijos.

El diálogo se está llevando a cabo de manera progresiva y escalonada con todos los técnicos, los investigadores y los políticos responsables de las políticas públicas en las diferentes instituciones,  y con los vecinos de los diferentes barrios, puesto que objetivos tan ambiciosos deben empezar  intentando que los ciudadanos de un mismo territorio se involucren activamente en los procesos de cambio.

“Si ha de existir una comunidad en un mundo de individuos, sólo puede ser (y tiene que ser) una comunidad entretejida a partir del compartir y del cuidado mutuo”, Zygmunt Bauman.

¿Cuáles son los factores de protección clave para evitar los consumos en los menores?

  • La práctica regular y constante de actividades lúdicas por parte de todos los adolescentes sin excepción durante todo el año, promoviendo la creación de contextos más saludables donde ellos puedan realizar elecciones más saludables.
  • La construcción de un potente vínculo familiar.

¿Cómo construir este vínculo?

La regla fundamental es pasar, al menos, una hora al día con nuestros hijos. Se trata de dedicarles ese tiempo sin atender el teléfono, sin realizar tareas de la casa, sin trabajar en el ordenador. Es un tiempo de calidad donde poder escucharles, contarles también cosas nosotros, jugar con ellos, rehuyendo de hacerlo con plays y/o tabletas, escuchar música, leerles cuentos, etc.

Si las obligaciones laborales y sus propias obligaciones escolares no nos permiten ni tan sólo pasar una hora, podemos dedicar el momento de la comida o la cena para conversar tranquilamente, apagando el televisor y los móviles

Esto es válido también para los bebés. Acostumbrémonos ya desde el inicio a darles de comer sin televisores, dibujos y otras cosas que los distraigan. No sirve la tan manida excusa de que así se lo come todo mejor o más rápido. Se trata de hacer de la hora de la comida un buen rato para compartir,  estar juntos y enseñarles la importancia y el placer de la alimentación.

Durante el fin de semana reservemos tiempo para hacer actividades con ellos, no es necesario que cuesten dinero, un simple paseo por la playa, la montaña, el parque, es suficiente para que sientan que nos importan y nos cuenten sus cosas.

Si realizan actividades extraescolares, vayamos a verlos, por mucho que nos hagan madrugar en días de fiesta y tengamos que pasar horas a la intemperie o en pabellones siendo espectadores de algún juego que no entendemos y, a veces, tampoco nos interesa. A ellos, nuestros hijos e hijas sí les interesa nuestra opinión: ¿he jugado bien?, ¿has visto como defendía la banda?, ¿qué te ha parecido mi canasta de tres puntos?, etc. En ese momento, no vale improvisar, “sí, hijo, sí, has jugado muy bien”, u otras frases socorridas que intenten tapar que estuvimos allí pero no nos interesaba. “Pero si has estado hablando todo el rato con fulanita o menganito”, “pero si has estado la segunda parte en el bar con los papas de tal o cual jugador o jugadora”. El verdadero interés se detecta a la legua y no sirven los atajos. Hacer el esfuerzo de estar presentes es una inversión de futuro, es el capital familiar que va a alimentar la cuenta protectora de la futura salud emocional de nuestros hijos.

La educación y la construcción de un vínculo familiar protector requiere presencia real e interesada. No hay excusas, ni atajos, ni “poco pero bueno”.  El “tiempo de calidad” fue una milonga que aceptaron las madres incorporadas al mundo laboral con poco tiempo para todo y que a ellos, los padres con excesiva carga de trabajo, también les interesó para no luchar por la conciliación laboral y familiar. Con esto quiero decir que la presencia ha de ser igualitaria, mucha presencia de la madre y ninguna del padre no equilibra una balanza que ha de estar formada por ambos progenitores.

Es cierto que aquí las leyes de conciliación familiar deben jugar un papel importante y ofrecer a las familias tiempo para dedicarlo a la educación de su prole, puesto que ningún abordaje que se centre exclusivamente en un solo agente social para conseguir menores y adolescentes sanos va a tener éxito. Por ello la creación de tejido y capital social es una de las claves del éxito del programa islandés.

Además del tiempo, es importante estipular unas normas claras y unos límites bien fundamentados. Es aquí donde algunas familias insisten en la dificultad de marcar límites cuando el resto de amigos de sus hijos parecen tener unos límites muchísimo más laxos que los nuestros. De nuevo los agentes externos intentando desequilibrar nuestro buen hacer interno. ¿Qué hacer ante ello?

Conocer a los amigos de nuestros hijos, conocer a los padres de los amigos de nuestros hijos. Si nos comunicamos frecuentemente con ellos, si marcamos normas, no solo para los nuestros, sino para los hijos de todo el grupo de amigos, a los adolescentes les será más fácil cumplirlas. Ya no les servirá la excusa: “es que todos vuelven más tarde”, etc.

Debemos saber qué hacen nuestros hijos en su tiempo de ocio, con quién lo hacen y conocer a los padres de los compañeros con quién lo hacen. Este tejido parental va a ayudarnos y a ayudarlos a cumplir con normas razonables, adecuadas a cada edad adolescente, y nos aliviará de sentirnos  como “los bichos raros” que “oprimen” a sus hijos sin entender las “modernidades imperantes”.

Y es que a menudo pienso que estas “modernidades” no son más que algunas salidas (arriesgadas) de nuestros adolescentes ante una sociedad creada por el mundo adulto, con falta de referentes y mensajes claros.

¿Cómo podemos pretender que, por ejemplo, en lo que respecta al alcohol, los adolescentes tengan claras las posibles consecuencias negativas, si por un lado hay una ley aprobada que impide a los menores de 18 años beber y por el otro, todo el mundo sabe y parece aceptar que nuestros menores beben? El mensaje así construido es ambiguo, no educa bien y, sobre todo, nos hace perder credibilidad como referentes válidos.

Por ello dejemos de decir a nuestros menores y adolescentes que se comporten y tomen decisiones responsables y construyamos todos juntos una sociedad más responsable.

Y para terminar, os quiero recordar que en las Navidades pasadas la mayoría de los niños de 9 y 10 años colgaron en el árbol de los deseos del Ayuntamiento éste:
«Deseo pasar más tiempo con mis padres». ¿Y si les hacemos caso?