Tras mi estancia en prácticas en una comunidad terapéutica de drogadicciones diría que uno de los sentimientos más aversivos que puede padecer el ser humano es la pérdida de identidad. O, igualmente, ver que uno es lo que no creía ser o que ya no es lo que era.  En este contexto, ceñirse a creencias monstruosas o altamente disfuncionales puede resultar en un momento dado más alentador que rectificar y cambiar un marco identitario que nos ha acompañado desde no sabemos cuándo.

Desde la terapia de Aceptación y compromiso (Hayes, 2014), (ACT desde ahora), se plantea un concepto de yo que se compone de tres partes. El yo como contexto, también llamado yo como perspectiva, hace referencia a los aspectos cambiantes de nuestro yo, que cambian, pero a la vez son interpretados siempre desde una sola y única perspectiva posible, la de yo, aquí y ahora, pues el tú, allí y entonces son conceptos que sólo se pueden experimentar verbalmente.

El yo como proceso es la sucesión continua y el procesamiento de las conductas en curso. Törneke (2016), lo define como el continuo proceso observable de nosotros mismos. El entorno en que se cría a un bebé se encarga desde recién nacido de proporcionar a la criatura conocimiento sobre este aspecto, cuando por ejemplo se le dice: “ay! qué bien está comiendo Pepe!”

El yo como contenido es el que interesa para el tema que nos ocupa, aunque los otros dos también contribuyen a la identidad. Yo como contenido es mucho más elaborado que el yo como proceso. Constituye el núcleo de la narrativa de la persona. Este yo da lugar a una historia. El yo como proceso es cambiante. El yo como contenido es más estático, y en el inconsciente querríamos que así fuera y si la historia no favorece el alcance de una vida plena, la historia puede ser aversiva en sí misma, a la vez que puede provocar un profundo miedo el mero hecho de pensar en cambiarla.

La construcción del yo, expuesta en los tres párrafos superiores de forma muy superficial, se encuadra en un entramado de reglas, auto instrucciones, auto conceptos, ideas y categorías y más aún, afectos. El origen de este entramado es muy complejo de trazar, pues responde a una historia de vida entre seres dotados de lenguaje y cognición que nos nutren y se nutren de otros afectos, reglas, categorías, etc. De esta forma, la identidad se materializa intelectualmente en forma de ideas o creencias con respecto a nosotros o nuestro mundo, ideas estas que se harán reales con nuestra conducta verbal, bien sea en forma de pensamiento en nuestro interior u oralmente en el exterior.

Hasta aquí, todo bien. El inconveniente está cuando estas categorías, ideas, creencias, son rígidas y se cristalizan hasta el punto de que siguen poniéndose en práctica cuando en realidad operan de una forma disfuncional. Un individuo puede asimilar una relación de equivalencia entre su persona y la característica de ansioso, hasta el punto de que pudiera parecer que la conducta vaya en búsqueda de la confirmación de ello, en vez de la refutación  o seguir adelante sin prestarle más atención. Un ejemplo, en el ámbito que nos ocupa en este escrito, sería: una persona se define a sí misma como ansiosa con frecuencia, y por otra parte se encuentra en un momento en que quiere dejar de fumar. Y explica a su entorno que quiere dejar de fumar pero que es difícil porque es ansiosa. El concepto ansioso para esta persona lleva consigo una serie de calificativos, equivalencias, afectos, situaciones pasadas en que se pasó ansiedad, angustias, cogniciones de diversa índole. En el momento de cumplir la promesa de no fumar un cigarrillo determinado, es posible que el lenguaje interno asalte y esta persona comience a transitar por un bucle de pensamientos que traerán consigo emociones, y otros pensamientos del tipo de: es que soy muy ansiosome está palpitando el corazón, voy a tomar un cigarro (toma el cigarro) y luego piensa: ¿ves? No pude hacerlo porque soy muy ansioso…

La terapia ACT propone varias técnicas para desapegarse del lenguaje, sustentadas en una teoría robusta desarrollada igualmente por Hayes, la Teoría de los marcos relaciones o TMR. Esta teoría explica estos marcos rígidos y cómo se forman, los cuales encuadran las narrativas, cogniciones, creencias y demás de las que he hablado con anterioridad. Posteriormente al modelo de la ACT, se desarrolla una herramienta para facilitar y apoyar la terapia con este modelo.

El nombre de la herramienta es The Matrix, traducido aquí como La Matriz. Con la práctica de este ejercicio se pretende flexibilizar la conducta verbal y por tanto la conducta externa, a través de la visualización del entramado cognitivo que antecede a la conducta que puede impedir el logro de vivir una vida plena.

El planteamiento es muy sencillo. La Matriz consiste en dos ejes, uno vertical y otro horizontal, que a su vez delimitan cuatro cuadrantes: C1, C2, C3, y C4 empezando por el cuadrante inferior derecho.

Con respecto al yo como contenido, cada individuo de la comunidad verbal elabora una narrativa repleta de categorías rígidas y cristalizadas unas, más flexibles y adaptativas, otras, que será relatada en una  búsqueda vehemente de esa historia coherente que combata la ambivalencia y la incertidumbre.

Esto implica redes de respuestas relacionales derivadas con funciones transformadas, o lo que es lo mismo, emociones adheridas a estímulos en su origen neutros. Lo que explica la complicación del autoconocimiento  y la carga emocional que implica llevarlo a cabo.

El cuadrante C1 es donde se empieza a rellenar la matriz. Se empieza por aquí pues se entiende que la dirección de una vida valiosa se puede determinar por la pregunta de qué o quién es importante para ti. Además, se entiende que la mera clarificación de valores de una persona puede cumplir la función de elicitador de una conducta comprometida. En el ejemplo que hemos  puesto sobre la ansiedad y el tabaco, si rellenáramos una matriz con esta persona, podría decir: para mí es importante cuidar mi salud, y más concretamente, dejar de fumar. En C2 se sitúa conducta verbal interna de tipo cogniciones, autoconceptos… que la persona considere que se aleja de esos valores o que le impide llegar a esos valores. Volviendo al ejemplo, a esta persona se le podría preguntar qué tipo de pensamientos le surgen cuando piensa en voy a dejar de fumar o cuando está en el momento en que querría cumplir su promesa de no fumar. Se escribirían entonces frases del tipo de es que soy demasiado ansioso, siempre me pasa igual… En C3, situará el paciente conductas que sean observables externamente que se opongan a esos valores expuestos en C1. En este caso, el hecho de romper esa promesa de no fumar un cigarrillo determinado. Este hecho en C3  puede derivar en un bucle de pensamientos o  pensamientos y acciones que se visualizarán muy claramente con sucesivas flechas, de C2 a C3 y viceversa. Y por su parte, en C4 se colocarán conductas, igualmente externas que sí se aproximen a los valores de una vida plena. En el caso que nos ocupa, podría ser por ejemplo ducharse o salir a caminar o llamar a un amigo en el momento en que querría fumar, y aunque sea consciente de su ansiedad, la vive, pero puede hacer más cosas con ella y a pesar de ella, y además ir en la dirección de lo que se planteó en el primer cuadrante. Está comprobado que el mero hecho de continuar con la actividad reduce las cogniciones aversivas, y por tanto, en este caso, reduciría la ansiedad.

Así, este eje de abscisas y ordenadas resalta el apego y la fusión al lenguaje y a las categorías, ideas y demás en que vivimos de continuo. Que, dicho sea de paso, si no tuviéramos esta capacidad de categorízar, hacer relaciones de equivalencia y de todo lo que ello implica, la vida sería inviable. Pero la virtud de este ejercicio precisamente radica en mostrar de una forma muy sencilla y visual lo complejo que es trazar esa concatenación de conductas verbales que nos llevan a comportamientos verbales disfuncionales. El propio lenguaje interno se convierte en sí mismo en algo a evitar. La matriz flexibiliza el apego que podemos tener a conceptos de nosotros mismos que, aunque sepamos objetivamente que son aversivos, se han perpetuado en nuestra narrativa de tal forma que resulta más natural aceptarlos y creerlos a pies juntillas que cuestionarlos y modificar así nuestra historia. Algunas veces este lenguaje reactivo a nuestra propia conducta externa es tanto o más aversivo que la conducta en sí. Volviendo al ejemplo, después del acto de fumar, se puede pensar algo del tipo de soy un fracasado, idea esta muy aversiva que supone en sí una activación de ansiedad, una confirmación de la característica de ansioso y podría suponer además, otra vez, un desenlace de nuevo en el acto de fumar. En suma, la cadena de actos situados a la izquierda del eje vertical supone un acto de huida de un mundo aversivo interior lo cual no sería ningún inconveniente si no implicara que a la vez nos alejamos de nuestros objetivos vitales.

Este escrito es un resumen breve de mis hallazgos que mostré en el Trabajo Final de Máster en Drogodependencias de la Universidad de Barcelona. Los resultados son en base a las prácticas que realicé en una comunidad terapéutica y donde tuve la oportunidad de utilizar la matriz con diversos pacientes durante en el año 2023.

 

BIBLIOGRAFÍA

Hayes, S. C., Strosaahl, K. y Wilson, K. G. (2014). Terapia de Aceptación y Compromiso. Proceso y práctica del cambio consciente (Mindfulness).

 

Törneke, N. (2016). Aprendiendo TMR. Una introducción a la Teoría del Marco Relacional y sus Aplicaciones Clínicas.

Polk, K., Schoendorf, B. (2016). The essential guide to the act matrix. A step by step approach to using the act matrix model to clinical approach.