Asesinan al histórico periodista Javier Valdez y atacan a otra informadora en menos de 12 horas.  (El Mundo, 16, V, 2017). Otra voz silenciada. Resultan estremecedoras las frecuentes noticias que llegan de México sobre los asesinatos de periodistas. Este país es uno de los países más inseguros para ejercer el periodismo. Sin embargo,  muchos periodistas mexicanos siguen denunciando lo que allí sucede de forma continua. El silencio de sus voces, como el de otras personas asesinadas, no debieran dejarnos indiferentes a nadie.

No faltan allí voces que rompen el silencio impuesto por la violencia y la corrupción. Como Elena Poniatowska, Lydia Cacho, Diego Enrique Osorno, Sergio González Rodríguez, Juan Villoro, Anabel Hernández, Emiliano Ruiz Parra y Marcela Turati (Cacho y otros, 2016) que nos explican el drama de este país. México se ha convertido en el epicentro internacional del tráfico de drogas. Cuando en el 2006 el presidente Felipe Calderón asumió el poder en medio de una fuerte contestación popular, decidió legitimarse declarando la guerra a los cárteles. El resultado fue una asombrosa escalada que ha provocado casi 100.000 muertos atribuibles a la lucha contra la droga, y una consecuencia más grave si cabe, la proliferación de la violencia hasta alcanzar los 25.000 homicidios por año. Inmigrantes, mujeres, periodistas, estudiantes… las víctimas están en todas partes. Sus voces llenas de indignación constituyen un grito por la libertad que a todos nos concierne en un mundo globalizado.

Estamos ante un fenómeno geopolítico, no simplemente delictivo. Como apunta González Rodríguez (2014), es una visión parcial aunque no necesariamente equivocada, entender fenómenos como la violencia o el crimen organizado desde el punto de vista criminológico. El narcotráfico o el control de las sociedades a partir de modelos de vigilancia deben ser pensados desde ópticas más amplias como es la geopolítica. Este periodista denuncia que bajo la aparente lucha contra el narcotráfico en México se ha desarrollado una sociedad paramilitar que permite endurecer las leyes y abandonar al ciudadano: es un auténtico estado de guerra sin declarar. La globalización económica, por otra parte, ha sido impulsada por la expansión ‘salvaje’ de los mercados y de las finanzas, que han llevado a niveles crecientes de desigualdad en el trabajo, las rentas, los recursos, las oportunidades y la educación (Sánchez, 2006: 264). ¿Dónde queda el desafío central asumido por la Declaración del Milenio de conseguir que la globalización se convierta en una fuerza positiva para todos los habitantes del mundo?

De poco sirve la asistencia tecnológica y el dinero para desarrollar las potencialidades de los países pobres y medios, si luego no pueden vender lo que producen por los proteccionismos de los países ricos, señala el autor citado. Se condena a los pobres con una tenaza a dos puntas: deudas con intereses altísimos, por un lado; y por otro, no se les permite entrar en los mercados con sus propios productos. ¿Cómo pagarán sus deudas?, se pregunta Sánchez (2006: 276-277): No podemos ignorar que esta política tiene una evidente relación con el indigno y punible tráfico de drogas. Como dice el refrán: la necesidad tiene cara de hereje. Cuando los campesinos de los países pobres ven que sus productos legales no pueden llegar al mercado, algunos se corrompen y usan sus tierras para cultivar las plantas de las que se extrae la droga.

Llama la atención, sin embargo, cómo nos vamos acomodando a una lectura fácil del “problema de las drogas”, entendido como una simple cuestión personal y que los malos de la historia no son otros que los que trafican con estas sustancias. Y en esta línea todo el esfuerzo se orienta al tratamiento de las dependencias y a la lucha contra el llamado “narcotráfico”, con el menor compromiso político posible. Se deja de lado la complejidad de un fenómeno global en el que intervienen factores económicos, políticos y sociales que se entremezclan de forma tan compleja que resulta difícil delimitar el problema. Aquí%u0301 los organismos internacionales prefieren no actuar, más allá%u0301 de la llamada “represión del tráfico” y de las denuncias constantes de “nuevos consumos” de sustancias, sin enfrentarse con las cuestiones de fondo, como puede ser el “blanqueo de dinero” o el cambio en una política mundial que claramente ha fracasado. De lado quedan los derechos de las personas en una guerra que provoca por sí misma más muertos que los provocados por el consumo de las sustancias.

Habrá%u0301 que analizar, pues, con valentía y profundidad, todos los factores que posibilitan la producción de las sustancias, en principio, prohibidas, su distribución por todo el mundo y su consumo.  El tráfico de drogas es un fenómeno mundial que adquiere mayor fuerza cuando su responsabilidad queda en manos, por una parte, de las personas que producen y comercian con las diferentes sustancias y, por otra, de las fuerzas policiales encargadas de combatirlos. Esta mirada estrecha de un fenómeno complejo contribuye a que los traficantes campen a sus anchas por el mundo sin que el negocio desaparezca con las detenciones. Resulta muy fácil sustituir a unas personas por otras, cuando tantos beneficios aporta este negocio mundial (Maldonado, 2005), que enriquece  sobre todo a los países “desarrollados”.

Cuando Roberto Savíano visitó México, comprendió, y así lo dijo a los medios, que entender  lo que estaba pasando en el mundo era imposible sin entender qué estaba pasando al México, centro de gran parte del mercado negro mundial que a menudo impone las reglas y los castigos. Y todo ello, y esta es una de las cosas que más cuesta asumir, pasa única y exclusivamente por dinero, como apunta Lolita Bosch (2016) en el epílogo de ese libro estremecedor de Gibler, J. (2016),  con la historia oral sobre los  ataques contra los normalistas de Ayotzinapa tras un título acusador: Fue el Estado.

El crimen organizado es en realidad un triunvirato de narcotraficantes, políticos y fuerzas del orden y unas redes financieras brillantes, tan difíciles de investigar por los periodistas como sostiene González Rodríguez (2014: 186-187). Estas redes debieran considerarse como el auténtico dueño del crimen organizado. Pero no lo hacemos, resalta este periodista mexicano, porque quienes las manipulan no cumplen los prejuicios con los que pensamos: no son oscuros de piernas. de bota y alacrán en el cinto, no son exóticos, no llevan tatuajes y ni siquiera nos parecería extraño darles la mano o encontrarlos en algún evento político de alto nivel.

Por esto, Buscaglia (2015), cuando analiza la relación entre el lavado de dinero y corrupción política, no se detiene en quienes se dedican únicamente a aquellas actividades reconocidas como  criminales, sino que fija su atención en otras, no menos criminales, por su efecto destructivo  para la seguridad humanas, pero que reciben mucho menor atención de los poderes públicos y los medios de comunicación al causar menos alarma social. No son solamente el tráfico de drogas, el de armas y municiones, el de recursos naturales y el de seres humanos los delitos que tienen efectos desastrosos y a menudo letales para miles o millones de personas. También el fraude fiscal, la financiación ilegal de los partidos políticos, el soborno, la corrupción pública y privada, la malversación de fondos, el tráfico de influencias, el abuso de información privilegiada y un largo etcétera, conductas que permiten actuar libremente al crimen organizado.

Esta corrupción generalizada se puede detectar en los entramados de nuestra sociedad tan poco respetuosa de los derechos de las personas. La impunidad se cuela a todos los espacios de la vida social: esta%u0301 en el plagio intelectual que pasa sin castigo, esta%u0301 en la farsa de una educación que entrega diplomas que nada valen, esta%u0301 en los delincuentes convertidos en guías de moralidad pública, está en la manipulación de la información en los poderes mediáticos, está en la complicidad política en la destrucción de los servicios públicos, está en el uso de los recursos públicos para beneficio privado…. La corrupción y el “narcotráfico” se dan la mano. No al silencio.

Referencias bibliográficas