La llegada de los talibanes al gobierno de Afganistán en agosto de 2021 trajo consigo severas restricciones a los derechos fundamentales de la población, especialmente de las mujeres. Entre los decretos emitidos, el de abril de 2022 prohibió el cultivo de adormidera y la producción de opio, que suponían uno de los principales sustentos para la población rural. La falta de oportunidades laborales, de acceso a servicios básicos, de desarrollo de cultivos alternativos o de infraestructuras, así como la situación económica y social derivada de la guerra, conllevó que el cultivo de opio y amapola fuese la única alternativa para muchas familias.

Según datos de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC) en el Estudio sobre el Opio en Afganistán de noviembre de 2023, los ingresos del campesinado por la venta de opio cosechado en 2023 a los comerciantes disminuyeron en más del 92% y la superficie cultivada experimentó un descenso del 95%. “Durante décadas, la adormidera ha sido una fuente importante de ingresos para las poblaciones rurales. En 2022, los ingresos derivados del cultivo de adormidera equivalían al 29% del valor de todo el sector agrícola del país”, destaca el informe.

De Afganistán llegó a salir el 80% del opio del mundo y el 95% de la heroína que entraba a Europa. Y de esta restricción las más perjudicadas son las que integran ese eslabón más débil de la cadena, las que no tienen otra opción que cultivar la planta para subsistir. Así lo dice también la UNODC: “Las aldeas donde se cultivaba adormidera, en general, tenían menos acceso que otras a redes eléctricas públicas en funcionamiento, escuelas, programas de alfabetización y cooperativas agrícolas”.

Y si esto ocurre con el campesinado en general, ni que decir tendrá la situación de las mujeres y niñas de aquellas familias que cultivaban amapola. Desde la entrada de los talibanes se les obliga a estar encerradas en casa –solo pueden salir con un hombre que sea de su familia–, sin la posibilidad de estudiar a partir de los 12 años o trabajar fuera del hogar, entre otras vulneraciones a su libertad y autonomía.

Ante la prohibición, muchas personas sustituyeron el cultivo de adormidera por el trigo, que tiene un ciclo similar, pero los ingresos que genera este último son mucho menores. Además, como la prohibición llegó de manera repentina, no se ha podido hacer una transición a otros cultivos que sí generarían más ingresos. Esta restricción debería de haber ido acompañada de una política integral que garantizase la sustitución de cultivos de manera efectiva, así como la satisfacción de las necesidades básicas de las familias campesinas. Además, hay que recalcar la grave situación de escasez de agua que enfrenta el país. “Décadas de conflicto, shocks climáticos y una severa declinación económica caracterizada por un alto desempleo, escasez de efectivo y aumento de los precios de los alimentos han dejado a 29.2 millones de personas necesitadas de asistencia humanitaria”, resalta la agencia de la ONU.

La producción se disparó tras la invasión norteamericana que, bajo la bandera de la “guerra contra las drogas”, marcó la reducción del cultivo de opio como una de las razones de su “intervención”. Todo ello, a pesar de que en el año 2000 el régimen talibán había impuesto una prohibición del cultivo de amapola que ya provocó un hundimiento de la economía rural. Para muchos analistas esto facilitó la entrada de EE. UU.

Así, lo que está ocurriendo ahora en el país es una erradicación forzada sin ninguna política detrás, dejando a las familias productoras y a todas aquellas que subsistían de la economía del opio sin una alternativa, algo que ya se ha visto en otros países productores de sustancias de uso ilícito como Colombia.

Otro aspecto que preocupa de esta prohibición son aquellas personas con un trastorno por consumo de opiáceos en Afganistán. Al desaparecer el cultivo, las personas podrían experimentar síntomas de abstinencia. Como las opciones de tratamiento son limitadas y los recursos han quedado muy escasos con la reducción de la financiación internacional, muchas de ellas buscarán otras sustancias sustitutorias. Una de ellas, y que está experimentando un aumento en su producción, es un precursor de la metanfetamina que se fabrica a partir de una planta que se llama efedra y que crece en todo el país.

La amenaza del fentanilo en Europa

El mismo informe de Naciones Unidas habla de que una reducción sostenida en la producción del opio en Afganistán podría tener consecuencias tales como el desplazamiento del cultivo a otros países, una reducción en la pureza o el reemplazo de la heroína u opio por otros opioides sintéticos. En este caso preocupa el fentanilo, cuya experiencia en América del Norte ilustra como ha sustituido a la heroína, con unos efectos perjudiciales en quienes lo consumen mucho más graves. Si el 95% de la heroína que llegaba a Europa procedía hasta ahora de Afganistán, ¿su disminución provocaría la entrada del fentanilo?

En este reportaje del Diario Público, Claudio Vidal, director estatal de Energy Control, resalta que están siguiendo con “especial atención y preocupación” todo este tema, en un momento de “relativa incertidumbre” por lo que pueda suceder en un corto plazo de tiempo: “Hay miedo a que haya un desabastecimiento de heroína, algo que ya está empezando a monitorizar el Observatorio Europeo, porque las consecuencias podrían ser desastrosas”.

El fentanilo es un fármaco opiáceo sintético utilizado como analgésico y anestésico que es 100 veces más potente que la morfina y 50 más potente que la heroína. Y que lejos de la supervisión médica resulta una sustancia altamente mortífera.

La amenaza de que esta sustancia entre en Europa a los niveles que lo ha hecho en América del Norte se podría relacionar con la utopía de las políticas encaminadas hacia ‘un mundo sin drogas’. Y, es que, ante la prohibición o restricción de una sustancia, la experiencia ha demostrado que aparecerán otras sustancias para sustituirla. En este caso, sintéticas y con una peligrosidad mucho mayor, debido a la alta tasa de mortalidad. Hecho que no solo depende de quienes consumen, sino de un mercado y unas redes que no van a dejar de funcionar.

Además, hay otros tipos de opioides sintéticos que podrían ser los que lleguen a Europa. Se trata del nitazeno, proveniente de la familia de los benzimidazoles y más potente que el fentanilo. Según el Observatorio Europeo de las Drogas y las Toxicomanías (EMCCA) en su Informe Europeo sobre las Drogas 2023, en comparación con América del Norte, estos nuevos opioides sintéticos desempeñan un papel relativamente pequeño en el mercado de drogas en Europa en general, aunque sí constituyen un problema importante en algunos países como los bálticos.

Por esta razón, el enfoque de reducción de daños es tan importante en nuestras sociedades, para brindar el acompañamiento necesario y que las personas que tienen un consumo problemático no se sientan excluidas y estigmatizadas. Si aquellas que consumen fentanilo por falta de heroína –o porque la sustancia sintética es más barata– tuvieran la información necesaria sobre los efectos o pudieran ir a algún lugar donde les dieran naloxona para contrarrestar una sobredosis, tal vez algún día se sentirían más seguras si decidieran comenzar un tratamiento para dejar de consumir. Aunque lo más importante es que no la dejaríamos caer y las ayudaríamos a que los efectos de su consumo no fuesen más graves. En este aspecto, también existen las tiras reactivas al fentanilo, que pueden detectar la presencia de fentanilo en otras sustancias.

Porque, a parte de garantizar una atención de calidad enfocada a las necesidades y la situación de cada persona, la responsabilidad de los estados debería ser que la “guerra contra las drogas”, desde todas sus versiones –restricciones, prohibiciones, encarcelamientos–, no tuviera como objetivo a los eslabones más débiles de una cadena que se enriquece con ellos. Hablo de las familias productoras, campesinas y aquellas personas que consumen y acaban desarrollando un trastorno por adicción a una sustancia.