La primera gran duda cuando nos planteamos el hablar, opinar y discutir sobre los problemas que tienen las personas que presentan un trastorno inducido por el consumo de sustancias o comportamientos adictivos es su definición: se los ha denominado de manera casi indistinta como trastornos adictivos/adicciones o como drogodependencias/trastornos inducidos por sustancias. Y creo que ha llegado el momento de comenzar una reflexión sobre la conveniencia de una denominación u otra.

Allá va mi opinión:

El término “drogodependencia” está muy asociado al modelo biosanitario y farmacoterapéutico de intervención y con el paso de los años ha terminado por convertirse en reduccionista a la hora de explicar los diferentes fenómenos asociados al consumo de sustancias. Es un vocablo proveniente de la ola de la heroína que España sufrió en los años 80(y que denominada como “toxicomanía”asoló Europa entre las décadas de 1970-1980) y que ha terminado asociando el concepto drogodependiente a un perfil específico de usuario de sustancias: el heroinómano por vía parenteral que tradicionalmente ha sido el “drogadicto” en España. Además, el hablar de drogodependencias provoca que el énfasis se sitúe en la sustancia de abuso y haga que la intervención se centre en la ausencia/presencia de dicha sustancia.

El problema no es que haya que prestar atención a la sustancia (que hay que hacerlo) ni que haya que recurrir a la farmacoterapia (que se ha convertido en un elemento fundamental en el tratamiento de los trastornos adictivos) ni que los heroinómanos sean o no adictos (que lo son y con serios problemas epidemiológicos asociados); el problema está en que utilizando el concepto “drogodependencia” excluimos elementos que se han terminado convirtiendo en necesarios para comprender estos fenómenos: los factores sociales( recursos/habilidades sociales, resiliencia, integración en actividades socioculturales…), personales/emocionales (control de impulsos, toma de decisiones, tolerancia a frustración, canalización de sentimientos/emociones, traumas, autoestima…), familiares(antecedentes epigenéticos, factores de riesgo ambientales en familia de origen, uso/abuso por parte de los padres…), culturales(grupo cultural de referencia, consonancia cultural, sindemia, estrés del inmigrante) y la variedad de sustancias y comportamientos adictivos que nos encontramos en la actualidad. ¿Dónde englobaríamos la vigorexia, adicción a tecnología o compras compulsivas, fenómenos combinados como la “drunkorexía”…dentro de las drogodependencias? Yo prefiero orientar mi esfuerzo en buscar los miedos, complejos, traumas, dudas, inseguridades, vergüenzas…que tiene asociada la persona que reconoce tener un problema. Y así ayudarle a enfrentarse a todos estos conflictos personales y dotarle de recursos para enfrentarse a la vida cotidiana. En seco, claro. O sea, abstinente. Y eso no significa que quien necesite reducción de daños no la reciba, o mantenimiento con cualquier fármaco (opiáceos incluidos, por supuesto). Es que procuraré que ese sea uno de los aspectos de la atención. Y que esta atención sea lo más integral posible.

Mi (humilde) opinión es que trabajamos con adictos. Y dentro de las personas con problemas de adicción hay drogodependientes o no. Pero todos necesitan conocer las causas y las consecuencias de sus problemas. Y que alguien les ayude a resolverlos, y equivocarse y volverlo a intentar. La buena voluntad (tanto de las personas con problemas como de los terapeutas) es necesaria en la rehabilitación de los adictos, pero hay muchos casos en que no es suficiente. Busquemos las mejores maneras. Y seamos un puntito críticos con nuestro trabajo. Y nuestro vocabulario. Como por ejemplo, sobre la diferencia entre adicción y drogodependencia. No espero que estén de acuerdo conmigo, tan solo que se lo planteen. Y que opinen, por supuesto.

Firmado: Antonio Jesús Molina Fernández
Psicólogo colegiado GR-04474