En el ámbito de la prevención en materia de drogas existen numerosos problemas conceptuales y terminológicos: la ampliación del significado del término «prevención» difumina sus límites hasta acabar con su precisión y su utilidad como concepto, la dificultad en definir apropiadamente qué acciones son de prevención primaria, secundaria o terciaria obstaculiza la comunicación entre profesionales, y conceptos tales como el de prevención «inespecífica» favorecen la asignación arbitraria de recursos a proyectos dudosamente preventivos. La principal implicación de esta ausencia de precisión terminológica es la confusión en la planificación, práctica y evaluación de las actividades preventivas.

La terminología
La aplicación de una terminología concebida desde el modelo médico al campo de las drogodependencias produjo bastantes inexactitudes y un considerable enredo conceptual. Afortunadamente, en los últimos tiempos se viene prestando una atención mucho mayor a todo lo relativo a la reducción del daño, que, además de como uno de los niveles de la prevención, diferente de la reducción de la oferta o de la demanda, puede entenderse también como un paradigma global en el que los dos ejes anteriores deben estar englobados para legitimarse. Es decir, la reducción de la oferta de drogas o la reducción de su demanda tienen sentido en tanto que persiguen reducir los problemas relacionados con el consumo de estas sustancias. De lo contrario pasan a enmarcarse en un modelo meramente moralista y subjetivo que persigue la «lucha contra la droga» por razones ajenas a las de su potencial daño individual o social.

A estas indefiniciones, o contaminaciones terminológicas, habría que sumar la frecuente confusión entre programas, proyectos e intervenciones, o el muy habitual uso incorrecto del concepto de «grupo de riesgo», que confunde el riesgo real de abuso de drogas con la pertenencia a un colectivo marginado especialmente visible y favorece la tentación de localizar a tales grupos en determinados estratos sociales o áreas geográficas. Fantasía suficientemente desmentida por la investigación, pero de gran resistencia a la abrasión en el imaginario colectivo. La idea de «factores de riesgo», en cambio, es mucho más precisa, no etiqueta a individuos, y está sólidamente apoyada por la investigación científica.

Prevención ¿comunitaria?
Por otro lado, el adjetivo «comunitario» está de moda y, por tanto, tiende a ser usado indiscriminadamente. En realidad, un programa comunitario es el que cuenta con el protagonismo de la comunidad organizada y representada: difícilmente puede calificarse como comunitario un programa local planeado y ejecutado desde una administración municipal, por parte de sus funcionarios y sin más participación de la comunidad que el asistir a charlas u otras actividades organizadas por los técnicos de prevención.

Demasiado frecuentemente, por otra parte, se confunde la idea de sensibilización con la de prevención en sí. La sensibilización puede ser conveniente o necesaria al inicio de un programa de prevención, para preparar el terreno y favorecer la implicación de la población, o una mejor recepción y aceptación de nuestros mensajes preventivos. Pero en modo alguno la sensibilización puede sustituir a la prevención. Si mediante la sensibilización hemos conseguido preocupar a la población y luego no le ofrecemos ideas y herramientas para conseguir prevenir, si la campaña de sensibilización -a menudo de cariz publicitario y desproporcio-nadamente costosa- no va seguida de las intervenciones para modificar los factores y comportamientos de riesgo, nuestra actitud habrá sido, en el mejor de los casos, irresponsable. ¿Y qué decir respecto a la confusión entre grupos diana, grupos mediadores, destinatarios, beneficiarios y similares? Al menos en este aspecto existe cierto consenso y el Grupo de Trabajo sobre Terminología de la Prevención y su Evaluación, formado en el contexto del Programa Europeo de Ciencia y Tecnología (C.O.S.T.-A-6), en el que participamos, recomienda clasificar los programas de prevención en tres categorías:

— enfoques directos (dirigidos a las personas-objetivo primario o destinatarios últimos);
— enfoques indirectos (dirigidos personas-objetivo intermedias); y
— enfoques mixtos (dirigido a los dos grupos anteriores al mismo tiempo).

De estas reflexiones se deduce, en definitiva, la necesidad de analizar de forma crítica las definiciones y clasificaciones que habitualmente se emplean en el campo de la prevención de las drogodependencias. Sólo así se evitará que la confusión terminológica disimule la adopción de medidas incompletas y por tanto inefectivas -como sensibilizar sin luego educar-, o, lo que es peor, los intentos de hacer pasar por prevención lo que no es tal.

Este artículo ha sido publicado previamente en el Boletín CDD nº 68.