Nota: Tina Rosenberg, periodista ganadora de un premio Pulitzer, publicó esta opinión sobre las salas de consumo supervisado en las páginas del New York Times. Con su autorización, que agradecemos mucho, la redacción de lasdrogas.info lo ha traducido y lo publica para su audiencia.

Hace ya alrededor de 30 años desde que el primer programa de intercambio de jeringuillas abrió en Estados Unidos, en Tacoma, Washington, en 1988. Esto fue una medida en salud para prevenir que los usuarios de drogas inyectables compartieran jeringuillas, y por lo tanto la propagación del VIH y la Hepatitis.

La idea, como poco, fue controvertida. Muchas personas sintieron – y aun sienten – que esto facilitaba el uso de drogas y enviaba un mensaje de que el uso de drogas es algo correcto y se puede hacer de manera segura.

Hoy, la evidencia que el intercambio de jeringuillas previene las enfermedades es arrolladora, incrementando el acceso al tratamiento de drogas al ganarse la confianza de los y las usuarias de drogas y conectarles al sistema sanitario, sin generar un incremento en el uso de drogas. Su utilidad ha convencido a algunos críticos.. Así, cuando el ahora vicepresidente Mike Pence fue gobernador de Indiana, él autorizó los programas de intercambio de jeringuillas como una respuesta de emergencia al brote de VIH. “Yo no apoyo el intercambio de jeringuillas como una política antidroga, pero esto es una emergencia de salud pública”, dijo en una conferencia de prensa en 2015.

El intercambio de jeringuillas salvó a la ciudad de Nueva York de una epidemia generalizada de VIH. En 1990, más de la mitad de los usuarios de drogas eran portadores del VIH. Después, en 1992, empezó el intercambio de jeringuillas,  y en 2001 la prevalencia de VIH bajó hasta el 13%.

América tiene otra epidemia ahora: las muertes por sobredosis de opioides, heroína y fentanilo, un opioide sintético tan potente que unos pocos miligramos pueden matar. Un millar de personas murieron por sobredosis en la ciudad el año pasado (tres veces el número de muertes por homicidio). A nivel nacional (en Estados Unidos), las sobredosis de drogas han sobrepasado a los accidentes de tráfico y heridas por arma de fuego como principal causa de muerte violenta.

Si hay una fórmula para salvar las personas de la muerte por sobredosis sin generar daño, deberíamos aplicarla. Además hay una potente arma que estamos ignorando: las salas de inyección supervisadas. De acuerdo al informe del grupo localizado en Londres de la Harm Reduction International, existen 90 salas de consumo supervisado alrededor del mundo: en Canadá, Australia y ocho países de Europa. Escocia e Irlanda planifican abrir sus salas para este año. En los Estados Unidos, funcionarios de Nueva York, California y Maryland, y de las ciudades de Seattle (donde un comité especial recomienda abrir dos espacios), San Francisco, Nueva York, Ithaca (N.Y.), entre otros lugares, están discutiendo este tipo de servicios o instalaciones.

¿Piensas que el intercambio de jeringuillas envía un mensaje equivocado? Chico, te va a encantar esto.

Un servicio de inyección supervisada es un centro ambulatorio donde los usuarios de drogas pueden obtener utensilios limpios y usar (ellos mismos) drogas bajo la atenta mirada del equipo profesional equipado con naloxona, el antídoto que instantáneamente revierte la sobredosis. Algunos dispositivos están abiertos a gente que inhala drogas también.

Estos servicios, como todas las medidas en reducción de daños, son siempre una parte de una más amplia estrategia antidroga. La respuesta a la crisis de los opiáceos en América requiere de medidas severas contra la cadena de distribución, especialmente la de fentanilo enviada desde China; de medidas preventivas intensivas; y tratamientos a largo plazo disponibles localmente sin lista de espera, especialmente el más efectivo, que usa Suboxone o metadona.

La respuesta del gobierno está muy por detrás del problema; sólo un minúsculo porcentaje de personas que necesitan tratamiento han podido acceder a este hasta el momento.

Los espacios de venopunción supervisados salvan vidas. Todavía no ha habido una sola sobredosis  en una sala en todo el mundo, dice Rick Lines, director ejecutivo de la Harm Reduction International. Una reciente revisión de estudios científicos encontró que estas salas – que atienden los usuarios más duros, más marginalizados – hacen muchas cosas. Traen gente hacia el sistema de salud pública. No incrementan el uso de drogas inyectables. No incrementan el tráfico de drogas o la delincuencia en los barrios circundantes – en estos barrios, de hecho, hay menos inyecciones visibles en la vía pública y menos jeringuillas abandonadas.  Y por la evitación de las infecciones de VIH y Hepatitis C y la reducción del uso de ambulancias y hospitalizaciones, estos servicios ahorran dinero.

Como todas las medidas de reducción del daño, esta idea asume que la gente que es adicta a las drogas inyectables se inyectará en algún lugar. Es mejor para ellos – y para todo el mundo – si ese lugar no es un callejón, un parque infantil o el baño de un Burger King. Estos consumidores no deberían estar solos. No puedes iniciar tratamiento si estás muerto.

Los únicos espacios en América del Norte están en Vancouver. Pero Canadá está viendo un record de sobredosis y la extensión del fentanilo, por lo que el gobierno de Ontario acaba de anunciar que financiará tres salas en Toronto y una en Ottawa. Montreal planea abrir alguna también. “No hay prioridad más alta en el ministerio de salud pública”, dijo Adam Vaughan, un miembro del Parlamento de Toronto, según informó The Globe and Mail.

La más grande y antigua clínica de Vancouver es Insite, establecida en 2003 en el barrio de Downtown Eastside de la ciudad, donde los usuarios de drogas se concentran. La mayoría de su financiación proviene del gobierno provincial.

Insite se dirigea usuarios importantes de drogas inyectables de largo recorrido”, dijo la portavoz Anna Marie D’Angelo. Los educadores entre iguales, doctores y enfermeras criban a los principiantes o menores, dijo. La media de edad de los usuarios es de 30 años, y algunos clientes están en sus 70s y se han “chutado” heroína durante décadas.

La clientela recoge el material de inyección limpio y se dirige hacia uno de los 13 cubículos limpios y bien iluminados y dotados con un espejo para que el personal pueda ver. Después de inyectarse, pueden ir a una habitación para relajarse y hablar con los educadores de iguales y enfermeras. Estas conversaciones crean confianza entre clientes y un personal que decididamente no les juzga. La parte de ”no reprender” de la reducción de daños molesta a mucha gente, pero los clientes deben confiar en el personal si deben luego aceptar su ayuda.

Insite dice que la gran mayoría de derivaciones que hacen son hacia tratamiento o desintoxicación – muchas de ellas hacia Onsite, el centro de desintoxicación justo en la planta de arriba. Los investigadores encontraron que Insite estaba asociada (ver pdf) con un 30% de incremento del uso de los servicios de desintoxicación, los cuales a su vez incrementaron la opción de tratamientos de larga duración y disminuyeron el uso de drogas inyectables.

Randy Fincham, un sargento del Departamento de Policía de Vancouver dijo que Insite no era fácil de vender a la policía. “Se hace difícil para los policías mirar para otro lado cuando alguien va a consumir”, dijo el sargento Fincham. Pero el record de Insite resultó convincente, decía – los usuarios habían sufrido unas 5.000 sobredosis y fueron recuperados en todos los casos. No es una panacea. Es una tirita para el consumo de opioides hasta que se introduzcan otras soluciones. Han tardado unos cuantos años, pero ahora nuestros compañeros dan todo su apoyo– por necesidad.

Para evaluar el impacto de Insite en las muertes por sobredosis, los investigadores recontaron las muertes en los barrios cercanos a Insite dos años antes de que estuviera abierta y luego en sus primeros dos años de operaciones, y lo compararon con las muertes en cualquier lugar de la ciudad. En un radio de unos 500m alrededor de Insite, las muertes se redujeron en un 35%. En el resto de Vancouver, las muertes cayeron un 9,3%.

Los investigadores no hallaron ningún incremento en la delincuencia, y verificaron una disminución de las inyecciones en espacios públicos y en las jeringuillas abandonadas. Esto ha mejorado el vecindario, en lugar de empeorarlo. Lo mismo pasa en Sídney. Los investigadores australianos encontraron que tres cuartas partes de los residentes y negocios en el área alrededor de la sala de Sídney la apoyaban (ver pdf). “No se puede esperar que el SIF solucione todos los problemas relacionados por drogas en una área en concreto, pero puede contribuir a su reducción o minimización”, dijo el Ejército de Salvación de Australia, una organización normalmente enfocada a la abstinencia.

Una advertencia: Pequeño no significa bonito. En Insite los 13 espacios de venopunción no son suficientes – cada día empieza con una cola alrededor del bloque. Esto es malo para el vecindario, y contraproducente para los usuarios de drogas. Es muy difícil permanecer en una cola por una hora mientras llevas una bolsa de heroína en tu bolsillo.

Y para establecer una diferencia, los espacios deben estar cerca de los clientes (usuarios). En Vancouver, de forma inusual, la concentración de usuarios de drogas inyectables se da en un barrio – y es por eso que se forman colas. Esto es un reto para las otras ciudades donde el uso de drogas es más disperso, y especialmente problemático en las áreas rurales; la gente no va a viajar para ir a inyectarse de manera segura.

En Nueva York, Linda Rosenthal, la representante del barrio de Manhattan Upper West Side en la Asamblea Estatal, se prepara para presentar la legislación que establezca el fundamento jurídico que permitiría a las ciudades establecer las salas de consumo. Ella cree que los servicios deberían ir en edificios donde ya se atienda a usuarios de drogas inyectables con servicios como el intercambio de jeringuillas, desintoxicación, asesoramiento y conexiones hacia los programas sociales.

El ayuntamiento de Nueva York está financiando con 100.000 dólares un estudio del Departamento de Salud e Higiene Mental, que analiza la viabilidad y el posible impacto de las salas en la ciudad de Nueva York. El dinero proviene de una suma presupuestada ya para la prevención del VIH, por lo que en realidad el ayuntamiento aún no ha debatido este asunto.

Es un primer paso – y considerando la política, quizás el único paso. La idea viene del concejal Corey Johnson, que dirige el comité de salud. Él piensa que si la evidencia científica no convence a los miembros del consejo, el argumento financiero debería ayudar. “Podemos centralizar un punto de acercamiento a los adictos a la heroína que realmente ahorra dinero y recursos significativos en nuestra lucha contra múltiples epidemias”, dijo.

“No estoy seguro de que hayamos sido capaces aún de tener una conversación larga y clarificadora que -esperemos-  pueda educar a estas personas”, dijo. “A primera vista, diríamos… ¿Por qué vamos a establecer instalaciones que permitan a la gente inyectarse drogas que son realmente letales? Es difícil comprender por qué un gobierno haría eso”.