Reflexionando sobre el tema con el que estrenarnos como autores en el espacio que usted está leyendo, decidimos aunar dos de los fenómenos sobre los que más hemos trabajado: las adicciones y las nuevas tecnologías. Seleccionando el primero de ellos, al ser parte central de nuestros estudios e itinerario profesional, y el segundo por ser tanto usuarios como formadores en dicha materia.

Esta trayectoria, junto a la aparición actual de conceptos como “adicción a las tecnologías”, “smartphone es la nueva droga”, “adicción a los videojuegos”, etc. generó la necesidad de realizar un texto en el que abogar por una reflexión teórica sobre este fenómeno, antes de crear alarma social.

Hoy en día, la tecnología es de uso habitual para gran parte de la población occidental. Esta es un medio/instrumento generado con un fin, el cual puede variar.

Nosotros, lejos de centrar el debate en la finalidad de la tecnología, orientamos nuestra mirada en la reflexión sobre su “maldad/bondad” y las consecuencias de interpretarla así. Esta, careciendo de entidad propia (de momento), no debe ser subjetivada con juicios de valor “per se”, sino mediante juicios de hecho.

Esta falta de entidad, contradice la responsabilización  sobre ciertos sucesos como el consumo, uso, abuso y modificación de pautas culturales actuales, que encontramos en el paradigma hegemónico actual de explicación de este fenómeno.

Sorprendiéndonos en la actualidad la asociación del “continente” tecnológico con la aparición de sucesos como “adicción a los videojuegos”, “al smartphone”, olvidándose de la influencia que tiene “el continente” y el uso que de ellas hacemos.

No seremos nosotros los que neguemos la posibilidad real de desarrollar una adicción vinculada a este fenómeno y sus dispositivos. Pero si advertimos sobre la peligrosidad de generar conceptos sin reflexión previa sobre ellos. Como es obvio, la tecnología “per se” no puede hacer daño. Será el uso que hagamos de ella, el que pueda desarrollar conductas y sucesos definidos como negativos socialmente hablando.

Entonces, ¿de dónde emanan la actual “tecnofobia” a la cual se adscriben cada vez más personas?

Como bien comenta Romaní (1999), la definición de las adicciones en términos de “problema” y no de “problemática”, responde a la consolidación de discursos hegemónicos respecto al poder, la salud y el consumo de drogas. Durante el apogeo del consumo de ciertas sustancias, se fomentó una definición del suceso en términos de problema con todas sus connotaciones negativas.

La evitación del fenómeno, su estigmatización, su vinculación con lo socialmente no aceptado, etc. plasmado en el concepto “problema de la droga” (articulado por el anterior autor), lejos de fomentar una significación e intervención real sobre las adicciones, es responsable de parte de la situación actual.

Nuestra pregunta es, ¿no estarán sufriendo las nuevas tecnologías un proceso similar?

Muchas son las veces que algo se cae al suelo, argumentando como eximente de culpa una narrativa del tipo “se ha caído el jarrón”. Cuando de verdad deberíamos decir “he tirado el jarrón”. Será esa necesidad intrínseca de rebajar la responsabilidad frente a nuestros propios errores, lo que provoque la responsabilización de la acción por parte de un objeto que realmente no la tiene.

Las nuevas tecnologías y el uso de ciertas sustancias, han sufrido procesos similares.

En un intento de evitar el uso de drogas, se generó una definición sobre la adicción y las drogas sustentadas en maximizaciones de posibilidades minoritarias. Es por todos sabidos que el consumo continuado de sustancias, no tiene que llevar a una relación de dependencia con ellas. Con lo que esta reducción, responde más a un intento político de negativizar los consumos y su inicio como estrategia de prevención universal, que a la realidad.

¿Qué relación tiene este proceso con la situación actual de las Nuevas tecnologías?

Pues, bajo nuestra humilde opinión, en la actualidad podemos atisbar el inicio de un proceso similar.

La irrupción de la tecnología y, sobre todo, la ingente velocidad de cambio y transformación que tiene, han encendido infinidad de alarmas sociales. Estas características han provocado la aparición de la llamada “brecha digital”, agrandándose más con cada logro tecnológico.

El aumento de la esperanza de vida junto con los rápidos avances tecnológicos, favorecen que las diferencias existentes entre los “nativos digitales” y los que no lo son, sean cada vez más grandes. De ahí que estos últimos sean los principales reproductores de un discurso negativo sobre las nuevas tecnologías y su uso, ponderando otros modos de relacionarse, informarse, etc. más tradicional. Evidenciando una similitud clara respecto a las adicciones, dado que ambos generalizan situaciones concretas a todo el fenómeno.

Esta negativización de lo nuevo, ponderando lo tradicional, es una respuesta cultural por parte de aquellos a los que la tecnología y sus cambios, los  desempodera socialmente.

Esto junto al “gasto estatal” que implicaría formar a estas personas en la realidad tecnológica, hace que dispositivos de gobierno como los “mass media” (en el término más foucaultiano) generen dinámicas de negativización del uso, en vez de dotar de capacidad de utilización responsable y de estrategias educativas adecuadas a aquellos excluidos.

Al igual que sería una irresponsabilidad por nuestra parte negar la existencia de relaciones de dependencia con sustancias como la heroína, el alcohol, el tabaco, etc. lo sería si negásemos la presencia de fenómenos similares vinculados a las adicciones.

Para nosotros, la clave no es si existe la adicción o no, sino si la utilización y maximización del uso del término es acertada, si está suficientemente reflexionada y si se conoce su uso.

Nuestra respuesta, es no.

El imaginario actual maneja la idea de que el consumo de drogas, ha de llevarte sin “remedio” a mantener una relación de dependencia con la sustancia. Olvidándose posibilidades intermedias como aquellos consumidores esporádicos, habituales, recreacional, experimental, etc. Este proceso, lejos de provocar un descenso en los consumidores de drogas, generó la estigmatización de estos.

En la actualidad, empezar a hablar de “adicción a las nuevas tecnologías”, responde a intereses parecidos a los que sustentaron la creación del “problema de la droga”.

Si bien la finalidad parece ser distinta (en las adicciones se buscó evitar el consumo que podía llevar a la adicción y en las tecnologías evitar la pérdida de relevancia por parte de una parte importante de la población), el proceso y resultado resulta similar. Maximización por parte de población legitimada por el saber experto/práctico, de la posibilidad de establecer una relación de dependencia con las nuevas tecnologías.

Son muchos los fenómenos que sufren procesos similares, en los que la facción que genera el discurso “santifica” su posicionamiento respecto a la realidad criticada, “demonizando” lo diferente e incomprensible para ellos.

Obviamente, somos conscientes de las diferencias entre un consumidor de drogas y un de tecnología. No creemos que se genere un proceso de exclusión similar hacia las personas que usan estos dispositivos.

Pero sí estamos seguros de que la falta de reflexión, instaurada en un proceso similar, generará errores y complicaciones similares a los encontrados actualmente en las adicciones, los cuales se minimizarían desde una reflexión acertada del fenómeno tecnológico.

Desde este texto alentamos a todos los profesionales, medios de comunicación y demás agentes sociales a fomentar la reflexión sobre las nuevas tecnologías, sobre términos que se están asociando sin criterio a ellas como el de adicción, generar pautas de consumo responsable, educar a los mayores para conocer esta realidad y adquirir la capacidad de educar en un uso educado de esta tecnología y empatizar con aquellos que han interiorizado la tecnología en su día a día, en vez de “demonizar al mensajero”.

Romaní, O. (1999). “Las Drogas. Sueños y razones”. Barcelona. Ariel.