Los primeros dispositivos empezaron a utilizarse hace más de tres años, pero por primera vez un grupo de especialistas españoles ha demostrado en un estudio la eficacia y seguridad del programa tras un año de seguimiento. Según este trabajo, el 65 por ciento de los pacientes sigue sin probar la heroína a los doce meses de conseguir el alta.
La Clínica Médico Psicológica Asturias, de Gijón, y la Universidad de Oviedo son los principales autores del estudio con implantes de naltrexona que acaba de finalizar. En él han participado 156 pacientes con resultados alentadores: todos los pacientes dejaron de consumir drogas durante el tratamiento y el 65 por ciento seguía sin probarlas al año de recibir el alta clínica. «Son cifras esperanzadoras porque para el 45 por ciento restante no significa necesariamente su recaída, sino que no disponemos de análisis de orina que lo demuestren con seguridad», dice el psiquiatra Eduardo Carreño, autor principal del proyecto y director del centro Asturias. «Algunos han cambiado de lugar de trabajo y sabemos por su familia que están bien, pero no podemos incluirlos en los resultados del ensayo».
El éxito de la terapia es un dispositivo que, colocado en el abdomen, libera naltrexona. Este fármaco se utiliza desde hace tiempo en forma de pastillas para tratar la adicción a la heroína; sin embargo, las cifras de recaídas son altas. Algunos pacientes prefieren no tomarlo para mantener el deseo de consumir la droga. De hecho, en el estudio se compararon los resultados de los pacientes a los que se colocó implantes con un grupo tratado por vía oral, y al año sólo el 17 por ciento de estos adictos seguían sin consumir.
Bajo la piel
Los implantes, al ser subcutáneos, no se pueden retirar y los toxicómanos mantienen la cantidad de fármaco necesaria para vencer el deseo físico de la heroína. No sienten esa necesidad, y en el caso de que consumieran, la naltrexona anularía sus efectos, «como si se tomaran un vaso de agua», apunta el doctor Carreño. «Este fármaco -explica- tiene la misma forma que la molécula de los opiáceos, pero no tiene actividad. Cuando se suministra, se coloca en los mismos receptores naturales de opioides que tiene el organismo, y los ocupa. Si después se inyecta o se inhala heroína, no tiene donde colocarse y se «cae»; es decir, no produce ninguna acción. Así, el paciente no tiene que luchar cada día por no consumir y su familia tiene la seguridad de que no va a probarla mientras prosigue su vida normal».
Además, el tratamiento consigue otros beneficios asociados, según el estudio. Mejora el deterioro que produce la heroína en las vías de regulación del dolor, placer, hambre, sed, y la memoria, lo que contribuye a mejorar el estado general del paciente. También se detallan otras ventajas frente a otras sustancias utilizadas, como la metadona. Según los autores, en pacientes VIH positivos la metadona puede tener numerosas interacciones con los nuevos fármacos antirretrovirales que se utilizan en su tratamiento; incluso podría aumentar la capacidad de infección del virus (al menos en experimentos «in vitro»). En embarazadas, la naltrexona también ha demostrado ser más segura para el feto: disminuye el síndrome de abstinencia neonatal y favorece la maduración fetal.
Los implantes se colocan con anestesia local en una sencilla intervención y se cambian cada ocho semanas para garantizar la liberación constante del fármaco, aunque se está ensayando un nuevo dispositivo que duraría hasta seis meses. No existen grandes contraindicaciones, salvo que el paciente tenga algún problema de coagulación, no tolere la anestesia local o si la dependencia a la heroína es muy leve. En opinión del doctor Carreño, hoy es la mejor opción de tratamiento, aunque son necesarias series más amplias de estudio para confirmar los resultados de este trabajo. Por otro lado, existe otra alternativa más cómoda al implante con la que se investiga y que podría sustituirlo en breve. Consiste en una nueva formulación del fármaco que se inyectaría cada 21 días y también permitiría aportar de forma continuada esta sustancia porque posee unas microesferas de liberación, similares a las utilizadas en las terapias hormonales. De momento, se prueba en roedores.
Aunque uno de los logros de la terapia es la ayuda farmacológica, el tratamiento Nimrod no es sólo la naltrexona. Para que tenga éxito, primero se debe desintoxicar al paciente. El sistema que siguen el doctor Carreño y el profesor Bobes de la Universidad de Oviedo se basa en un método de 24 horas. Durante este tiempo el toxicómano permanece sedado en su domicilio para pasar el síndrome de abstinencia de la forma más cómoda posible.
Terapia psicológica paralela
Una vez que se ha desintoxicado se pueden colocar los implantes. No obstante, para que el tratamiento tenga resultados se debe mantener una terapia psicológica en paralelo. «Podemos poner continuamente implantes, pero si no cambiamos la forma de pensar no acabaremos con la adicción. Trabajamos hasta que el estímulo les produce tan poca reacción que pueden controlar el deseo de consumir», dice el especialista.
Uno de los problemas del programa es su coste. La desintoxicación previa cuesta unas 65.000 pesetas y el tratamiento con implantes y la psicoterapia puede subir hasta las 150.000 pesetas mensuales. Sin embargo, a medida que avanza la terapia puede reducirse hasta las 10.000 pesetas al mes. Precios elevados, pero similares a los programas de granjas o comunidades terapéuticas.