«Pásame dos «pirulas» de las de siempre». «Son 20 euros. Esto es otra cosa, ya verás». Las «pirulas» son pastillas de éxtasis o MDMA, derivados anfetamínicos de anillos sustituidos que se sintetizan a partir del núcleo de la anfetamina. En España, según los responsables policiales de Estupefacientes, circulan más de 800 variedades de cualquier color y con cualquier logotipo de moda -las conocidas «mitsubishi» o «sonrisas» han dado paso en los últimos meses al «demonio de Tasmania» o «superman»-, pero no se sabe a ciencia cierta cuántas hay. Son sustancias elaboradas en laboratorios clandestinos de los Países Bajos y Alemania, a partir de precursores químicos.
«En nuestro país no hay laboratorios porque no es rentable montarlos. Una condición es la máquina troqueladora; otra cosa es que se manipule una partida de pastillas, se muelan y se les añada excipientes, pero eso no es un laboratorio», aclara un responsable de la Udyco de la Comisaría General de Policía Judicial.
Jugar a la ruleta rusa
Fabricar una pastilla cuesta menos de un euro y en el mercado su precio oscila entre los cinco y los 18 euros. Casi todo lo que rodea al éxtasis son incógnitas, pese a su espectacular aumento en el mercado y en el consumo, de ahí que médicos y policías equiparan la ingestión de esta droga a «jugar a la ruleta rusa». «Cuando la consumes desconoces qué estás tomando, en qué dosis y que sustancias acompañan al principio activo; es un suicidio», explica un especialista de los Laboratorios Químicos de la Policía.
Las cifras no dejan resquicio: si en 1997 en todo el mundo se requisaron 3.295.000 pastillas, en el año 2000 ese número llegó a 30.532.000. En el caso español, en 1997 se decomisaron 185.000; en 1999, 357.000; un año después las incautaciones llegaron hasta las 891.000, y en los seis primeros meses de 2002 ya se han superado las 800.000 pastillas aprehendidas por los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad. Madrid es una de las zonas de mayor consumo (le siguen Levante y Baleares) y, por tanto, los datos referidos que se traducen en un incremento del 850 por ciento, perfectamente extrapolables. Ninguna otra droga ha crecido de esta forma.
Según la última encuesta realizada a adolescentes de entre 14 y 18 años por el Plan Nacional de Drogas, el 2,5 por ciento consume éxtasis habitualmente (frente al 1,6 por ciento en 1998). Otro estudio de la Agencia Antidroga señala que el 14, 63 por ciento de jóvenes madrileños de la misma edad ha probado alguna vez las pastillas.
«El «pastillero» es un toxicómano atípico: es un joven socialmente estable, procedente de cualquier estrato y que rechaza a los consumidores de heroína. Él se siente por encima y no se considera adicto; sólo lo asocia al ocio», relatan expertos policiales. «En el ámbito familiar es casi imposible detectarlo y para tomar pastillas no hace falta vencer ningún acto traumático, como fumar hachís, esnifar o inyectarse, de ahí que se considere una droga limpia».
Negocio rentable y poco riesgo
Las pastillas son un negocio muy rentable y poco arriesgado, controlado por redes pequeñas aunque también hay organizadas. Llega casi todo de Holanda por carretera y no suele existir contacto entre quienes las fabrican y los distribuidores. Los logotipos sirven a la Policía para orientar las macroinvestigaciones e implican un estilo comercial y una confianza en el proveedor. El efecto contrario es que provocan una «competencia desleal», como ocurrió con la «mitsubishi», cuyo principio activo era tan potente que copiaron el logo, pero no la composición. Según los expertos, es habitual encontrar pastillas dentro de la misma partida con cantidades muy distintas de principio activo (MDMA), lo que desvirtúa una potencial investigación, y sustancias que nada tienen que ver vendidas como éxtasis con efectos más tardíos y, por tanto, más peligrosos.