Un descubrimiento fascinante, un hallazgo fortuito de un químico curioso en la búsqueda de un estimulante del sistema circulatorio. Un encuentro en dos tiempos con una sustancia nueva que altera nuestros modos de percibir el mundo.
El primer paso, en 1938, la investigación sobre los alcaloides del cornezuelo de centeno -un hongo imperceptible- condujo a Albert Hofmann a una síntesis química que resultó infructuosa. Sin embargo, cinco años después y sin un motivación evidente –otro de los misterios de esta historia-, Hofmann vuelve a insistir con sus experimentos y abre una puerta desconocida para las sociedades occidentales. LSD 25, “droga maravillosa”, “mi hijo monstruo”, distintos nombres con los que su creador involuntario bautizó a esta sustancia.
Un descubrimiento que podemos mirar como un nudo en el que se cruzan multiplicidad de historias de las que derivarán recorridos imposibles de anticipar en la primavera de 1943. Por un lado, la historia de la ciencia, la química y la medicina en la búsqueda de remedios eficaces en estrecha relación con el desarrollo de la industria farmacéutica. Por otro lado, una historia social en la que confluyen los efectos de la segunda postguerra, el clima de la Guerra Fría y los usos del LSD como herramienta de espionaje, junto con la contracultura de la década del ‘60, una nueva sensibilidad artística y producciones geniales como el álbum Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band de Los Beatles.
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