«Iñaki, que me voy a la entrevista». Sorprende la familiaridad con la que el joven advierte al gerente de que se ausentará del trabajo por espacio de hora y media. Iñaki, su jefe, que en ese momento está plegando piezas en la empresa de mecanizados de chapa Teklan, en Hernani, le mira por encima de sus lentes, y le da el visto bueno. «Venga, largo», le suelta con cierta complicidad. Hay entre ambos una relación que trasciende la del alumno y el maestro. Se tienen mutuo aprecio.

El gerente sabe de sobra que durante la próxima hora y media Jorge Vitero, vecino de Hendaia, que en abril cumplirá 38 años, dejará su tarea como programador de máquinas láser para ofrecer un testimonio del que Iñaki está al tanto. «Es como mi segundo aita», admite el tolosarra. «Sabe lo que es la ludopatía; conoce mi enfermedad».

Vitero recorre las calles de Hernani mientras desvela la conversación que ha mantenido la noche anterior con Bea, su novia. En un ánimo de evitarle mayores complicaciones, la mujer le ha persuadido de que, quizá, sea más conveniente no dejarse retratar para el periódico. ¿Y si el día de mañana te quedas en el paro? ¿Quién te va a contratar al asociarte con la ludopatía? Bea, preocupada, lanza preguntas de una lógica aplastante, más si cabe teniendo en cuenta las coordenadas en las que se maneja esta «enfermedad invisible» que afecta al 2% de la población guipuzcoana. Una patología que al año pasado hizo llamar a 74 nuevos pacientes a las puertas de Ekintza Dasalud, la asociación referente en el territorio.

Pero Jorge parece haber hecho de la ludopatía un permanente ejercicio de transparencia. Lo tiene muy claro. «No, de espaldas no me saques que parezco un delincuente, y no me tengo que esconder de nadie». Definitivamente es un joven peculiar. De la misma manera que no resulta frecuente que el gerente de tu empresa esté al tanto de los pormenores de una enfermedad tan silenciada, tampoco lo es que no ponga objeccion en dejarse retratar.

21 DE MARZO

Se cumple un año

Ya sentado a la mesa de un bar lo suficientemente discreto, reconoce que la vida no puede ser entendida sin mirar hacia atrás, pero también que tiene que ser vivida mirando hacia delante. «El 21 de marzo se cumple un año desde que dejé de jugar», revela. Una efeméride para estar contento, pero asumida con la humildad de quien tiene que batallar con la enfermedad de por vida. «Desde marzo del año pasado no llevo encima tarjetas de crédito. Bea es la que administra. Yo dispongo de unos 5 o 10 euros semanales para cafés. Es una situación en la que te sientes como esposado, pero eres tú mismo el que pones las manos para que te las esposen».

Dice Jorge que la vida tiene dos caminos, y sabe cuál no quiere volver a coger. Todo empezó como una alternativa de ocio, cuando apostaba con su cuadrilla 5.000 pesetas todos los domingos en los partidos de pelota en el Frontón Galarreta. Luego vinieron las carreras de caballos, y aquello acabó por convertirse en un callejón sin salida. Era un mundo de «dinero fácil», que le llevaba en volandas de las quinielas a la loto pasando por un sinfín de modalidades de juego.

«Salvo el Estado», dice, nadie gana con el juego. Pero entonces no lo sabía. Y así, sumergido en esa espiral, el tolosarra no reparó en el cerco que se le iba estrechando. Sus aitas estaban ahí para echarle una mano. Sus tres hermanos, sobre todo Jose Luis y Raquel. Y, cómo no, su novia, Bea. Pero él no era capaz de verlo. Ahora les agradece con locura la implicación pero por aquel entonces se dedicaba a ver partidos de fútbol «siempre pendiente del resultado, nunca disfrutando del propio espectáculo». «Sabes que esa situación no te lleva a ninguna parte, pero sigues y sigues…».

Jorge hace gala de un verbo fluido, esa locuacidad que atesoran las personas que, a fuerza de mirar hacia su interior, por fin han abierto una vía de escape. Durante la charla no deja de dibujar círculos con sus manos sobre la mesa, como remarcando esa espiral de la que ha logrado zafarse. «Aquel callejón sin salida lo estoy pagando mes a mes, por las deudas contraídas con los créditos personales, que tienen unos intereses elevadísimos». Desde marzo a diciembre ha amortizado 7.000 euros, pero todavía le queda lo suyo.

DEUDA ACUMULADA

900 euros mensuales

Actualmente paga de su salario 900 euros mensuales para devolver los más de 30.000 euros que adeuda a cuenta del juego. «Tengo que ganarme la confianza, y no quiero que nadie pague deudas por mí. Acepto mi enfermedad, y sé que moriré con ella. Y es que no hay otro camino. A partir de ahora, en mi vida, tengo que ser transparente, porque ya he mentido todo lo que tenía que mentir».

Ahora dice haber descubierto el valor de las pequeñas cosas. Se responsabiliza, por ejemplo, de las compras, y siempre pide facturas. «No porque me lo pida nadie, sino por mí, por ganar una batalla cada día. Bea y yo hacemos a la noche las cuentas en casa para comprobar que todo cuadra. Es una manera de responsabilizarme, de concienciarme del precio de las cosas».

La charla se ha prolongado por encima de lo esperado, pero el joven se reincorpora al trabajo sin temor al tirón de orejas del gerente. «Hay confianza», dice poco antes de despedirse. Su secreto pasa «por decir la verdad». «Hay que hablar con la familia con las manos sobre la mesa. Estar en el camino correcto te enseña a no mentir. A vivir con la verdad por delante, siempre con la verdad por delante».