«Empecé a consumir pastillas para poder descansar y dormir y, poco a poco, me di cuenta de que las necesitaba para vivir». Miriam, de 53 años, dice ahora esto con seguridad, pero le costó un tiempo ser consciente de que había generado una adicción a las benzodiacepinas, provocada por la sensación de no estar al 100% en ningún ámbito de su vida. Ser exitosa en el trabajo, poder conciliar con la familia, hacer ejercicio regularmente y tener vida social o personal se convierte en un imposible en una sociedad que carga sobre las mujeres una exigencia añadida. No lo dice ella, ni siquiera las expertas, lo dicen los datos: la prevalencia de consumo de hipnosedantes entre mujeres es un 65% mayor que en los hombres y ya hay varios estudios que apuntan a la desigualdad de género como un condicionante clave en el consumo de psicofármacos.

El caso de Miriam es paradigmático, pues la mayoría de mujeres empiezan a tomar ansiolíticos o benzodiacepinas para atenuar una condición que en muchos casos no es médica, sino social y emocional. Y la solución, al final, se convierte en el problema. «Todo empezó porque tenía problemas familiares, estaba saturada de trabajar dentro y fuera de casa y de tener la sensación de no llegar a todo», cuenta a 20minutos. Con dos hijos, la asturiana se vio desbordada por multitud de frentes y acabó cayendo también en el consumo de alcohol para evadirse de su situación. «Era una pescadilla que se mordía la cola, porque los problemas familiares y laborales se acrecentaron aún más, hasta el punto de que mi entonces pareja me amenazaba con dejarme si seguía así», relata.

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