Euskadi fue la primera comunidad en poner en marcha el intercambio de jeringuillas en las cárceles. En su lucha por defender el derecho a la salud de los drogodependientes, no quiere quedarse atrás. Por ello demanda la creación de las salas de inyección segura, más conocidas como narcosalas, como paso previo a la dispensación de la heroína bajo control médico, un proyecto que está ya en marcha en Andalucía. El número de drogodependientes heroinómanos en la comunidad es de 5.000, cantidad suficiente para tomar en serio la iniciativa.

En Gipuzkoa, las asociaciones de ayuda y apoyo a los drogodependientes valoran la creación de las salas de consumo higiénico de manera muy positiva, y esperan que pronto se puedan crear en el territorio, «aunque, desgraciadamente, el proceso irá lento, la sociedad no está preparada», expone con pesar una representante de la Asociación Ciudadana Antisida (Acasgi).

Una de las primeras peticiones de estos grupos, que puede parecer banal, es tratar de desterrar el término narcosalas, que tiene connotaciones despectivas y puede inducir a confusión. «Da la impresión de que son salas dispuestas para que los toxicómanos «se coloquen». El fin es el contrario; en un primer momento es de mantenimiento, pero como derivación se intenta que dejen el hábito y se desintoxiquen», explican desde Acasgi.

Lo más importante, sin embargo, es que la creación de las salas, tengan el nombre que tengan, ayudará a todos aquellos enfermos que, por una u otra razón, tienen serios problemas para abandonar su hábito o no pueden vivir sin drogas. Se trata de personas de alto riesgo, que apenas tienen recursos; en el plano físico su degeneración es tal que les es difícil encontrar alguna vena donde inyectarse la droga. La existencia de salas «disminuirá los riesgos de muerte por sobredosis entre este sector de drogodependientes. Todo serían beneficios ya que en las salas existe un control y un seguimiento médicos y cuentan con el apoyo de un equipo sociosanitario completo, con trabajadores sociales y terapeutas», concluyen.

Apoyo institucional

El Gobierno Vasco está muy involucrado en este proyecto no sólo en el plano económico, sino también en el ideológico. El objetivo final de la Dirección de Drogodependencias es la reducción de las molestias y los riesgos que van asociados a la inyección de drogas en la calle. «El consumo en condiciones higiénicas disminuirá la transmisión de VIH y hepatitis, así como las enfermedades por contaminación del agua», explican fuentes de la Dirección de Drogodependencias del Gobierno Vasco.

Para poner en marcha un programa de esta envergadura es necesario invertir, dotarlo de recursos materiales y humanos suficientes. Actualmente, Médicos del Mundo tiene uno de estos centros en fase de apertura en Bilbao, y su directora tiene grandes esperanzas puestas en el mismo. Para probar su idoneidad se elaboraron previamente estudios por parte de la Diputación y el Ayuntamiento; cuenta también con el respaldo de la Academia de Ciencias Médicas y numerosos profesionales de la Medicina. Las salas de inyección «proporcionarían un espacio tranquilo y seguro para aquellos consumidores sin hogar, con numerosos problemas de salud y sociales», indican desde la Dirección de Drogodependencias.

Contarían también con personal médico y de enfermería, trabajadores sociales y psicólogos que prestarían cuidados básicos en salud y educación sanitaria. La sala de inyección debería ser, además, un recurso en relación con los existentes en la zona: centros de salud, unidad de infecciosos, enfermedades de trasmisión sexual, salud mental, programas de mantenimiento con metadona, psicoterapia, centros de acogida, pisos de inserción, recursos sociales y alojamientos para hacer más fácil la integración social. «Quienes acudan a las salas tendrán garantizada la confidencialidad, pero también deberán cumplir unas normas mínimas que contribuyan a la convivencia dentro y fuera de la sala» , explican fuentes de la Dirección de Drogodependencias.

Reducir la alarma social

No puede negarse que el consumo de droga en la calle supone también un riesgo para los ciudadanos. Este sería un motivo más para la petición de las salas de consumo higiénico: «Atenuarán los problemas asociados a estas molestias», comentan desde el Gobierno Vasco. No se trata de hablar por hablar, ya que la experiencia de países como Holanda y Suiza demuestran que los programas de reducción de riesgos «han disminuido la conflictividad social y la delincuencia, a la vez que han mejorado la esperanza y la calidad de vida de los usuarios», explica Julen Perurena, psicólogo y director de la Comunidad terapéutica Haize-Gain, de la Asociación Guipuzcoana de Investigación y Prevención del Abuso de Drogas (Agipad).

A pesar de tener el respaldo de las instituciones, parece que no siempre es fácil llevar a cabo este tipo de proyectos. Bilbao es una muestra de ello. Hace meses se creó el centro Hontza de atención a toxicómanos, y no consiguieron más que problemas; los vecinos de la zona donde se instaló se opusieron con rotundidad – e incluso violencia- a que se ubicara al lado de sus casas. Desde las organizaciones de apoyo reconocen esta dificultad: «No es fácil realizar una labor con drogodependientes mientras la sociedad no los considere como enfermos», expresan desde Acasgi. A pesar de estos recelos, Hontza ha registrado, desde febrero, un fuerte incremento en la utilización de sus servicios.

No son los ciudadanos que se ven afectados por la cercanía de uno de estos centros los únicos que se oponen a estos programas. Existen profesionales de la medicina que, «por cuestiones ideológicas más que médicas, son contrarios a dispensar heroína a los toxicómanos. Siempre ocurre con las innovaciones, hay resistencia al cambio. También ocurriócuando se empezó con metadona», explica Perurena.