La primera «narcosala» de Euskadi ha sido utilizada por 51 usuarios en su primera semana de vida. Abrió sus puertas el martes 2 en el número uno de la calle Bailén, a caballo entre el centro de Bilbao y el barrio de San Francisco, con el objetivo de servir de refugio a los toxicómanos «sin techo» que deambulan por la ciudad. Los primeros consumidores se han declarado «agradecidos» por el nuevo servicio, que les permite inyectarse la droga de una forma más higiénica y controlada, explicaron los responsables de Médicos del Mundo, ONG que gestiona el local con la financiación de Gobierno vasco, Diputación vizcaína y Ayuntamiento de Bilbao.

En estos días, el perfil del destinatario corresponde a un varón (en el 90% de los casos) de 35 años, de origen autóctono, en grave situación de exclusión social y con varios fracasos en tratamientos de desintoxicación anteriores. La primera sorpresa ha saltado respecto al tipo de sustancia: en esta primera semana han sido más los consumidores de cocaína por vía intravenosa; le siguen la heroína y la mezcla de ambas drogas, lo que se conoce en la calle como «speed-ball» (bola rápida), por sus vertiginosos efectos.

Sida y hepatitis

Los drogadictos que acuden al centro presentan dolencias que exigen su derivación a centros médicos, «sobre todo con problemas en los pies». Con largos años de adicción a sus espaldas, «hay un porcentaje alto de infectados por sida y hepatitis B», explica Mónica Poo, responsable de la «narcosala».

Un equipo de ocho especialistas, formado por enfermeras, un médico, educadores sociales y psicólogos, trabaja en el centro por turnos, además del vigilante. Su horario es de 10 de la mañana a seis de la tarde, aunque para los usuarios, a partir de las once. De 180 metros cuadrados y con un presupuesto anual de 400.000 euros, puede acoger como máximo a veinte personas simultáneamente, aunque sólo seis a la vez en la sala de venopunción. Antes de entrar, han de lavarse las manos, dejar sus pertenencias en taquillas y esperar turno. «Sólo pueden traer su dosis, nada más», insiste José Julio Pardo, de Médicos del Mundo. Primero, se rellena su historial clínico y se le ofrece información de otros recursos para mejorar su calidad de vida.

El facultativo les entrega un kit con una jeringuilla, un cazito para la mezcla, un filtro, una goma y toallitas esterilizadas, pero no puede ayudarle a aplicársela. Paradójicamente, en esta sala se prohíbe fumar. Disponen de media hora para inyectarse. En la habitación contigua se sitúa la enfermería por si algún toxicómano sufre una sobredosis o precisa curas.

Los responsables de la sala de consumo higiénico aspiran a seguir el ejemplo de Ginebra. Allí, estudian las sustancias para conocer el grado de pureza que se vende en el mercado negro. En la actualidad, sin embargo, «no hay ningún método totalmente fiable que analice la droga en el acto; hay que esperar siete días», indica la doctora Nerea Aedo. El otro antecedente nació en el corazón del poblado marginal de Las Barranquillas, en Madrid.

La «narcosala» vasca se ubica casi en el mismo lugar donde antes se consumía al aire libre, bajo los soportales de la antigua estación de tren de La Naja. «En realidad, sólo hemos subido al primer piso lo que había en el sótano», resume la presidenta de Médicos del Mundo. Celina Pereda invita a los vecinos críticos con la iniciativa a formar parte del comité de seguimiento.