Los problemas de salud relacionados con el consumo de bebidas alcohólicas son alarmantes, tanto desde una perspectiva sanitaria como económica o social. La oportunidad de plantear intervenciones preventivas en el ámbito de la atención primaria está ampliamente aceptada, y se ha demostrado su eficacia. El primer paso consiste en identificar a los sujetos con un consumo considerado de riesgo (>28 unidades de bebida estándar [UBE] semanales en el varón; > 17 UBE semana en el caso de la mujer; ingestión concentrada de 5 UBE o más en una sola ocasión, al menos una vez en el último mes; 1 UBE 10 g de alcohol puro), seguido de una intervención educativa orientada a reducir el consumo en los bebedores clasificados como de riesgo o a la abstinencia en el caso de los individuos con dependencia alcohólica.

El estudio de Fernández et al2 confirma, coincidiendo con otros, que la intervención realizada en consultas de atención primaria, a cargo de médicos de familia con habilidades suficientes para realizar una intervención breve, ofrece a los 2 años una reducción del consumo en un 38,9% de los pacientes de riesgo: el 23,8% presentaba abstinencia y el 15% consumo moderado. La mayoría de los casos incluidos eran varones, y los factores desfavorables: inicio del consumo antes de los 16 años, consumo asociado de tabaco o test de CAGE negativo.

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