El consumo de drogas se remonta a la
Prehistoria, según pone de manifiesto este
artículo publicado en la revista Trastornos
Adictivos. La afirmación del autor, investigador
del Departamento de Prehistoria de la
Universidad de Valladolid, se basa en macrorestos
de plantas con propiedades psicoactivas
hallados en yacimientos prehistóricos, así
como en representaciones artísticas de estas
plantas en diversos objetos decorativos y litúrgicos.

Si bien el autor reconoce que el hallazgo
de restos vegetales en utensilios y restos
esqueléticos fechados en la prehistoria no
implica, necesariamente, su utilización como
drogas, su presencia en elementos funerarios
o litúrgicos indica que estos humanos primitivos
conocían ya la capacidad de estas plantas
para alterar el estado de consciencia, y que las
utilizaban precisamente con esta finalidad.
Las primeras referencias escritas sobre
el consumo de drogas se remontan al tercer
milenio a.C. Se han encontrado referencias a la
adormidera, de cuyo látex se obtiene el opio, en
unas tablillas cuneiformes de los sumerios que
datan de esa época, y en las que, presumiblemente,
se hace referencia a los efectos narcóticos
de la planta, aunque este extremo ha sido
puesto en duda por algunos autores.

Existe más
consenso sobre el conocimiento de estas plantas
y de sus propiedades en el Egipto faraónico,
a partir del año 1550 a.C., ya que se encuentran
referencias a una variedad de ellas –además de
la adormidera, la mandrágora y otras plantas de
la familia de las solanáceas– en papiros de esa
época. Aunque es cierto que el conocimiento
de estas plantas no implica, necesariamente, su
empleo como drogas, el nivel de conocimiento
sobre sus efectos narcóticos sí parece indicar
un cierto grado de experimentación con ellas.

En la época grecolatina es ya evidente, no
sólo el conocimiento y la utilización de plantas
psicoactivas como la adormidera o la mandrágora
con fines medicinales, sino también como
drogas en rituales y ceremonias religiosas. Así
lo indican las representaciones en arcilla de
cápsulas de adormidera ofrecidas como exvotos
en un buen número de santuarios griegos
en torno al s. VIII a.C., así como en objetos
decorativos (cerámicas, orfebrería, esculturas,
relieves, amuletos, sarcófagos, monedas, etc.)
y ofrendas funerarias.

Esta utilización de las drogas como remedios
medicinales y vehículos religiosos en
las antiguas civilizaciones del Mediterráneo
indican, según el autor, un largo proceso de
familiarización progresiva con estas sustancias
–iniciado en la prehistoria– para que las primeras
sociedades del Viejo Mundo alcanzaran un
conocimiento tan preciso sobre sus efectos.
Uno de los primeros indicios que llevaron a
plantear esta hipótesis surgió tras el descubrimiento,
a mediados del s. XIX, de la cueva
de los Murciélagos, en Albuñol, Granada. En el
interior de esta gruta se encontraron una serie
de cadáveres cuidadosamente dispuestos en
los que se habían depositado varias ofrendas
funerarias, entre las que se recuperaron un
buen número de cápsulas y semillas de adormidera.
El estudio de estas muestras con la
técnica del carbono 14, atribuyó esos restos al
neolítico, en torno al quinto milenio a.C.

A partir de ahí se han encontrado restos de
plantas con propiedades psicoactivas –adormidera
principalmente, pero también efedra,
cannabis, beleño, dulcamara, hierba mora o
cornezuelo del centeno– en piezas arqueológicas
halladas en yacimientos prehistóricos de
distintos lugares de Europa. Además también
se ha documentado la presencia de metabolitos
de estas plantas en restos óseos de diversos
yacimientos prehistóricos, como una población
alemana de mediados del tercer milenio a.C.,
y en individuos inhumados en la necrópolis del
Bronce Antiguo de Franzhausen, Austria, de
comienzos del segundo milenio a.C.

En la Península Ibérica hasta la fecha dos
yacimientos han proporcionado cerámicas en
las que las analíticas señalan la presencia del
alcaloide hiosciamina y de una bebida fermentada
de cereales, lo que podría ser el residuo
de una cerveza en la que se hubiera disuelto
alguna planta de la familia de las solanáceas,
quizás beleño, con el fin de obtener una bebida
alucinógena. Uno de ellos es la cueva sepulcral
del Calvari d’Amposta, al sur de Tarragona,
del tercer milenio a.C. donde se han hallado
restos de esta poción en uno de los vasos allí
depositados como parte del ajuar fúnebre.

También han aparecido restos de esta misma
combinación (cerveza e hiosciamina) en una
vasija de cerámica depositada en la tumba
de un guerrero del siglo II a.C. hallada en el
Padilla de Duero, Valladolid. El autor plantea
la posibilidad de que esta poción psicotrópica
fuera una suerte de viático para las comunidades
prehistóricas de la Península, durante la
celebración de sus ceremonias sepulcrales.
Basándose en éstas y otras evidencias del
consumo de drogas en contextos fúnebres y
rituales, el autor concluye que este consumo no
se limitaba a prácticas medicinales, sino que su
utilización podía desempeñar una función destacada
en la celebración de las ceremonias religiosas
de las comunidades prehistóricas de Europa.
De hecho, añade, la presencia de la adormidera
en estos ambientes y su elección como motivo
ornamental que simboliza el sueño o la muerte
puede atestiguarse desde el neolítico, y este
papel alegórico se mantendrá a lo largo de la
prehistoria para perdurar en el mundo clásico.