Elementa DDHH lanza su segundo kit de Desintoxicando Narrativas, que busca cambiar las narrativas periodísticas y discursivas del movimiento de drogas, incorporando un enfoque de género y considerando los contextos específicos de las mujeres en relación con las drogas.

Los medios de comunicación, la publicidad y la propaganda política han consolidado una narrativa estigmatizante y criminalizadora alrededor de las drogas, construida por el sistema prohibicionista, especialmente en América Latina. En esta región, las políticas de militarización, erradicación, persecución, perfilamientos y criminalización han afectado principalmente a los grupos de personas en situación de vulnerabilidad, entre ellos las mujeres.

Las ideas machistas y patriarcales se han mezclado con este discurso para señalar y juzgar a las mujeres que participan en el cultivo, el tráfico o que son usuarias de sustancias. La proporcionalidad del impacto de estos discursos depende de los contextos socioeconómicos y culturales, así como el sexo, la raza, el género, la edad o la orientación sexual. Por ello, la interseccionalidad es importante a la hora de analizar las afectaciones a los derechos humanos en el cruce de sistemas de opresión que están en constante interacción.

Tal y como analiza Elementa DDHH, es común que las zonas con presencia de cultivos de sustancias declaradas de uso ilícito sean lugares remotos y marginalizados, con bajos niveles de inversión, altos niveles de pobreza y exclusión, y una débil presencia estatal. Este abandono estatal imposibilita la producción de otros insumos agrícolas y conlleva que para muchas mujeres estos cultivos sean una oportunidad de trabajo. Pero también hace que las dinámicas de militarización, la estigmatización de su trabajo y la presencia de actores armados las ponga en el centro de violencias y vulnerabilidades. “En otras palabras, la militarización de los territorios con presencia de cultivos declarados ilícitos, se intersecta con dinámicas patriarcales que profundizan violencias y vulneraciones en contra de las mujeres”.

Por otro lado, en la mayoría de los países de América Latina los delitos relacionados con las sustancias psicoactivas son la causa principal para la encarcelación de mujeres, recalcando los altos niveles de mujeres en prisión preventiva. Ello sin tener en cuenta los contextos, las vulnerabilidades y el estigma creciente que recae en sus familias y por parte de sus comunidades.

“Las mujeres de América Latina han tendido a ocupar roles en los niveles más bajos y expuestos de la cadena, siendo el microtráfico y el transporte los más frecuentes. Este último ha sido visibilizado por los medios de comunicación y la producción ficcional, siendo la figura de la mal llamada ‘mula’, reconocida por la labor de transportar drogas dentro y fuera de los países productores por encargo de actores más poderosos”. Además, en el caso de redes de narcotráfico, se las coloca como las “esposas de”, nunca como parte activa de dichas redes, evidenciando la etiqueta de “debilidad” que se les coloca.

En el caso de las mujeres consumidoras de sustancias, los estereotipos y los estigmas se acrecientan (sanciones legales, pérdidas de custodia…), “debido a la creación de escenarios simbólicos donde las mujeres deben ajustar sus comportamientos según las jerarquías sociales de sexo y género. Esto sin tener en cuenta cuando las mujeres consumidoras hacen parte de grupos vulnerables como sobrevivientes de violencias, trabajadoras sexuales, personas privadas de la libertad o minorías étnicas, donde las cargas de criminalización y estigmatización se profundizan”.

Debido a estos roles de género, las mujeres que consumen, producen o trafican son penalizadas diferencialmente, ya que su comportamiento es “incompatible” con las expectativas de feminidad. Y se destaca que en los casos donde sufren violencias y son víctimas, las mujeres consumidoras son doblemente estigmatizadas y categorizadas como “culpables” por haber consumido. Igualmente, los medios suelen invisibilizar su rol como agentes de cambio social en los territorios.

“Al comunicar noticias sobre mujeres es común replicar las categorías de organización social que asignan roles a hombres y mujeres de manera jerarquizada. En el caso de las noticias sobre drogas, las mujeres quedan reducidas a los estereotipos de género donde solo pueden ser villanas que usan su belleza física para destruir la vida de narcotraficantes, o sujetas vulnerables y débiles ante las ‘garras’ de las drogas, o malas madres, o personas irresponsables y malas influencias”.

Por último, desde Elementa DDHH recalcan que es esencial adoptar un enfoque integral que incorpore la perspectiva de género, la interseccionalidad y los principios de derechos humanos en la elaboración de narrativas relacionadas con el consumo de drogas y la representación de las mujeres. Porque, para unas políticas de drogas enfocadas en los derechos humanos y donde estén las personas en el centro, es necesario cambiar las narrativas.

“La meta es crear relatos más comprensivos, respetuosos y que honren la dignidad de las personas, garantizando el respeto de sus derechos fundamentales”.