Drogarse no es sólo inyectarse heroína o esnifar «coca». Un nuevo tipo de adicto está emergiendo y lo hace enganchado a un teléfono móvil, pasando las horas muertas en un «chat» o preso del videojuego. Son los nuevos «yonkis» de la sociedad de la información. Aunque parezca exagerado, hay un «botellón electrónico» que tiene un poder adictivo equiparable a cualquier estupefaciente. Lo saben bien los responsables de la organización Proyecto Hombre, dedicada al tratamiento de toxicómanos y que, por primera vez, ha acogido a dos jóvenes dependientes del móvil.

Durante la presentación de la VI Jornadas sobre Adolescentes, Dependencia y Nuevos Medios de Comunicación, se puso de manifiesto que hay un tipo de adicciones sociales que no precisan de la droga para dominar al sujeto. Según Luis Bononato, de la delegación Proyecto Hombre en Jerez, los jóvenes que hacen un uso excesivo del móvil, Internet o cualquier otro instrumento tecnológico, refuerzan una conducta de aislamiento. Un adolescente tímido, con escaso éxito social o acomplejado por su cuerpo ve en el «chat» un instrumento perfecto para cultivar amistades virtuales, pues el ciberespacio procura intimidad y anonimato.

No hay un perfil que defina al adicto a las nuevas tecnologías, pero, por la juventud de los usuarios, los que caen en la red suelen ser personas inseguras, inestables y que han perdido el ascendiente moral de la familia.

«Un desengaño amoroso, un mal expediente académico o un profundo sentimiento de soledad favorecen un uso abusivo de las nuevas tecnologías», según explicó Bartolomé Catalá, presidente de Proyecto Hombre. No en vano, hay una estrecha relación entre el fracaso escolar y la afición desbocada por los videojuegos y las charlas electrónicas.

Atrapados en la red

Para los expertos, una persona es prisionera de Internet cuando utiliza el ordenador no para estudiar o divertirse, sino para embobarse delante de la pantalla perdiendo el control sobre sus actos. Mientras la adicción al tabaco o al alcohol no es tolerada por los padres, el encadenamiento a Internet no concita demasiadas preocupaciones.

Al fin y al cabo, el sexo virtual no transmite enfermedades venéreas ni provoca embarazos. En este sentido, un padre debe empezar a preocuparse cuando su hijo le confiesa -si es que se atreve- que se ha enamorado de una chica gracias a un «chat». No es extraño que un joven empiece a perder sus amistades y sustituya la conversación por un sinfín de mensajes cifrados en el condensado lenguaje «wap». Si un joven se irrita o sufre ansiedad porque su teléfono se ha extraviado o su saldo se ha agotado es posible que sea un «moviladicto».