No se trata de una estadística oficial, pero sí de un sentir generalizado en los despachos de abogados matrimonialistas: cada vez es más frecuente que los matrimonios se rompan por culpa de la cocaína. «De los doce últimos casos de separación que han entrado en el bufete, en cuatro tiene una relación directa esa droga», explica un abogado murciano que, para preservar la intimidad de sus clientes no será nombrado. Y éste no es un caso aislado, otros letrados consultados corroboran esa cada vez mayor incidencia del consumo de cocaína como detonante de las crisis de pareja. Es el caso de Pedro Sánchez Guillén, experto en temas matrimoniales.

Los casos tienen unas características muy parecidas, sobre todo por lo que se refiere al perfil del adicto. Suele tratarse de un hombre entre 35 y 45 años, empresario o con una profesión liberal, con reconocimiento en la sociedad y una familia consolidada. «Maridos que empiezan a pasar noches fuera de casa, que en sus cuentas se producen agujeros de hasta 3.000 euros, y que cuando llegan a casa se muestran irritables».

Altera la personalidad

La droga además de alterar la personalidad de quien la consume, provoca irremediablemente la disminución del patrimonio familiar porque acarrea un elevado gasto económico. Las mujeres, después de un tiempo aguantando esta situación, acuden a un abogado para comenzar a tramitar su divorcio.

«Lo normal es que, aunque el abogado conozca esta situación, no se refleje en la demanda, para no crear más conflicto», explica José María Illán, abogado experto en crisis familiares. «Tenemos que intentar ser instrumentos de paz y evitar hacer más difícil el proceso, sobre todo cuando hay hijos por medio».

Por tanto, excepto en casos sangrantes, las demandas suelen tramitarse de mutuo acuerdo. «En muchos casos el amor sigue presente, pero la adicción hace imposible mantener la convivencia por más tiempo».

Inés Paula Ledantes, psicóloga clínica y con experiencia en conciliación familiar, explica que a largo plazo, el adicto a la cocaína se vuelve suspicaz y comienza a tener celos infundados, altos niveles de irritabilidad y aumenta la agresividad.

De forma que la convivencia resulta muy difícil para la pareja. «Cuando esta persona no tiene motivación para dejar la droga, romper la relación es lo mejor».