Como almas en pena, en una noche lluviosa, los primeros coros de fumadores se agolpaban en las aceras de Nueva York después de que a la medianoche del sábado entrara en vigor la ley que prohíbe fumar en los bares de la ciudad.
«Me siento miserable, no voy a volver más. Ya no soy un niño y esto es ridículo», lamentaba vivamente John Holloway, un texano de 42 años que vino este fin de semana a la ciudad a visitar a unos amigos.
«La ciudad tiene muchos problemas para invertir tanta energía en esto», concluyó malhumorado a las puertas de «Brothers Jimmy», un bar de la Tercera Avenida, en el barrio del Upper East Side.
Los sucesivos paquetes legislativos contra el humo en Nueva York empezaron en 1998 y culminan con esta ley que destierra a los fumadores del último lugar público en que se les toleraba: las barras de los bares.
La ley, una de las más severas de Estados Unidos, salió adelante gracias a la tenacidad del alcalde Michael Bloomberg, un ex fumador.
«Me gustaría que las elecciones municipales fuesen esta noche», afirmó Nancy, apurando su cigarrillo, antes de volver a entrar en «Brothers Jimmy».
En la puerta del bar, un cartel advertía que a medianoche y un minuto quedaba estrictamente prohibido fumar.
Un centenar de metros más arriba en la Tercera Avenida, la taberna irlandesa «Kinsale» ignoraba la prohibición.
Hace casi 100 años, en 1908, una irlandesa, Katie Mulcahey, fue arrestada por fumar tras la aprobación del Acta Sullivan, en honor al concejal promotor de la medida, que prohibía fumar a las mujeres de Nueva York.
La ley fue derogada por el siguiente alcalde.
«Bloomberg tenía que haber considerado que Nueva York se encuentra en el mayor estado depresivo en una generación», explicó Susan Murphy, de 23 años, natural del estado de Connecticut (noreste).
El alcalde «debería concentrarse en rejuvenecer la ciudad», añadió, identificando la prohibición de fumar con el conservadurismo arraigado en los estados del centro del país.
Desde la invención de la máquina de liar tabaco en 1881, Nueva York ha sido una plataforma para el hábito, gracias al cine, al jazz y a una reputación de Sodoma y Gomorra que la convertían en un enclave extranjero a ojos del resto del país.
«No será bueno para la ciudad», pronosticó Ellen Roberts, de 25 años, vecina de Rochester (estado de Nueva York).
«No fumo y me molesta el humo, pero se están equivocando», añadió.
A su lado, su amiga Mary Crowe, que tampoco fuma, compartía esta opinión: «¿Nos prohibirán los valiums? En tiempo de guerra la gente necesita algunos vicios».
«Yo no fumo, y me molestaba que fumasen en los restaurantes. Ya lo prohibieron, creo que esto no es necesario. Los europeos no vendrán de vacaciones, y necesitamos turistas», añadió.
Abril será un período de pruebas para la ley, pero a partir de mayo, tres multas significarán el cierre del local.
«Quiero que vuelva (Rudolph) Giuliani», imploraba Susan Murphy, en alusión al antecesor de Bloomberg.
A las puertas del bar de al lado, un grupo visiblemente borracho fumaba y cantaba: «No, no, nos moverán, no, no, nos moverán».