Acompañando a la maternidad en los centros de reducción de daños: recomendaciones en clave de perspectiva de derechos a la infancia, interseccionalidad y género

En el marco de una estructura social desigual y patriarcal es necesario indagar y profundizar colectivamente las formas que adoptan las violencias en los discursos sociales, dado que se trata de violencias naturalizadas y silenciadas que perpetúan las desigualdades, al mismo tiempo que invisibilizan, excluyen y penalizan a las personas que transgreden la norma. No hace tantos años, el binomio maternidad y consumo activo de drogas era un debate aún sutil y comprometido. Poner sobre la mesa los derechos de las madres consumidoras y los de sus respectivos hijos e hijas era un tema muy despolitizado y tabú.

La reducción de daños es un conjunto de políticas y programas que centra la práctica en el respeto y la empatía hacia la persona consumidora. Desde la no discriminación, la no estigmatización y el empoderamiento de los procesos de cada una, ofrece acompañamiento a las personas consumidoras de sustancias, entre ellas, las mujeres que atraviesan cualquier particularidad en torno a la maternidad. Las personas que se atienden en los centros de reducción de daños, antes de llegar donde están ahora, el sistema les ha fallado en numerosas ocasiones. Son personas que acumulan tantas luchas detrás que, a menudo, no tienen otra forma de vivir que a la deriva; sobreviviendo cada circunstancia, violencia y opresión que, al mismo tiempo, las sitúa como colectivo minoritario en una posición de desventaja y desigualdad.

Ser mujer, consumidora activa de sustancias y al mismo tiempo, plantearse cualquier tipo de maternidad, implica la condición de vivir con un triple estigma y ser penalizada por las estructuras sociales que conforman este sistema. Las lógicas patriarcales y androcéntricas dificultan todavía más cualquier intersección que atraviese a la mujer, designando así desde el imaginario social una manera única de concebir la maternidad: «ser una buena madre». El debate sobre qué es ser una buena madre se podría alargar bastante, pero sin duda, poner el foco únicamente en el consumo reduciría los factores que están en juego, dejando de lado todos los otros aspectos que insterseccionan con la maternidad.

Si bien es cierto que el paradigma y el discurso sobre la maternidad han ido cambiando, el concepto de maternar todavía se asocia a ‘lo femenino’ y al modelo de familia patriarcal. En el caso que nos ocupa, no solo estamos hablando de embarazo y consumo activo, sino que también estamos hablando de cualquiera de las formas que pueda adoptar la maternidad y que los centros de reducción de daños deben acompañar en el día a día. A algunas mujeres se les ha retirado la custodia hace años y les nace el deseo de recuperar el vínculo; otras aparecen justo después de una medida de retención hospitalaria; otras mujeres son acompañadas durante el proceso del embarazo cuando esta maternidad está muy desdibujada e idealizada por las violencias vividas a lo largo de su vida; y otras conviven con el peso de haber tomado la decisión de interrumpir el embarazo, entre numerosas particularidades que a menudo se nos olvida que también existen. Conviene, pues, deconstruir, suavizar y ampliar la idea de maternidad y, desde ahí, ser capaces de apreciar, aceptar y respetar las diversas formas de maternar.

Como trabajadoras que acompañamos cualquier proceso de maternidad de las mujeres consumidoras, es necesario que garanticemos no solo sus derechos (como se ha hecho hasta ahora), sino que, junto con el resto de agentes implicados en el proceso, velemos para que cuando escuchen la palabra maternidad no estalle el fuego dentro de ellas. Para que puedan transitar los embarazos acompañadas y sostenidas por una red que les recuerde la importancia de velar tanto por ellas como por el hijo o la hija. Hagamos que vivan la maternidad como cualquier otra madre, evitando poner el consumo en el centro y atendiendo todas las inquietudes y angustias que aparezcan en el camino. Se trata de una lucha conjunta, donde es necesario romper las estructuras y lógicas que han operado hasta el momento, con el fin de sensibilizar, formar e informar a todas las redes implicadas. Que esta no es una problemática menor, que está presente; se trata de un proceso vital que ha generado y genera experiencias traumáticas a personas que deben continuar con su vida y, que los profesionales y las profesionales responsables que acompañan este proceso, no podemos formar parte de este entramado de violencias institucionales que a menudo han recibido a lo largo de la vida.

Y aquí, no solo estamos hablando de las personas adultas, de las madres consumidoras, sino que quiero hacer especial mención a la infancia y la adolescencia que ha estado tan olvidada por una mirada adultocéntrica de la red y también por la misma lógica androcéntrica del sistema patriarcal. Que la infancia y la adolescencia son también un sujeto de derecho, que todo el mundo debe velar por su integridad y no nos queda otra respuesta que incluirlos en el sistema familiar de la persona a quien atendemos. Es muy fácil hablar de visión sistémica, pero a menudo nos resulta difícil tomar conciencia del impacto que puede causar el hecho de ser niño o adolescente y convivir o tener contacto con personas con consumo activo de sustancias, cuando ni siquiera disponen de las herramientas para comprender qué es lo que está pasando a su alrededor (y si lo hacen, a menudo se enmascara por el secreto familiar).

Para acompañar la maternidad de forma integral y respetuosa, y erradicar el estigma y visión punitiva del consumo, es necesario que las redes y profesionales que intervienen en el proceso reciban formación en perspectiva de derechos, interseccional y de género; así como, en reducción de daños y perspectiva de derechos a la infancia. Al mismo tiempo, sería necesario identificar cuáles son las creencias y principios que deberían ponerse sobre la mesa con el fin de evitar reproducir ciertas violencias institucionales en espacios de relación donde se debería garantizar, en primera instancia, la no vulneración de sus derechos: tratarlas con decencia, facilitarles la información de forma clara, concisa y asertiva, reconocerlas como madres, reforzarlas positivamente y acompañarlas a explorar y aterrizar su maternidad.

En esta línea, y, con el fin de garantizar una intervención en clave de perspectiva de derechos a la infancia en los centros de reducción de daños, convendría designar figuras profesionales referentes que velen por sensibilizar a los equipos en la temática e incorporen la mirada de la infancia como sujeto de derecho. Además, sería conveniente que los equipos:

  • Reciban formación específica en derechos, circuitos y perspectiva de derechos a la infancia.
  • Incorporen la figura paterna en todo el proceso.
  • Dispongan de servicios y recursos donde poder derivar usuarios y usuarias para que se les acompañe de forma integral en la adquisición de habilidades a/en la crianza.
  • Dispongan de un protocolo de actuación para usuarias madres o embarazadas en consumo activo adaptado a los servicios de reducción de daños donde se especifiquen las funciones que corresponden a cada uno de los agentes implicados. En el proceso de elaboración convendría escuchar la opinión de los profesionales y las profesionales de los centros de reducción de daños y de las personas consumidoras, dado que estas serán quienes mejor orientarán las praxis.

Para que esto suceda, es imprescindible que a nivel político e institucional se dote de directrices, respuestas y recursos adaptados a las necesidades tanto de las madres consumidoras, como de los hijos e hijas de estas, así como de formaciones especializadas.

El proceso de maternidad (y paternidad) es, por su propia definición, un proceso vital único y trascendental. No favorezcamos que este, además, sea traumático y factor precipitante de un malestar que durará de por vida. Sea cual sea nuestra tarea en este entramado, como profesionales implicadas, evitemos las lógicas de confrontación y velemos por garantizar los derechos de las madres consumidoras y también los de sus hijos y sus hijas. Solo de esta manera, se humanizarán vidas y se evitará la repetición de violencias institucionales, traumas, esfuerzos y recursos profesionales.