En 1862, un médico vienés, Friedrich Schroff, decidió experimentar consigo mismo una droga descubierta apenas unos años antes. Primero se sintió eufórico, pero poco después deprimido. También notó que al colocar los cristales de cocaína (así se llamaba la sustancia, extraída de la hoja de coca) en la lengua, esta se le quedó adormecida. Aquel mismo año, el gigante farmacéutico alemán Merckcomenzó a fabricarla, pero en cantidad reducida y a precios muy altos, principalmente para investigadores. Pero cuando, dos décadas después, Sigmund Freud recomendó en un estudio usarla para tratar la adicción a la morfina y al alcohol y como anestésico local —lo que empezó a permitir cirugías hasta entonces imposibles—, dio comienzo una explosión de la demanda que abrió un periodo de 40 años de intenso comercio legal de cocaína a escala internacional. De él se beneficiaron los países desarrollados que la fabricaban (sobre todo Alemania, pero también Estados Unidos) y los que cultivaban la materia prima imprescindible, la coca: principalmente, Perú y la Isla de Java (hoy Indonesia).