Nacho es un ludópata, un jugador compulsivo, que tras siete años sin jugar ha decidido emprender, como el mismo dice, una «cruzada personal» para hacer ver a aquellas personas adictas al juego que pueden salir de esta trampa que cada año arruina a miles de familias valencianas. «Con que sólo pudiera hacer ver a una persona que hay luz al final del túnel, que se puede salir del juego, me daría por satisfecho. Esto es lo único que me mueve», añade.

Aunque cuenta 57 años de edad, dice que empezó a vivir hace siete años, cuando dijo basta ya y puso el «cuentakilómetros a cero». Antes de darse cuenta de que estaba enfermo, este mecánico de electricidad de automóviles se había dejado en bingos y tragaperras dos talleres de coches y dos pisos.

«Yo era un buen electricista pero lo que ganaba con una mano me lo gastaba con la otra, así que sólo buscaba dinero, quería obtener dinero como fuese para gastarmelo en las máquinas», relata con dolor.

Revivir una pesadilla

«Recordar esto me hace mucho mal -dice a punto de llorar-, es como revivir una pesadilla». «No es nada agradable recordar lo que han sufrido mis tres hijos y mi mujer por mi culpa. Lo que yo he pasado jamás lo podrá escribir usted en el papel…», sentencia.

Y es cierto, porque el drama de la ludopatía es desgarrador. Basta solo con algunos de los recuerdos de la pesadilla de 40 años que Nacho ha pasado enganchado al juego: «Es terrible recordar el día que vinieron a avisarme de que mi casa estaba ardiendo y yo, para no tener que dejar una partida de cartas que estaba jugando, envíe a mi hijo mayor a rescatar su hermano pequeño, que dormía en la cuna».

Hechos como este, o el tener que ir vendiendo pieza a pieza las herramientas de su taller para poder conseguir dinero con el que ir al bingo, llevaron a Nacho a la desesperación. «Muchas veces me he visto en lo alto del puente de Peris y Valero con Giorgeta pensando a ver si me tiraba».

La gota que colmó el vaso llegó el día en el que tuvo que recurrir a los ahorros de su hijo para seguir jugando. «Yo me he gastado todo lo que he ganado, el dinero que mi mujer heredó de su madre, y hasta lo que mi hijo ganaba, literalmente, jugándose la vida. Entonces dije, hasta aquí hemos llegado».

Ese día, allá por últimos de febrero de 1997, cogió y sin decirselo a nadie se fue a una asociación de ayuda a jugadores y a la siguiente reunión le pidió a su mujer que le acompañase.

«Hasta aquí hemos llegado»

Desde entonces no ha vuelto a jugar y dice que ahora es feliz porque ha conseguido parar su ludopatía, y remarca la palabra parar antes de señalar que esta enfermedad «no tiene cura, es para siempre, tu solo puedes pararla»

«Nunca te curas, si llega un día y tiras una bonoloto o echas dos monedas a la máquina estás perdido. Igual de letal que es el primer vaso de vino para un alcohólico que ha dejado de beber lo es para nosotros el volver a gastar un euro en un juego de azar». «El que es un jugador compulsivo, como yo, sabe que si toca de nuevo el juego, aunque sea el parchís, está perdido», remata.

Una «batalla diaria» ante el juego

«Es una batalla diaria -dice Nacho- y cada noche te queda la satisfacción de cuando vas a acostarte henchir el pecho y decirte «hoy tampoco he jugado»». Nacho sabe que, por desgracia, su ludopatía no es un caso aislado. «¿Quien no conoce a alguien, más o menos cercano, que no tenga este problema?», se pregunta. Por ello, quiere que su experiencia sirva de ejemplo para otros adictos. A todos ellos les recomienda que se sienten «a hablar con su familia, con sus hijos, que reconozcan que están enfermos y que desean dejar de vivir por y para el juego».

El siguiente paso, continua, «es acudir a las asociaciones de ayuda y encontrarse con gente con el mismo problema, escucharles y llorar, como tu les ves llorar cuando les cuentas tu historia, esto y el apoyo de la familia es lo que te ayuda a dejar de jugar».