El juego es una diversión que deja de serlo cuando la persona pierde el control y su libertad de decisión. No hay una fórmula precisa para saber dónde está el límite entre el simple entretenimiento y la enfermedad, pero hay unas características que permiten identificar el problema. Los jugadores empiezan a gastar más dinero de lo que tenían pensado, pero siguen jugando porque esperan recuperar así lo perdido.
Se obsesionan por conseguir dinero para jugar, tienen la necesidad de aumentar la magnitud o frecuencia de la apuesta para conseguir la excitación deseada.
La ansiedad es una nota común para estas personas. Además, están siempre a la defensiva y culpan a su entorno de las situaciones conflictivas que se le presentan. Dedican al juego también más tiempo del que habían previsto y esto provoca que se dejen de lado responsabilidades para poder jugar.
Llegan las mentiras en el trabajo y en la familia, desatendiendo sus obligaciones como padres o como trabajadores para centrarse únicamente en el juego.
Los ludópatas cambian su carácter, se vuelven menos comunicativos y más cerrados en sí mismos. Además, continúan jugando a pesar de la incapacidad para pagar las deudas recientes.
Cada jugador gasta una cantidad diferente, en proporción a sus ingresos y sus posibilidades, pero casi siempre, cuando están jugando, gastan todo lo que llevan encima.
«Cuando una persona juega el 20 por ciento de sus ingresos tiene un problema serio con los juegos de azar», explica Francisco Abad, director de la Asociación Malagueña de Jugadores de Azar en Rehabilitación (AMALAJER). En bastantes casos, esta adicción puede llevar a la ruina y el problema no se descubre hasta que llega la orden de embargo o de desalojo de la vivienda.
La enfermedad puede atacar a cualquier persona, pero la mayor parte de los afectados son hombres, de 35 a 50 años, con empleo y tiempo libre. Sin embargo, cada vez hay más gente joven. Hace unos años la edad media se situaba entre los 45 y los 65 años.
Hoy se registran casos de menores de 18 años que ya están afectados por la enfermedad, a pesar de que la ley prohíbe el juego a los menores de 18.
La enfermedad no sólo afecta a los jugadores, sino que también desquicia a la familia. Los familiares no saben qué pasa, ven cómo poco a poco cambia el carácter de su marido, padre, hermano o hijo, pero no conocen el motivo. La desconfianza y las deudas desestabilizan la relación.
«Cuando te pones delante del juego, se anula tu voluntad de decidir cuánto quieres gastar y cuándo vas a dejar de jugar», comenta Abad, y añade que «no hay pérdida de consciencia, aunque sí un estado de ansiedad».
El jugador siempre cree que puede ganar, nunca pierde la fe, piensa que puede obtener el premio y sigue jugando porque «está en racha», en lugar de retirarse cuando consigue un premio. «Si consigue un premio de 300 euros en una máquina tragaperra, cree que se lo van a dar siempre», indica el director de AMALAJER.
La ludopatía influye en todos los aspectos de la vida, no sólo en la social o la familiar, sino también en la psicológica, porque la adicción al juego es una enfermedad.
«Mientras juegas, disfrutas, estás despreocupado de las responsabilidades, mientras consigues dinero para jugar te olvidas de todo; pero llega un momento en que recapacitas y se te viene el mundo encima, te sientes culpable y tocas fondo», comenta Manuel Luna, jugador rehabilitado.
Según Luna, esta enfermedad sólo te lleva a tres caminos: «al psiquiátrico, a la cárcel o al cementerio». La ansiedad por jugar cambia el carácter y la percepción de la realidad, creando problemas psicológicos. Las deudas que se contraen al gastar tanto en el juego provocan que se deba dinero a unos y a otros.
La presión de la adicción y de la situación económica hace que muchos jugadores vean la muerte como la única salida al problema.
«No podía salir del juego, yo sólo veía el suicidio como la salida para mis problemas, pero me ayudaron otros compañeros que habían pasado por lo mismo», recuerda Luna.
La terapia de grupo, la autoayuda y la ayuda mutua son la clave para salir de la enfermedad. «Las experiencias coinciden; a los familiares hay ciertas cosas que no les cuentas, pero cuando un extraño te cuenta los secretos que tú guardas, haces que te abras a esa persona», explica Francisco Abad.
La responsabilidad del Estado
«El Estado es el principal empresario del juego en nuestro país». Éstas son las palabras de Francisco Abad, director de la Asociación Malagueña de Jugadores de Azar en Rehabilitación.
Cuando se dice ludopatía, muchos piensan sólo en máquinas tragaperras, pero se incluyen también las loterías, los casinos y los bingos. El Estado es el principal administrador de las loterías en España, y por tanto, otro «empresario del juego».
En Málaga hay actualmente 136 salones de juego, 20 bingos, dos casinos y un hipódromo. En total hay 10.791 máquinas para jugar, 6.575 instaladas en cafeterías y bares.
«Las máquinas tragaperras ofrecen una recompensa inmediata, que es lo que potencia la ludopatía, pero cada vez las loterías tienden a dar una recompensa mayor y más inmediata; el mismo Estado fomenta el juego y no hace ningún tipo de reconocimiento nacional de esta enfermedad», critica Abad.
La ley establece que los menores de 18 años no pueden participar de esta dinámica económica del juego. Sin embargo, cualquier menor puede acceder a las máquinas tragaperras de las cafeterías, donde el único control es el criterio moral del propietario.
Un ejemplo más común es el caso de las quinielas de fútbol, tan populares entre los jóvenes, que es otra modalidad de juego.
Respecto al fácil acceso de los jóvenes a las máquinas tragaperras, AMALAJER reivindica la instalación de éstas en salones, donde el requisito para entrar sea el control del DNI, así como del listado de los «autoprohibidos».
Esto último consiste en la posibilidad de los ludópatas de inscribirse en una lista voluntaria, que se distribuye entre los salones de juego, para evitar su propia entrada. Es un paso más en la lucha contra esta enfermedad, una manera de evitar la tentación.
AMALAJER también critica al Gobierno por utilizar a menores en sus campañas publicitarias sobre la lotería, y cree que son escasas las medidas preventivas. «Pedimos campañas de prevención, que se advierta a los padres del peligro», puntualiza Abad.
El Estado informa de los peligros de otras adicciones como el tabaco o el alcohol, pero no se informa bastante sobre los peligros de la adicción al juego. «En las máquinas tragaperras hay un pequeño aviso que indica que jugar crea adicción, pero es lo único», comenta el director de AMALAJER.
«A través de nuestra asociación buscamos la responsabilidad administrativa porque el juego se puede convertir en una enfermedad», explica Abad.
En algunos casos la Administración Autonómica sí da una dotación presupuestaria para la ludopatía a través de la Delegación de Asuntos Sociales.
Sin embargo, los presupuestos se quedan escasos para pagar a los profesionales y el alquiler de los locales.