El consumo de drogas aumenta en España a un ritmo superior al de la mayoría de los países europeos y los expertos no acaban de saber por qué. La ministra de Sanidad, Elena Salgado, constató ante el Parlamento la negativa evolución de un problema que afecta ya a más de un millón de personas y la necesidad de revisar las estrategias de lucha contra este fenómeno. El Observatorio Europeo de Drogas y Toxicomanías (OEDT) certifica las tendencias alcistas en España, que se sitúa en el trío de cabeza de la UE con peores ratios de consumo en cannabis y cocaína.

«Algo no funciona». Salgado reconoció sin rodeos que la situación es «preocupante». Los últimos datos conocidos del borrador de informe 2004 del OEDT señalan a España como el Estado con mayor proporción de consumidores de cocaína de la Unión Europea, con tasas por población -dijo- «parecidas a las de Estados Unidos», «potencia» mundial en este tipo de adicción.

Se consolida además la pujanza del «cannabis sativa». Sus derivados, marihuana y hachís, son la droga ilegal más consumida por los españoles, que despuntan, junto a daneses y británicos, como los más afectos al «canuto» de todos los ciudadanos comunitarios. Aunque en menor medida, los españoles descollan también como consumidores de «éxtasis», los cuartos en el ranking comunitario por detrás de la República Checa, Holanda y el Reino Unido.

Traducido a cifras, quiere decir que la proporción de jóvenes que admiten haber tomado cocaína durante en los últimos 12 meses ha aumentado cinco puntos en la última década (del 1,8% en encuestas de 1994, al 6,8% actual). En el mismo lapso de tiempo, el consumo de cannabis entre los estudiantes de 14 a 18 años se ha duplicado, del 18,2% al 36,1% del 2004; o, lo que es lo mismo, 761.000 chavales españoles han fumado hachís o «maría» en el último año, según los últimos datos del Plan Nacional sobre Drogas.

El éxtasis ha pasado del 2 al 4,6% y, por si fuera poco, hacen su aparición, tímida aún pero significativa, «nuevas sustancias adictivas», aseguró la ministra. Los servicios sanitarios empiezan a detectar problemas por el consumo de «éxtasis líquido» y ketamina.

El reverso positivo es que sigue el declive de la heroína, al que está enganchada el 0,1% de la población española entre 15 y 64 años, unas 29.000 personas, en una proporción que se mantiene estable desde 1994. La heroína inyectada ha pasado a ser residual, siendo sustituida por la inhalación.

Cambio de rumbo

En su primera comparecencia en el Congreso como responsable del Plan Nacional sobre Drogas Salgado recordó que se trata de tendencias de consumos estupefacientes comunes a toda la UE, aunque más acusadas en España que en la media. ¿Por qué? «Eso es lo que vamos a tener que analizar, recabar más datos y ver cuáles son las razones», respondió. Lo que está claro es que «estamos perdiendo terreno», que ha disminuido la percepción del peligro y los daños de las drogas, sobre todo entre los más jóvenes, y que son cada vez más los jóvenes que asocian drogas y diversión.

Contra esta realidad adversa se estrellan las campañas preventivas e informativas, y el «buen trabajo» realizado -precisó Salgado- por las administraciones y agentes sociales implicados en la lucha contra las drogodependencias. Obligará al Gobierno a revisar los criterios de actuación y el enfoque del Plan Nacional contra las Drogas para imprimir un cambio de rumbo que se concretará en la primavera de 2005. El relanzamiento de la estrategia deberá contar con la cooperación estrecha de las comunidades autónomas y ayuntamientos, sobre los que recaen las políticas sanitarias y asistenciales, y un consenso político que Salgado reclamó a los grupos parlamentarios. Y tendrá necesariamente que incidir en la prevención en el ámbito escolar, familiar y de medios de comunicación desde las edades más tempranas.

No al cannabis

En este contexto, no habrá legalización del «cannabis», ni España propondrá su exclusión de la lista de drogas peligrosas, como plantean IU y Mixto. No se trata -dijo Elena Salgado- «de prejuicios moralistas, sino de evidencias científicas» que avalan los daños orgánicos y neuronales provocados por el «cannabis», pese a su menor potencial dañino que el de otros estupefacientes. La autorización se limitará a su uso controlado en ensayos terapéuticos, algunos ya en curso, y con cuidado de no fomentar «corrientes de opinión favorables a la generalización de su consumo».