Cuando tenía seis años, estaba cenando una noche con mi madre y mis tres hermanas cuando mi madre recibió un telegrama. Al leerlo, rompió a llorar. Su padre —mi abuelo— había muerto. En su dolor, se encerró en su cuarto y no me permitió consolarla. El recuerdo de mi incapacidad de aliviar el sufrimiento de mi madre aún me persigue.

A mis hermanas y a mí nos dijeron que nuestro abuelo había muerto de un ataque al corazón. No fue hasta décadas más tarde, cuando ya hacía años que yo me dedicaba a investigar la adicción y mi madre estaba cerca de la muerte, que me dijo la verdad: mi abuelo había sido alcohólico. Incapaz de dejar de beber, se había suicidado en un momento final de futilidad y vergüenza.

Leer el artículo completo en drugabuse.gov

Artículo original de AAMCNews